ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC,  4 de mayo de 2014                 
                                
 
Coplas de madre
 
Mis nanas fueron coplas. Mi madre me dormía preguntándole al espejo de la belleza de su juventud que dónde va el real mozo, dónde va, con su capa de seda. Y junto al mimbre de mi cuna su voz hacía navegar un barco de vela que es de miel y canela, de plata y cristal. Eran las canciones de Mari Paz, aquella leyenda mimada por Rafael de León que murió como una heroína romántica o una dalia de los Montpensier, a los 22 años, y cuya delicadeza cantando ella había admirado en el Teatro San Fernando, en sus espectáculos "Cabalgata", "Cancionero" o, toca madera, "Muerte de la petenera".

Hoy, Día de la Madre, vuelvo a aquellas coplas. No puedo hacerlo cantando o tocando la guitarra, como otros han hecho. El último, Paco de Lucía, en su disco póstumo: "Canción andaluza". Vuelve el agua al agua y vuelven los artistas a las coplas que sus madres les cantaban. A una infancia de radio de cretona y programa del oyente, cuando están tomando su primera comunión con una canción de Juanito Valderrama dedicada "al niño Miguelito Poveda, al niño Paquito Sánchez Gómez". Escucho las nostalgias del último disco de Paco de Lucía y evoco una infancia algecireña de coplas por las ventanas cuyas persianas se mueven al compás del levante. En ese café del Levante del Estrecho, entre coplas y alegrías, el mundo maternal de la infancia que Paco de Lucía nos trae más allá de la muerte, más acá de la vida. María de la O ya no es tan desgraciaíta, porque el oro que le pida, el oro que le ha dado su guitarra. Que sabía perfectamente lo que le pasaba a La Ruiseñora. Sabía Paco que era el mundo de su infancia.

Como lo sabía Joan Manuel Serrat cuando cantó por vez primera en Sevilla, en un recital benéfico en la Glorieta de los Lotos que organizó Juana de Aizpuru, entonces casada con el inquieto ingeniero de Montes don Juan Aizpuru, precursor de la protección del Coto de Doñana, ecologista, amigo de artistas y concejal del Ayuntamiento de la dictadura, que le dejó el apellido tras el divorcio. Serrat, aquella noche, dijo que volvía a la Sevilla que sonaba en las coplas que su madre cantaba, que oía en la radio que se pasaba puesta las mañanas de pucheros en la candela y de ropa recién sacada del refregador y tendida en los alambres del patio con gato funámbulo y necio.

La canción andaluza tiene algo de seno materno. En el seno materno me contaba mi alfayate que oí yo a doña Concha Piquer, antes de nacer. Así estos artistas oirían a Juanita, a Lola, a Gracia, a Marifé, a Juanito. Se lo he escuchado a Miguel Poveda, y con su madre, felizmente viva, al lado. Si Miguel Poveda ha cantado las "Coplas del querer" es porque ha querido volver, como deteniendo el tiempo, a aquellos años de una Cataluña hasta la que llegaba la luz de plata del faro de los veleros y donde abrían las rosas de la Alhambra. Para que no se les claven como dos puñales las dos manecillas que tiene el reloj del tiempo, los artistas vuelven a esas coplas. Que en el caso de Serrat y de Poveda, además, son la mejor proclamación iba a decir de la españolidad, pero corrijo: del andalucismo de Cataluña. Cataluña es la novena provincia de la canción española, y basta escuchar a Miguel Poveda o evocar aquella noche en que Serrat nos enseñó el carné de identidad andaluza de su infancia y nos ofreció la primicia de la música que le había puesto a unos versos de Machado.

Ellos volvieron a la infancia cantando o tocando las coplas que sus madres les cantaban. Yo vuelvo escribiendo a la nana que me daba tanto miedo, cuando venían los cuatro luceros por la niña de los ojos negros y se iban los cuatro luceros sin la niña de los ojos negros. Igual que Paco las toca o Miguel las canta, yo retorno hoy, ay, al seno materno de las coplas. Es una forma de detener el tiempo, de parar los relojes. Tengo la absoluta seguridad de que a la vera del agua, madre, nos sigue esperando un barco de vela que es de miel y canela, de plata y cristal.

 

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