ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

Discurso de agradecimiento por el VII premio taurino Manuel Ramíreznewchico.gif (899 bytes)
 
ABC,  11 de junio de 2014                 
                                
 
Quiero ser holandés
 
Este pasado verano la Jefa de mi Casa Civil tenía mucha ilusión por conocer Amsterdam, entre otras cosas porque hay vuelo directo desde Sevilla y así Vueling no te pierde las maletas en el obligatorio enlace dichoso de Barcelona, y no quise contrariarla. Nos fuimos derechos a la agencia de viajes del Cortinglés y como éstos: dos billetes para Amsterdanm y una semanita de hotel buenecito, alojamiento y desayuno. Y un amigo que me conoce, sabedor de mis filias y fobias, al conocer que nos íbamos a Amsterdam me comentó:

-- Qué buen regalo le vas a hacer a Isabel: aceptar ir a una ciudad que representa todo lo que tú odias...

-- ¿Cómo lo que odio?

-- Sí, Amsterdam es la capital de los porros, de los parguelones, de las pilinguis y de las bicicletas, con lo que te gustan a tí las bicicletas en las ciudades...

Qué vista tenía mi amigo. Porque resulta que la agencia de viajes, no sé si en broma o en serio, nos puso la llegada, ¿saben ustedes qué día? Pues con la de días que hay en el año para llegar a Amsterdam nos la puso precisamente...¡el Día del Orgullo Gay! Que allí es floreado y acanalado, como las hojas Palmera: los orgullosos de la cuestión medio desnudos tirándose emporrados o borrachos de cabeza a los canales para celebrar la fiesta o cruzándolos en naves llenas de adornos de flores rosas. Teníamos además la reserva en un NH que estaba en todo el centro: en la plaza Dam. Intentar llegar en Amsterdam en coche el Día del Orgullo Gay al hotel NH de la plaza Dam es como si usted quiere llegar en Sevilla el Jueves Santo en taxi al hotel Derby de la Plaza del Duque cuando están pasando las cofradías. Efectivamente: estaban pasando todas las cofradías del desfile de los mariquitas y no vean la de rodeos que tuvimos que dar...

En la Plaza Dam encontréme, en efecto, por allí tirados, a todos los pelusos que me anunció mi amigo. Y en el frontero Barrio Rojo de las pilinguis en sus escaparates, las cafeterías donde en vez de un cortado y una tostada con mantequilla te sirven un porro trompetero que tiembla el misterio. Pero hallé, en cambio, dos cosas que no esperaba: que las bicicletas respetan al peatón, y no como en Sevilla, y el orgullo de un pueblo por ser Reino. Partidarios de la cuestión como somos, visitamos inmediatamente el Palacio Real. Peor que el nuestro de la Plaza de Oriente, ay, dolor, pero con todo el orgullo nacional por la Monarquía. Estaba reciente la abdicación de la Reina Beatriz en su hijo el Rey Guillermo Alejandro, y todo el Palacio era como una recordación de aquellos felices días en Amsterdam, con vídeos de sesión continua sobre la historia de la Corona y de la Casa de Orange y sobre las ceremonias de proclamación del nuevo Rey. Y como uno de los lugares más interesantes de Palacio enseñaban el balcón que da a la Plaza Dam, donde se habían asomado el Rey Guillermo Alejandro y la Reina Máxima para ser aclamados por un pueblo ataviado con ropas, sombreros y toda suerte de prendas del heráldico color naranja de la nación holandesa y de su Casa de Orange. Y me fijé en aquellos vídeos palaciegos en la multitud que aclamaba a sus Reyes, y no eran niños pijos del Sotogrande de allí, ni tíos engominados del Barrio de Salamanca de Amsterdam, ni señoras pergaminos de Los Remedios de Holanda, sino los mismos pelusos del porro y la bicicleta que acabábamos de ver tirados en su continua ocupación de la Plaza Dam. Y ninguno pedía un referéndum, sino que estaban todos encantados y orgullosos de ser lo que son.

En estos atribulados días de esta nación española que parece que siente vergüenza de ser un Reino y de lucir los colores nacionales, donde todos los pelusos de bicicleta y porro andan por ahí dándonos en toda la boca con la bandera de Rumanía, me he acordado de Holanda, de la muy permisiva y progresista ciudad de Amsterdam, donde pudo verse hace un año el orgullo de todos los holandeses por su Monarquía y por sus Reyes. Decididamente, y quitando lo de las bicicletas, los porros, los parguelas y las pilinguis, yo de mayor quiero ser holandés.

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