ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC,  12 de junio de 2014                 
                                
 
Cañonazo de yemas
 
El Ayuntamiento ha dado "en Modo Barco del Arroz ON" (o sea, a fondo perdido) una subvención de 105.568 euros para obras urgentes de conservación en el Convento de San Leandro de las Madres Agustinas, catalogado y protegido, que corre peligro de desplome. Me parece muy bien que el Ayuntamiento ayude a las monjas de los conventos, y más que trate de impedir que se hunda un monasterio de origen fernandino. Lo que me parece mal es que el Ayuntamiento se dedique a dar por saco a los trabajadores del Hospital Virgen del Rocío, de la Clínica del Sagrado Corazón y de los comercios y negocios de Bami implantando una Zona Azul absurda y abusona, con la que creen además que van a espantar a los gorrillas. ¿Qué más gorrilla queremos ahora en Bami que el propio Ayuntamiento, cobrando la morterá por aparcar? Es lo que me decía el neurocirujano doctor Trujillo con toda la gracia del mundo:

-- Mira, esto de la zona azul va de tal forma contra el personal de esta zona hospitalaria de Sevilla, que cuando yo esté en el Sagrado Corazón operando una cabeza y tenga allí al enfermo con el cráneo abierto, voy a tenerle que decir: "Usted perdone que lo deje aquí solo un ratito con la cabeza abierta, pero es que tengo que ir al parquímetro a echar dos euros, porque si no, me va a meter Zoido una multa que va crujir".

El Ayuntamiento hace muy bien en ayudar a los conventos, y más a los fernandinos, antes de que se extingan o sean incluidos en la nómina de la Nueva Desamortización que enclaustró San Clemente, que me parece que aún no le han quitado el nombre laico de Espacio San Clemente que le pusieron los que en buena hora echamos mediante las urnas.

Pero del convento de San Leandro me extraña una jartá su ruina: no la ruina arquitectónica del edificio, sino la ruina económica de las Madres Agustinas, tiesas, que no tienen para reparar lo que amenaza hundirse. ¡Con el dinero que tenían hasta hace nada las monjas de San Clemente! Las más ricas de Sevilla con su pujante negocio de las yemas. Tanto dinero ganaban las monjas de San Leandro con las yemas que tenían el convento, y nunca mejor dicho, de dulce. Demasiado de dulce. Tan ricas eran que quitaron la solería antigua de losas de barro, que sería del XVII o del XVIII, del atrio del torno y pavimentaron aquello con unos horrorosos azulejos, Porcelanosa total, tan caros como feos. Claro, entonces la gente comía yemas, pero parece que los médicos las han tomado con ellas y no venden ni una caja. Que si las yemas engordan, que si tienen mucho colesterol, que si son fatales para el azúcar, que si la tensión... ¡Tequiyá! Las yemas de San Leandro son lo más sano que se despacha. Me lo ha dicho a mí el Doctor Don Luis Cernuda, que en su Tratado de Hispalense Medicina titulado "Ocnos" dice que comerse una yema de San Leandro es como morder los labios de un ángel.

Por eso me llenó de alegría ver que en un acto al que asistí la otra noche, a cuyo término dieron una costeadísima y simpatiquísima cenita en pie de éstas de las de cáterin, los organizadores se dejaron de cuentos de "Delicias de susuki sobre un lecho de colchón Lo Mónaco" y sirvieron lo de Sevilla de toda la vida, lo nuestro, lo del Arenal: lomo en manteca y montaditos de carne mechada con foagrás Bolado de Casa Trifón, y un buen cañonazo de pescao frito de la freiduría La Isla de la Callelamar. Un cañonazo, sí señor. Como saben, el cañonazo es la unidad de medida bien despachá de la generosidad y del que-no-farte-de-ná en la gastronomía clásica sevillana. Como los cañonazos de papas aliñás que a lebrillos se comía El Pali en su casa de la calle Aduana. Y como postre en la cena en pie maravillosa y sevillanísima que digo, ¿saben qué pusieron? Pues nada de tonterías de por ahí: bandejas como pasos de misterio de yemas de San Leandro, con todos los ángeles de la corte celestial pidiendo que les comiéramos cernudianamente los labios. Así, así es como tenían que acabar todos los bandejeos de los cócteles en Sevilla: con cañonazos de yemas de San Leandro, y dejarnos de pamplinas. Verían cómo así sacábamos a las monjas de San Leandro de su ruina económica, sin que el Ayuntamiento tuviera que poner ni un duro para remediar la ruina arquitectónica del convento.

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