ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC,  19 de junio de 2014                 
                                
 
Dos sillones
 
Todo era tan normal que parecía como si todas las tardes, a eso de las 6, en Madrid abdicara un Rey y la estabilidad de la Monarquía garantizara la sucesión con la normalidad de la respiración de una novia o del viento que mece los trigales que ya cabecean. Esa frase que, como tantas británicamente divertidas, se atribuye a Churchill y que asevera que democracia es que llamen al timbre a las 5 de mañana y sea el lechero y no la Social es para países norteños de protestantismo, patatas cocidas y mucho frío. Para nuestra España de catolicismo, patatas fritas y el calor, la calor, los calores y las calores, la democracia de nuestra Monarquía Parlamentaria es esto de que a las 6 de la tarde, en el Salón de Columnas de Palacio firme y promulgue su abdicación un Rey, nada menos que todo un Rey, y te parezca que es algo que viene ocurriendo así todos los días.

El acto de ayer tarde en Palacio es mucho más significativo que cuanto acontezca hoy ante las Cortes Generales y por las calles de Madrid. Sin lo de ayer, lo de hoy no se entiende. Lo de ayer tarde, con tanta normalidad y austera solemnidad, como una cofradía de ruán y esparto, vamos, y no de capa y terciopelo, es como el tuétano y la sustancia de la Institución. Que todo transcurra con esa sencillez de la normalidad, con la tranquilidad de que ahí tenemos el Air Bag de la Corona para caso de necesidad, que garantiza nada menos que la vida en libertad de la nación, como ya se vio aquella noche de febrero en que Don Juan Carlos tuvo que coger el extintor para apagar el fuego de los que querían volver a las andadas.

Y todo el simbolismo del Trono, en un simple sillón. En un austero sillón. En la casa de cualquier nuevo rico o de uno que pegó el pelotazo te encuentras sillones mucho más pretenciosas y costeados que los cuatro sillones, cuatro, en los que ayer tarde en Palacio se asentaba la continuidad dinástica, la garantía de estabilidad de la Corona. A la Corona también le han llegado los recortes, y el Salón del Trono se cambió por el de Columnas, y el Trono mismo, por esos sillones normalitos y corrientes, como de saloncito de medio qué de Los Remedios. Hombre, no es que el sillón con el que ayer iba disfrazado el Trono de España fuera de Ikea, pero casi. Y en esos dos sillones, el de Don Juan Carlos y el de Don Felipe, se simbolizaba ni más ni menos que esta gozosa y bendita normalidad de la continuidad dinástica.

¿Y saben qué es lo más hermoso de todo? Pues que se ha producido el "Rey puesto" sin que haya "Rey muerto" y sin que doblen las campanas. Sucesión en el Trono, perdón, en el sillón normalito que Don Juan Carlos le cedió a Don Felipe, sin que nadie tenga que ir con los pies por delante camino del pudridero de El Escorial y ni los niños de la Plaza de Oriente cantando que cuatro duques lo llevaban por las calles de Madrid. A Don Juan Carlos le ha sido dada, como gloria, no como penitencia, la visión de Don Miguel Mañara: contemplar su propio entierro. Don Juan Carlos, que ha sido un privilegio de Rey que nos han dado Dios y la Historia, tendrá la oportunidad de ver cómo le hubiera despedido España de haberla palmado. Ya ha podido ver cómo su augusto hijo, en el que abdicó, se sentaba en el sillón que le cedió, o sea, en el Trono. Y desde que anunció que se iba, vio cómo España entera le cantaba el "no te vayas todavía" de las "Sevillanas del adiós". Y cómo se hacía justicia a la inmensa tarea al servicio de España de su Reinado con ese aplauso modelo Plácido Domingo o Julio Iglesias que recibió ayer tras la firma de su abdicación.

Al contrario que aquel día de abril en que España se acostó monárquica y se levantó republicana, estamos en un gozoso día de junio en que España se acostó monárquica y se ha levantado hoy más monárquica todavía. Por lo que, producida ya desde anoche a las 12 la Sucesión en Don Felipe VI (q.D.g.), como estamos en tiempos de austeridad, reciclo los gritos de aquellos jóvenes monárquicos que recibían a un Don Juan Carlos niño en la estación de Delicias de Madrid cuando iba a examinarse de Bachillerato en el Instituto de San Isidro: "¡Viva el Rey! ¡Viva tu padre!".

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