ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla,  21 de noviembre de 2014                 
                                
 
A Cayetana, con unas buganvillas

 

Como a la Historia de España se le ha muerto el último cuadro de Goya en forma de una gran señora que encontraba su gloria en lo más popular y que le tenía puesto el nombre de Sevilla a todo lo dichoso, en su memoria entro ahora en el patio y el limonero de la Casa de las Dueñas, donde sale a recibirme meneando la cola nada menos que su chambelán de cámara: su perro Flashito. Y de la fachada de balcones con esterones de la mismísima espartería de El Espartero, por donde trepan sus morados colores de canónigos de la Catedral en procesión de las palmas, tomo unas buganvillas para hacer con ellas esta corona en homenaje a la duquesa castiza, valleinclanesca, artista, única e intransferible, dueña de sus silencios y de su libertad, esclava de sus fidelidades a España, a la Corona y a su propia Casa de Alba.

En este patio de naranjos, cuando trasmina la segunda, otoñal floración de la dama de noche, yo veo ahora a una niña rubia pelada a lo garzón en las más terribles horas de España. Viene de un Madrid en llamas. Le han dicho que hay guerra en España. En su Madrid, igual que la Inquisición quemaba a los herejes en efigie, los milicianos le han fusilado su poney cuando han asaltado un palacio de Liria que luego destruirá la contienda, como un Guernica sobre Tiziano y Goya. Esa niña, que nació una noche en que su padre cenaba con Marañón y Pérez de Ayala mientras esperaba el parto, ha encontrado en Sevilla la verdad de un libro de Unamuno: paz en guerra. Entonces comenzó un largo idilio. Sí, Cayetana se pasó la vida pelando la pava con Sevilla, a la que encarnó en sus cofradías, de Montensión a Los Gitanos, pasando por la Esperanza en la Macarena; en su flamenco como alumna de Enrique el Cojo; en su mantilla blanca del palco en los toros; en las dos mulas castañas con borlaje azul y amarillo que enganchaba por abril para que de Las Dueñas saliera un cascabeleo de alegría, de vida, de juventud, de amores, camino de la Feria.

Luego vino la II Guerra Mundial, y vino Londres, y vino la Embajada de su padre ante la Corte de San Jaime. Y aquella niña rubia cenó muchas noches con aquel señor gordo y simpático, siempre con un puro, que le decían Churchill. Amargos días de cazas nazis Messerschmitt persiguiendo su avión, siempre camino de Sevilla. Donde es pronto la Duquesita de Montoro, la que se pone de largo en Las Dueñas vestida de flamenca, siempre la libertad. Y no podía casarse con Luis más que en Sevilla, en 1947, cuando la explosión de Cádiz, cuando a aquel Manolete que tantos toros le había brindado lo mató uno de Miura en Linares.

De este patio de las buganvillas salió aquella novia. Duquesita de Montoro la llamaba su Sevilla. Una Sevilla de la que ya nunca se separó. Podía andar por esos mundos, pero siempre volvía. En este patio de las buganvillas, el limonero y los naranjos, aquella niña, aquella muchacha, aquella novia, aquella madre de Carlos, su primer hijo, pensó que de mayor quería ser sevillana. Y lo consiguió. Amante de las libertades, aquella niña que se puso de largo en Dueñas pensó siempre que la libertad, como la caridad, empieza por uno mismo. Se saltó a la torera todas las convenciones sociales de su época. Garrocha de Goya se llama la figura. Pasó de "los desastres de la guerra" a la duquesa castiza que Picasso quiso pintar desnuda. Y siempre Sevilla al fondo. Ver, oír, oler, gustar, tocar una Sevilla a la que se entregó con sus cinco sentidos. Ver un paseíllo de Curro, el marido de su amiga Carmen. Oír los Rosarios de los varales de su Virgen en la Plaza de los Carros. Oler los naranjos en flor pregonando primaveras. Gustar con sus amigas las italianerías de Porta Rossa. Tocar el llamador de la Virgen de las Angustias en la puerta de esta Casa de las Dueñas que como el Duque Jacobo puso a la entrada de Liria, debía tener aquella cita de Cicerón que parece hablar por boca de Cayetana: "A los dioses inmortales, cuya voluntad fue no sólo el que yo heredara estas cosas de mis antepasados, sino que las transmitiera a mis descendientes". Y tomando la pluma de un armao yo te escribo ahora un epitafio con buganvillas: Quiso siempre ser sevillana. Eligió Sevilla para amar. Para vivir. Para morir. Que el albero de la primavera te sea siempre leve, querida Cayetana...iba a decir de Alba, pero no: Cayetana de Sevilla. Ya estás en tu Sevilla, Cayetana. Para siempre.

 

                     

  Artículos de días anteriores

                                      Correo Correo            

Clic para ir a la portada

¿QUIÉN HACE ESTO?

Biografía de Antonio Burgos


 

 

Copyright © 1998 Arco del Postigo S.L. Sevilla, España. 
¿Qué puede encontrar en cada sección de El RedCuadro ?PINCHE AQUI PARA IR AL  "MAPA DE WEB"
 

 

 


 

Página principal-Inicio