ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 16 de diciembre de 2014                 
                                
 
Educación para la Seguridad

 

Si hay fuego en su casa, ¿usted sabe lo que tiene que hacer, aparte de llamar a los bomberos? Pues esto es lo que le pasó al gran Rafael de Cózar, ese último bohemio que le quedaba a Sevilla, con sus bigotes como de sargentón austrohúngaro de Caballería en la Guerra del 14, derrochando algo que escasea bastante entre los engreídos poetas y escritores hispalenses de las últimas hornadas: calidad de buena gente. De buenísima gente. Rafael de Cózar no te saludaba como perdonándote la vida, cual tantos de su gremio suelen. Me lo encontraba en cada acto literario del ABC y era un auténtico encanto de persona y de creador. Y, además, con Cádiz al fondo siempre. ¿O sería por eso, que Rafael de Cózar tenía la gracia de los escritores de Cádiz, modelo Fernando Quiñones, su genialidad, modelo Carlos Edmundo de Ory, y no la guasa de la mala leche de los escritores de Sevilla, modelo Luis Cernuda?

Aparte de por salvar su biblioteca, que fue el mejor argumento de esa novela suya que, ay, ya no podrá escribir, Rafael de Cózar murió porque no sabía contestar a la pregunta con la que he arrancado este artículo, que no vea usted con estos fríos lo que cuesta arrancar el artículo por las mañanas, qué trabajito dale que te pego con la llave hasta que el motor de arranque funciona...

Rafael de Cózar, como todos nosotros, no sabía lo que había que hacer si había fuego en su casa. Y, lo que es peor, no sabía lo que no hay que hacer bajo ningún concepto si hay un fuego en tu casa. Y lo hizo. Yo he tenido un fuego en casa. Estaba una tarde en la Redacción de ABC y me llamó desde la centralita el inolvidable Chupa el telefonista:

-- Don Antonio, que hay fuego en su casa...

-- ¿En el piso de quién?

-- ¡No, en el suyo!

Llegué antes que los bomberos. Y el fuego estaba como tenía que estar: concentrado en la habitación de estudio de mi hijo Fernando, donde se había iniciado, al arder el diferencial eléctrico. Había subido Antonio López el portero y le había dicho a Isabel:

-- ¡Vamos a abrir todas las ventanas, para que salga el humo!

Isabel le dijo, muy serena, salvando así la casa:

-- ¡Al revés, Antonio, al revés: lo que hay que hacer es cerrar todas las ventanas y todas las puertas para que el fuego no salga de este cuarto!

Y así fue. Y así, cuando llegaron, los bomberos se pudieron limitar a apagar la colección de tebeos de "Don Micky" de Fernando que ardían en su biblioteca. ¿Por qué no ardió nuestra casa completamente? Pues porque, casualmente, Isabel, que estudiaba Enfermería en la Facultad de Medicina, había tenido aquella misma semana un cursillo de primeros auxilios en materia de fuego, con demostración en el Parque de Bomberos incluida. Si no hubiera sido así, quién sabe lo que podría haber ocurrido al propagarse las llamas en una casa, como la de Cózar, con libros hasta debajo de las camas.

En memoria de Rafael de Cózar urge que la Educación para la Seguridad y el conocimiento y práctica de los primeros auxilios se enseñen en las escuelas, en los institutos, en la Universidad; se divulguen por los medios informativos; se organicen cursillos en las asociaciones de vecinos, en los gimnasios, en las cofradías. ¿Usted sabe qué tiene que hacer si hay un terremoto? ¿Usted sabe qué tiene que hacer si en un restaurante el amigo que está almorzando con usted se atraganta con un trozo de bisté? ¿Usted sabe qué debe hacer y qué no hacer de ninguna manera si es el primer automovilista que llega donde un coche se acaba de pegar un castañazo importante en la carretera? ¿Usted sabe hacer la respiración boca a boca? No sabemos nada de seguridad. En vez de tanta manipulación de Educación para la Ciudadanía, lo que necesitamos (y urgentemente) es una Educación para la Seguridad. Antes de que mueran más escritores como el bueno de Rafael de Cózar, tratando de salvar del fuego sus queridos libros y dando, al final, la vida por ellos.

 

                     

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