ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC, 1 de abril de 2015                 
                                
 

Tramo de cirios de la Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla

La luz del Silencio

Sevilla te mantiene eternamente joven. Como es un pozo sin fondo, te rejuvenece continuamente: todos los días aprendes algo de ella. Como si estuvieras en la escuela. Dicen que el peor signo de vejez es la falta de curiosidad. Y como Sevilla todos los días te enseña y todos los días te examina a ver si te sabes bien su catón, es como si le hubiéramos comprado a los hijos de Lola Ortega en la Plaza del Cabildo el retrato de Dorian Gray, para que envejezca por nosotros. Retrato en forma de sillares de piedra del bajante de la Catedral a los que el invierno les saca la papeleta de sitio de la Esperanza y les pone un antifaz de terciopelo de verdina; o en forma de los mármoles romanos que cimientan la Giralda; o en forma de árboles que ves crecer como almanaques vegetales con las hojas color Quinta Angustia de la jacaranda. Enverdinándose la piedra, oscureciéndose el mármol, envejeciendo la arboleda callejera, Sevilla nos mantiene eternamente jóvenes, niños con zapatos nuevos de un eterno Domingo de Ramos en que estrenamos cada día nada menos que el gozo de conocer algo más de la ciudad insondable, inabarcable. Infinita.

Decía Rilke que la verdadera patria del hombre es la infancia. ¿Estuvo Rilke en Sevilla, acaso camino de Ronda? Y camino de Ronda, pacó, pacó, pacó, ¿vio acaso Rilke la Ronda, en su rito de esta tarde de Jueves Santo? En la dual Sevilla hay dos Rondas: la Ronda de Capuchinos y la Ronda del Jueves Santo, la que tras recorrer la carrera oficial por orden del Cabildo de la Ciudad llegaba a la Puerta de San Miguel de la Catedral y le daba la novedad al otro Cabildo, al Metropolitano: "La ciudad permanece sosegada y en calma, como corresponde a la festividad del día". Ay, si Rilke en vez de ver la Ronda del Tajo se viene a Sevilla a ver la Ronda del Jueves Santo... Hubiera corregido su frase. Rilke hubiera dicho lo que ahora afirmo: "La verdadera patria del hombre es su recuerdo infantil de la Semana Santa". El certísimo territorio del eterno retorno a la infancia. En el que, como niño que eres, cada año descubres el mundo.

Gracias a los hospitalarios balcones de mi hermana Pilar la zapatera, descubrí la pasada Madrugada en La Campana que El Silencio en Sevilla no sólo se oye, especialmente en la calle Francos, ¿verdad, Alberto Ybarra Mencos?, sino que El Silencio se ve. El Silencio en Sevilla tiene luz. La luz de la fe en las llamas de la cera ardiente. Para que se oiga bien El Silencio de Jesús Nazareno, el que anduvo por la esquina de la calle de Mar, la Primitiva Hermandad inventó los pitos. No se oyen los pitos del Silencio. Se oye el Silencio cuando callan los pitos. Y la luz, esta machadiana luz de la infancia eterna de la Semana Santa, nos la revelan los cirios de los primitivos nazarenos. "Per me Reges regnant", nos dice la Virgen de los Reyes desde la plata de su baldaquino. "Por nosotros llaman nazarenos a los que acompañan a Cristo y a su Madre en Semana Santa", nos dice el baldaquino de cera ardiente de la luz de estos cirios del Silencio. Si queréis aprender algo nuevo esta Madrugada, observad cómo los primitivos nazarenos, con la mirada siempre al frente, alzan al cuadril rítmica y ordenadamente esos cirios, o cómo los hacen descansar en el suelo en las paradas. Ni el mejor coreógrafo de la Ópera de París hubiera diseñado este ballet de la luz. ¿Han visto caer las fichas de un dominó alineadas una junto a otra en cuanto se empuja la primera? Pues así cae a tierra la luz, la luz de la Fe, de los cirios del Silencio, uno tras otro. Es como si ese niño que todos llevamos dentro hubiera empujado al primer cirio del tramo y ese hubiera hecho ir cayendo, rítmicamente, uno por uno, nunca antes que el siguiente, exacta, a toda la cera. Y cuando la cofradía vuelve a echar a andar, es como si la luz le hiciera la ola a Jesús Nazareno, como en un estadio, por haber marcado el gol de la Salvación. Se va alzando pareja a pareja la luz de los cirios como un oleaje que empujara el frío viento de la Madrugada. Lo descubrí ahora hace un año. Usted puede descubrirlo esta noche. En el Silencio de nuestra patria sevillana. Porque la verdadera patria del hombre, ay, es su recuerdo de la Semana Santa.

 

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