ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 13 de mayo de 2015                 
                                
 

Fósiles centralistas

Como unos días es San Antón, porque me sale con barbas, como un autorretrato, y otros la Purísima Concepción, con celeste tinta de seise, perdonen que el artículo parezca hoy una de las personalísimas Postdatas con las que Andrés Amorós, a modo de media verónica, rematar suele sus bien plumeadas crónicas isidriles. Porque en muchos órdenes de la vida, la veteranía es un grado: menos en el mundo del toro, donde la antigüedad es un rito. El toreo ha mantenido sus liturgias porque en la Fiesta no hubo un Concilio Vaticano que acabara con ellas. Por eso los toros de Miura siguen sabiendo latín. Tanto mantiene los ritos tradicionales el toreo, que en la España de las autonomías la Fiesta Nacional nos detecta, como en un análisis del ADN de España, lo mucho de centralismo que llevamos todavía en la masa de la sangre.

Lo digo por mis amigos Pepe Moya y Concha Yoldi, que antier ganaron antigüedad con una ilusión en forma de ganadería de bravo que mantienen, El Parralejo, de cuyo hierro se lidió una novillada en Las Ventas. Esto de "ganar antigüedad" quizá les suene a marcha militar de la Armada; a esa "Ganando Barlovento" que la oyes y estás viendo al "Juan Sebastián de Elcano" largando todo el trapo frente a la Alameda de Cádiz, rumbo a las Antillas. Pero no. Ganar antigüedad para una ganadería es ponerle una fecha por dentro al anillo de su historia. Y sólo se gana en la plaza de Madrid. Centralismo puro en la España de las autonomías. Hasta que lidias en Madrid, no existes. Igual que Pío Baroja aconsejaba a los jóvenes lo de "si quieres ser escritor, vente a Madrid y ponte en cola", a los criadores de toros de lidia hay que decirles: "Si quieres existir como ganadería, habla con la empresa de Madrid y ponte en cola para ganar antigüedad".

Como andaluz con ejercicio y servidumbre me hierve el agua del radiador cuando pienso que El Parralejo ha corrido encierros bravísimos, con novillos de vuelta al ruedo y de premio al mejor de la Feria, en plazas de primerísima categoría como Valencia en las Fallas, Pamplona por San Fermín o Bilbao en la Semana Grande. Que no son unas portátiles, vamos, sino las del "toro de Bilbao" y del "toro de Pamplona". Nada de eso ha existido para la historia de El Parralejo, hasta que no ha corrido toros en Madrid, como ese segundo, "Levítico", que tenía incluso el berreíto de bravo al coger con codicia la muleta. Andrés Amorós sabría poner ahora con rigor una frase de Ortega y Gasset que quisiera citar: el toreo es el mejor reflejo de la política y la vida de España. A pesar de las autonomías (y del pastón que nos cuestan) el centralismo no ha desaparecido en España, si la miramos en el espejo orteguiano de la Fiesta. No se toma antigüedad ganadera si no se lidia en Madrid y si eres torero, no vale tu alternativa, aunque te la hubiera dado Belmonte con Joselito de testigo, hasta que la confirmas en Las Ventas. Como cuando el grado de doctor sólo lo confería una Complutense que era la Universidad Central, los doctorados en Tauromaquia que son las alternativas sólo los otorga Madrid; allí hay que hocicar para revalidarlos.

Lo que ocurre es que estos vivientes fósiles centralistas en el toreo se ven, porque se mantienen sus ritos. En la política igualmente existen, pero se disimulan. El dirigente de Ciudadanos en Andalucía quería respaldar la investidura de Susana Díaz, y así lo manifestó. Pero vino Albert Rivera y desde Las Ventas de la política le dijo que dónde vas, chaval, anda, recoge las gallinas, que vienen los cómicos. Y Ciudadanos reculó en darle la alternativa a Susana y le votó un "no" como un pañuelo verde. Y ahora Susana Díaz, hartita ya de pañuelos verdes, en plan señorita torera, anda buscando su confirmación en Madrid. Cuentan que negocia directamente con Rajoy para que, con su abstención, el PP, obedeciendo órdenes de Madrid como al nombrar a su propio candidato, le confirme la alternativa de la investidura y tome antigüedad como presidenta. ¡Música, maestro Tejera! ¡Óle el centralismo con el que no acabaron las autonomías!

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