ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 28 de mayo de 2015                 
                                
 

Signos de Corpus

Sevilla, ciudad de vísperas. A veces desmesuradas vísperas, sacadas de quicio, de medida y de lugar, como en el caso de la Cuaresma; o en el caso de la Feria, donde la Noche del Alumbrado se ha convertido casi en la Semana del Pescaíto. Y como quiera que el Corpus es una de las fiestas que ha conservado mejor su medida (salvo esas kilométricas representaciones cofradieras) tiene también las vísperas más breves. Vísperas... Como la hora canónica: Vísperas y Completas.

La víspera del Corpus apenas dura una tarde. Tarde con noche de escaparates y altares, balcones colgados y fechadas decoradas como nos contaba don Juan de Mata Carriazo que se puso entera la carrera real, del Arco de la Macanea al Alcázar, cuando en 1526 vino el Emperador Carlos, que tampoco tenía mal paladar el hombre, a desposarse aquí con Isabel de Portugal. (Que por cierto creo que fue uno de los primeros convites por todo lo alto que se sirvieron en el Alcázar. Refinadísimo: hasta nieve de los pozos de Constantina trajeron para enfriar los sorbetes entre plato y plato. Lo que no cuentan las crónica es quién dio el cáterin. Para mí que Rafael Juliá, porque Miguel Ángel estaba en aquellos días haciendo La Piedad para El Baratillo del Vaticano, tengo entendido, ya que el Papa era muy de la Puerta Larená.)

Y este Corpus que no tiene apenas vísperas, que no tiene Cuaresma, nos trae por el contrario signos en los que encontramos el anuncio del gozo de juncia, romero, seises y campanas altas que ha de venir. ¿Saben cuál es el mejor signo de que se acerca el Corpus? Que los capillitas tela clásicos sacan la chaqueta de mil rayas y cambian la seda del traje oscuro de los cabildos por esta prenda colonial y antillana. No las conté, pero no vean la cantidad de chaquetas de mil rayas cofradieras que había la otra tarde en el patio del Convento de San Acacio (vulgo Real Círculo de Labradores) en la inauguración de la exposición sobre las huellas que el Señor de Sevilla ha dejado en San Lorenzo, a los cincuenta años de bendición de Su nueva casa.

Y las flores... Los signos de la Semana Santa se adivinan con una sola flor: el azahar de los naranjos. Al que se le han escrito siete mil millones de sevillanas y ocho o diez mil millones de versos. Malísimos. Tan malos, que incluso rehuyo últimamente la palabra: hablo de los naranjos en flor, nunca del azahar. A la Semana Santa la anuncian sólo los naranjos en flor. Pero al Corpus lo anuncia toda una cartelería de flores de árboles y arbustos sevillanos: la buganvilla, el magnolio, la jacaranda, la tipuana, el jazmín del Príncipe... ¿Quieren ver el mejor cartel de Corpus? Pues vayan a la calle Martín Villa y pónganse en la esquina de Orfila. Y miren hacia la casa del Marques de la Motilla, sí, ese trozo de Florencia que el arquitecto Gino Coppede trajo a la Sevilla de los años 20 por mor del ensanche de la calle de la Plata. Junto a la torre que recuerda tanto al Palazzo Vecchio de Florencia, se desborda y chorrea por la tapia de ladrillos una buganvilla estrictamente monumental. Son los secretos pregones del Corpus que dan las casas palaciegas de Sevilla. Ya está pregonando Corpus la buganvilla de la casa del Marques de la Motilla, como pregona Corpus la buganvilla del apeadero de la Casa de Pilatos y pregona Corpus la buganvilla de la fachada interior de la Casa de las Dueñas.

¿Las portadas de la Plaza, dice usted? Esas son al Corpus lo que la Rampla del Salvador a la Semana Santa. Pero sin chiquillos que correteen. Y habrá unos secretos signos que no conocemos, que son los seises ensayando en estas tardes coplas de uva y de trigo. Yo me acuerdo, ya derribado el Colegio San Miguel, de verlos ensayar en el patio de su casa de la calle Placentines, cuando los dirigía el canónigo vasco don Ángel Urcelay. Pero, sobre todo, el mejor signo de Corpus lo vi por la calle Lagar. Saliendo de uno de los anticuarios de la calle Acetres, un joven y sensible prioste de alguna hermandad de gloria llevaba no sé qué dorada artística pieza que verá usted la maravilla que va a hacer con ella cuando la ponga en ese altar que ya, entre suspiros de impaciencia, está soñando montar en la calle Sierpes...

 

 

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