Lo leerían en la crónica de J.A. Cañas sobre la vuelta a su ciudad natal del bergantín-goleta más marinero y más gaditano que surca los mares: el buque-escuela "Juan Sebastián Elcano". Como la gente es tan novelera en ambas dos ciudades de legendaria fundación por Hércules, todo el mundo quería hacerse un selfi con el descamisado alcalde. ¿Cuántos selfis se hicieron en el muelle de Cádiz? ¿Cuántas foto a "Elcano"? ¿Y cuántas se estarán haciendo ahora en todo el verano andaluz y en las vacaciones por otras tierras? ¿Cuántos selfis se hacen cada día los japoneses ante la Giralda? Si el Cabildo cobrara por los selfis como por entrar al Parque Temático Patriarcal y Metropolitano, los sevillanos hasta podríamos recuperar la Catedral como templo de culto y no como museo para los turistas.

Y desde la tierra del "Juan Sebastián Elcano", Fernando Casas Ciria, el genial Bati de Cai, me hace pensar en un mal de nuestro tiempo que nadie ha detectado. Saben lo que es el Síndrome de Diógenes, ¿no? Ese viejo solitario que acumula basura y más basura en su casa, que al final sale ardiendo y causa una ruina. Pues las nuevas tecnologías han producido un nuevo Síndrome de Diógenes que padecemos todos: guardar y guardar fotos, vídeos, discos, películas, toda la basura digital que nunca veremos ni disfrutaremos, con las que llenamos megas y megas y gigas y gigas de disco duro y de memoria del teléfono móvil. ¡Menos mal que estas basuras digitales no salen ardiendo, como las que atesoran en sus cochambrosos pisos los vejetes solitarios del síndrome de Diógenes!

El hombre del siglo XXI tiende a hacer con su teléfono móvil y a guardar en su memoria miles y miles de fotos digitales, que nunca verá más y por supuesto nunca imprimirá en papel. Tiende a tener gigas y gigas de grabaciones domésticas de vídeos que guarda en su disco duro: de los hijos cuando eran chicos, del viaje a Italia, del crucero de aquel verano... Grabaciones que nunca verá. A las que hay que sumar los armarios llenos que tiene todavía de programas de la tele que grabó cuando había vídeos en VHS y que piensa algún día pasar a digital.

Y si es lector de libros electrónicos, el Diógenes digital tiende a bajarse por Internet, de gañote, miles y miles de títulos... que nunca leerá, porque, encima suelen ser de autores que desconoce y que le importan no un giga, sino una higa, y que permanecerán en el disco duro de su "e-book" de por vida. Eso sí, vende mucho eso de decir: "Tengo 5.000 libros que me han pasado". Con la TV digital, el Diógenes suele grabar una o dos películas diarias para verlas en una ocasión que nunca llega. Incluso se atreve a descargarse por Internet dos o tres películas diarias, a razón de unas mil al año, que nunca verá. Y lo mismo con la música: se descarga miles y miles de canciones que nunca tendrá tiempo, ni ganas, ni interés de escuchar.

Y para qué hablar de esos aficionados a los toros que se graban medio San Isidro de Canal Plus, tardes que nunca más verán. Por no hablar de los Diógenes del Carnaval gaditano, entre los que me cuento, que tenemos grabadas en VHS finales de 1981, de 1986, de 1992, cientos y cientos de agrupaciones en riguroso directo desde el Falla...y que nunca volveremos a ver. Tendríamos que vivir más vidas que mi gato Remo para ver las miles y miles de fotos digitales, vídeos y películas domésticas, los más de 5.000 libros electrónicos, las 1.000 películas anuales grabadas y descargadas... Un Síndrome de Diógenes virtual, que permanece en el subconsciente de todos. Este mismo artículo que tiene usted entre las manos, cuando termine de escribirlo y de enviarlo al ABC, lo guardaré en el disco duro del ordenador. No sé para qué. Lo único positivo es que los Diógenes digitales del siglo XXI no provocamos fuego alguno con nuestras basuras virtuales. El fuego purificador que acaba con ellas es el ordenador al que se le borra el disco duro o el teléfono móvil que se rompe y que en su avería perdemos a los mejor...dos o tres fotos realmente interesantes que no podemos pasar al nuevo terminal.

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