ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 20 de octubre de 2015                 
                                
 

Muy Guarra Ciudad

Como si yo fuera el primero que concedió una oreja en la plaza de toros de Sevilla, cuando los presidentes de las corridas eran concejales; y siendo aquel edil tan gallista no pudo darla a otro que a Joselito. Y no "en el patio de su casa" de la crónica de Gregorio Corrochano, o sea, en la Monumental de la Avenida de Eduardo Dato que José se tuvo de construir, más harto del belmontismo de los maestrantes que Morante de Eduardo Canorea... Como si yo fuera el hermano mayor de San Bernardo que propusiera añadir el título de Mariana a los oficiales de Sevilla, quizá el único verdadero, porque los restantes son falsías de ojaneta de La Barqueta. Dime de qué presumes y te diré de qué careces. "Muy Heroica": ¡tararí!; la más cobardona del mundo. "Muy Leal": "¡por aquí!"; la más tornadiza del orbe católico; tanto, que por símbolo tiene una veleta, cual la Giralda. Como si yo fuera aquel don Antonio Filpo Rojas, el concejal de la oreja a Gallito y el que añadió el "Mariana" a los títulos oficiales de Sevilla, sabrán que me encanta ponerle otros oficiosos, algunos de los cuales han calado, como el de "Muy Difícil Ciudad". Tela de difícil. Y ahora le añadiría otro: "Muy Guarra". -

Le he puesto ese título a Sevilla a la vuelta de Londres, donde hace unas semanas fui a hacer un mandado. Total, Londres está como Nueva York con respecto a Utrera cuando Bernarda y Fernanda fueron a actuar a la Feria Mundial de 1964 y su madre andaba horrorizada con que las niñas fueran tan lejos. Hasta que le dijeron:

-- Pero si Nueva York está la mar de cerca...

-- ¿Dónde está, miarma?

-- Un poquito más pallá de Barcelona.

-- Ah, entonces me quedo ya más tranquila.

Total, que como Londres está también un poquito más pallá de Barcelona, ahí al lado con el vuelo directo desde ese San Pablo que se quiere cargar Juan Espadas, que está enchochaíto con el aeropuerto de Málaga, fui a la antigua capital del Imperio Británico a hacer un mandado. Y me sorprendieron dos cosas, a saber:

1. No ves un solo papel tirado al suelo.

2. Es dificilísimo encontrar una papelera donde tirar ese pañuelito de papel con el que, con perdón, te has sonado el moquillo, del biruji que hace.

O sea, todo lo contrario de Sevilla. Sevilla es la cuidad del mundo donde hay más papeleras colgando de las farolas y, al mismo tiempo, más papeles, colillas, latas de refrescos, paquetes de pipas y porquerías varias tiradas por el suelo. ¿Qué hace la gente en Londres? Pues lo que servidor durante el mandado: guardarte el papel en el bolsillo hasta que encuentras una papelera, que allí están de kilómetro en kilómetro. Aquí, por el contrario, tienes todas las papeleras del mundo, por todos sitios...y la gente tira los papeles al suelo. Una barra de bar sin sus papeles por el suelo es mala señal: ruina de negocio. Un viejo dueño de bar familiar me contaba:

-- Mi padre, cuando abría el bar por las mañanas, cogía el flequillo de las servilletas de papel y tiraba ocho o diez arrugadas al suelo junto a la barra, para que se viera que esto tenía movimiento.

Ayer mismo he contado en la calle Rafael Salgado ¡una papelera cada 50 metros! Y en ambas aceras. Aceras llenas de papeles tirados al suelo por los que salen de la Clínica del Sagrado Corazón. ¿Qué pasa? Pues pasan por Sierpes y por la Avenida con su sirenita para no atropellar criaturas las silenciosas máquinas eléctricas barredoras de Lipasam, que nos cuestan una fortuna. Y que cuando ha pasado la última cofradía del día y levantan las sillas de la carrera oficial y aquello no es Sierpes, ni La Campana, ni la Avenida: es un estorcolero, aunque Lipasam reparta a los abonados bolsas para que no tiren al suelo las cáscaras de las avellanas y el papel del bocata del niño. Así que ya me contarán si Sevilla no se ha ganado a pulso el título de Muy Guarra Ciudad. Donde, paradójicamente, la gente tiene sus casas limpísimas. Como los chorros del oro. Del oro que nos cuesta Lipasam por lo guarros que somos.

 

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