Cómo será de único y de irrepetible Romero, que, puesto en el título su nombre, no ha hecho falta añadir el apellido para que usted sepa que esto va sobre la habitual profanación iba a decir de su monumento. Y lo digo: sí, profanación, ¿passsa algo? Pintarraquear con frases insultantes al Toreo en la figura broncínea de Curro Romero en la esquina de la calle del Áncora con el Paseo de la Marina (o sea, sobre el solar de la casa del Doctor Alemán, por decirlo todo en términos del "Casco Antiguo" de Abel Infanzón), es algo más que denigrar la figura de un artista o ir contra la Fiesta: es profanar, como hacen los antitaurinos cada lunes y cada martes, un símbolo del Toreo, de Sevilla y de la cultura española.

¿Cuántas veces han pintado ya el monumento de Curro? ¡Qué sé yo! Desde que lo inauguró Rajoy, quien recibió el abucheo del currismo por equivocarse en el número de faraónicas Puertas Grandes de Madrid y de Puertas del Príncipe de Sevilla, al monumento le han hecho de tó. No de todo: de tó. Le han robado el estoque, le han puesto un sombrero de Napoleón, le han escrito pintadas donde llamaban "torturador", "asesino" y no sé cuántas infamias más precisamente a quien ha dicho, casi con palabras de amante: "Torear es acariciar". Y por si fueran pocas estas tropelías, la pintura. A Curro le han echado en el monumento el catálogo completo de pinturas Titanlux, desde el blanco por la cabeza, como una ducha, al último rojo por manos y cara. Hijos: os falta el verde, que es el color de Curro, del Currobetis. Aparte de incivilizados animalistas antitaurinos no tenéis ni puta idea del arco iris cromático del arte de Curro. Que es verderón y que lo ponían verde los que se mosqueaban cuando se negaba a hacer como el que hace y tiraba por la calle de enmedio: bronca en el primero y gran bronca en el segundo.

¿Y cuántas veces han pintado a Curro no los animales animalistas antitaurinos, sino los artistas? Lo han pintado hasta con la voz, como lo pintó su amigo Camarón. Lo han pintado con la pluma, como un chufla que se atrevió a dedicarle un libro enterito, que tituló "La Esencia". Y lo han pintado los pintores, de Jean Cocteau a Escacena, quien en el almanaque de la Venta Pazo de este año lo pone toreando ante la memoria de su amiga la Duquesa de Alba, como antes ante la currista Condesa de Barcelona. Cocteau pintó los dos Curros, las dos caras de Romero, y nos dio con esos dos cuadros una lección sobre duales sevillanos, querido Micer Robles, coleccionista de antítesis barrocas. Curro es un dual en sí mismo: o la mata de romero o el almohadillazo. Y en el ecuador de esos dos hemisferios, la Verdad del Toreo.

Por eso es por lo que a Curro, igual que lo pintan los pintores con un pincel o con un cante, lo pintarraquean los antitaurinos y todas sus castas. Porque es un símbolo de muchas cosas: de la pureza, del arte, de la verdad, de la belleza. De Sevilla. Y sobre todo, del Toreo. Mira que hay monumentos a toreros en Sevilla; bueno, pues el que pintarraquean contra la Fiesta es siempre el de Curro. Nada más atravesar el Paseo Colón, estos bárbaros podían haber pintado en la otra acera "asesino" en el monumento a Pepe Luis Vázquez; o "Torturador" en el de su hermano Manolo. O cruzando el puente, en el Altozano, escribir sobre el monumento a Juan Belmonte: "La tortura no es cultura". O podían ir a Gelves, y pintarraquear la memoria de Joselito el Gallo. O subir a Tomares y llenar de ofensas la escultura a Ricardo Torres "Bombita". O plantarse en Villamanrique y hartarse de pintadas en el monumento a Pascual Márquez. Pues nada. Repito: mira que hay monumentos a toreros en Sevilla, pero no hay más esculturas que pintar que la de Curro Romero. Lo que demuestra lo que Curro sigue pintando en el Toreo según Sevilla. Y eso que hace ya quince años que se retiró en la plaza de carros de La Algaba. A su manera, despacito, siempre despacio: sin decirle a nadie que se retiraba y que empezaba a ser un mito.

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