ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABCde Sevilla, 11 de diciembre  de 2015                 
                             
 

Restaurantes de silencio

Yo tendría que llamar ahora al jefe de Prensa de la Renfe, director de Comunicación creo que le dicen ahora a estos puestos en las empresas. Pero me da una pereza que me mata. Tendría que llamarlo para ver si tiene mucho éxito, poco o ninguno entre los sevillanos ese Vagón de Silencio que pusieron en el Ave que va o viene de Madrid, y que es una maravilla. Por no hay tíos hablando a chillidos que se entera todo el cvagópn; ni madres con carritos de bebé; ni niños chicos que lloriqueen o correteen por el pasillo dando una mijita por saco; ni señor Escalante que te da el viaje hablando por el teléfono móvil, preguntando en la fábrica si llegó ya o no llegó el camión que esperaban. ¡Qué sofocón se lleva ese Escalante que nos cae siempre al lado con el camión, o con el pagaré, o con lo que toque! Ave. Por no citar al que se trae un lío con su secretaria y se pasa el viaje diciéndole carantoñas verbales que tenemos que aguantar todos, con las medias azules puestas.

No sé, pero me da el pálpito que el Vagón de Silencio no tiene mucho éxito entre los sevillanos, vecinos de la ciudad más ruidosa del mundo. Sevilla admira mucho a todo lo que le falta. La Muy Cobardona Ciudad admira a los toreros valientes: antes a Diego Puerta, ahora a Manuel Escribano. La Muy Bullanguera y Bulliciosa Ciudad admira El Silencio de la Primitiva Cofradía de los Nazarenos de Sevilla. Por eso me pega tela que a los sevillanos, más que el Vagón de Silencio, les guste en el Ave el Vagón de la Banda Tejera o el Vagón de Las Cigarreras.

Sevilla tiene los restaurantes más ruidosos del mundo, donde ni se puede hablar, de la algarabía ambiente, y no he escuchado nunca a nadie quejarse, ni pedir la hoja de reclamaciones porque sales de allí ronco, de tanto chillar para que te puedan oír. ¿Cuantos Restaurantes de Silencio hay en Sevilla, en los que se pueda hablar tranquilamente y bajito, donde escuches al que tienes al lado en tu mesa sin tener conversar a grito pelado? Pues Oriza y pare usted de contar, salvo el superior criterio de los señores Mentapicada y Euleón, especialistas en la materia en ABC. Aquí abundan los Restaurantes de Chillidos, donde se establecen como campeonatos de hablar alto, de modo que no te enteres de nada y acabes ronco. Entras y aquello está más o menos silencioso. Pero conforme se va llenando y van avanzado las comidas o las cenas, se va chillando cada vez más. Si en una mesa hablan alto, en la de al lado tienen que hablar más recio todavía, para enterarse. Hay como un desafío de chillidos, que acabas con la garganta hecha mixtos y la cabeza abombada de tanto ruido.

Lo he observado en estos días en que me ha caído al lado más de una larga mesa de compañeros de trabajo en comida de Navidad, ofú. Cuanto más larga sea la mesa, más chilla. Nada digo por mayo, las mesas de primeras comuniones, eso es un horror. Yo echaba a pelear las comidas de Navidad con los almuerzos de primera comunión, a ver en cuál se chillaba más y se hablaba más alto.

Me extraña que las Ordenanzas Municipales contra el Ruido no incluyan a los restaurantes, cuya insonorización debería ser obligatoria. Al que abre un restaurante le exigen baño y acceso para minusválidos (o gente "con movilidad reducida", como dice la nueva cursilería políticamente correcta); salida de emergencia; media docena o docena y media de extintores; un verde letrero de "Salida" con un tío corriendo sobre a la puerta por donde estás viendo que se sale, ¿para qué poner el letrero, joé? Pero en cambio no le exigen la menor medida contra los decibelios de la conversación de los sevillanos gritones. Ni la menor insonorización. Por eso yo los restaurantes de Sevilla, aparte de soles o tenedores de su cocina, los clasificaba por bocinas, símbolo del ruido, con un icono como el que viene en el móvil para quitarle el timbre. Habría restaurantes de una bocina, de dos bocinas, de tres bocinas, de cuatro. Y de cinco. ¿Por qué joía casualidad siempre nos convidan a almorzar en un restaurante de cinco bocinas?

 

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