ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla,  4 de febrero  de 2016               
                             
 

Hierbabuena en el Paraíso

Llovet. Como Enrique Llovet, el autor de "Yo te diré", la más bella habanera jamás escrita, tan gaditana y tanguera, de "Los últimos de Filipinas", que parecía que estaba esperando a Quico Zamora y a Rafael Pastrana para que la llevaran a las tablas del Falla y a las esquinas de los cañones de bronce en la batea de su coro de rayadillo y manigua. Llovet: María del Carmen Llovet Muñoz. Carmen. Como "el nombre de Carmela en la proa de mi barca" caletera del tango de las dos novias bonitas, Rosario y Carmela, que el sentido le siguen quitando al Coro de la Viña con la inspiración de Antonio Martín en la memoria de "La Plastilina", entre pitos y flautas, vámonos que nos vamos a Venecia del tirón.

Así que María del Carmen Llovet Muñoz, ¿no? Ese era el mote que le tenían puesto en el Registro Civil, que como creo que la inscribieron un día de Carnaval, con cielo plomizo, suelo alfombrado de papelillos y serpentinas enredadas por los cables de la luz de la Calle Ancha, el escribiente del Juzgado, todavía con el morazo de valdepeñas, se creía que estaba haciendo un tango para Quirós: gaditana María, mi rosita temprana, la flor más bella de Andalucía en la caja de resonancia del teatro, como el vientre de la mujer española en forma de guitarra que Paco Alba le puso a la chirigota para convertirla en comparsa.

Ese era su mote, María del Carmen Llovet Muñoz. Un mote gaditano, como el Carapapa, el Carapalo, el Carapalio o el Carataza. Pero su verdadero nombre, el que constaba en los libros gordos de la pila bautismal de las aguas de La Caleta, era María la Hierbabuena. Como Lucas el bombista, que no fue autor, ni compuso una música siquiera. Como Pepe el Sopa, el forjador postulante del Senado Romano del arte de Paco Alba, que cuando las Fiestas Típicas lo hicieron monumental estatua de cartón piedra, arco triunfal de entrada a la plaza de San Juan de Dios, con el tipo de "Los Hombres del Mar", y don José León Carranza le decía cuando se lo encontraba: "Pepe, hijo, todos los días para ir a la alcaldía tengo que pasar por debajo de tus santos cojones". Como Pucherito, que vendía por Carnaval los libretos de Joaquín Quiñones y por Semana Santa el pirulí de La Habana delante de las cofradías. Como Pascual Macarty, que le fue al mismísimo Hércules a por el café que le había dejado pagado en la plaza Perico el Melu, y el Fundator Dominatorque le encargó que no dejara nunca de ponerse su amarilla camiseta del Cádiz ni de darle vida a su coro viñero. Como El Bolea, general imposible de los atacantes con la manga de café.

María la Hierbabuena era de la parte carnavalesca de los personajes inmortales del Cádiz del arte: de los Embustes Completos de Pericón; del Beni imitando el sonido de las persianas con el Levante; del Cojo Peroche recibiendo en el muelle al Almirante Paternina; de Ignacio Espeleta, que le preguntó García Lorca en qué trabajaba y le respondió: "Yo soy de Cádiz". María era de Cádiz. Como una versión en prosa de los versos de Gitanilla del Carmelo, siempre en la Verdad del Mentidero. En la aritmética mágica del Carnaval, donde los cuartetos pueden ser de tres, de cuatro o de cinco, según, María la Hierbabuena era una agrupación unipersonal. Su sola voz en el teatro tenía tanto arte y gracia como las cuarenta de un coro, las quince de una comparsa o las doce de una chirigota. Hizo grito famoso del estribillo que en 1971 llevaba la chirigota isleña "Los Zipi Zape". Genorosa, se la gritaba hasta a la peor comparsa de Ubrique: "Óle, óle mi Càdiz, y lo digo a boca llena. Y al que no diga óle, ¡que se le seque la hierbabuena! Óle, óle y óle". Lo gritaba desde el Paraíso, palabra inventada por el lema del escudo de los filipenses que había sobre la entrada al gallinero del Oratorio, "cuando las Cortes de Cádiz"... y de Pemán. María, desde el Paraíso, donde trasminaba a gloria su vocal mata de hierbabuena, siempre regada por su gracia, fue bajando hasta la autoridad de ese palco 18 que eternizará su nombre. Dicen que María ha muerto. Un embuste gaditano. Como los de Pericón. María ha vuelto a su Paraíso. Al Paraíso de ese cielo con angelitos de Tino Tovar que es como el techo de Abarzuza en el teatro, pero de verdad. Y es que a San Pedro se le estaba secando la hierbabuena que le había llevado Rocío Jurado y quería que María se la riegue ya para siempre con la gracia gaditana de su grito: "¡Óle, óle y óle!".

AUDIO DEL ESTRIBILLO DE LA CHIRIGOTA "LOS ZIPI ZAPE" (1971), DE DONDE MARIA SACÓ SU FAMOSO GRITO

 

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