ANTONIO BURGOS | ANTOLOGÍA DEL RECUADRO


 

ABC  de Sevilla, 5 de agosto de 2016
                             
 

Veranear en Sevilla

Estoy descubriendo este año algo que me da miedo escribir, en el eterno problema de la masificación. Me da tanto miedo escribirlo como decir que a la Quinta Angustia hay que verla por Molviedro, porque después aquello se llena, o que la música del Silencio donde suena bien es en la calle Francos, porque después no se cabe... Porque temo que lo que voy a decir, como es una verdad que cae por su peso, se ponga de moda, con lo cual perdería todo su encanto...

Porque lo que voy a decir ya lo descubrió hace mucho tiempo don Pedro Rodríguez de la Borbolla y Amoscótegui de Saavedra, aquel sevillano ministro de la Corona, a quien, en San Sebastián, un verano le dijo Don Alfonso XIII:

-—Perico, ¿sabes que hoy ha hecho cuarenta y tres grados en Sevilla?

A lo que respondió Borbolla:

--Señor, la que me estoy perdiendo...

Lo que quiero decir es lo mismo que Borbolla: que donde se veranea bien de verdad es en Sevilla. Sevilla sin gordas. Sevilla sin corbatillas. Sevilla sin chuflas. Sevilla sin coches. Sevilla sin concejales. Sevilla sin directores de banco. Sevilla sin niños de la brillantina y el loden. Sevilla sin niñas peras de los bermudas. Sevilla sin sevillanos, qué maravilla, que dijo el hermano de Manuel Machado, y por eso cogió el portante y se fue...

Te dejan a la ciudad como antigua, que otra vez vuelven a escucharse las campanas, y los altos vencejos de las torres, y por las noches, en los jardines, se escucha el cucú del Parque. Suenan lo, cascos de los coches de caballo, y se oyen las voces de los pocos niños que - juegan todavía en las calles. Es como una vuelta atrás en el tiempo, velas en la calle Córdoba, sillones del Mercantil, un ritmo lento de vida, sin nada que hacer, andando, pasando por las esquinas que no se doblan desde la Semana Santa.

Donde de verdad se veranea bien es en Sevilla. Antes de Borbolla lo sabía mucha gente. Y después. Un día, el doctor don Ángel Rodríguez de Quesada, el padre de Isabel y de Blas, al preguntarle que dónde pasaba los fines de semana, me respondió:

-—¿Yo? En Sevilla. El martes me voy a Puntumbría, pero me vuelvo el viernes, cuando llegan todos y lo ponen aquello imposible. Donde se está bien el fin de semana en verano es en Sevilla...

Creo que cada vez somos más los enemigos de las playas, los canastos, el congelador de la fanta fresquita y la cruzcampo, las sombrillas y las asendías que nos quedamos el fin de semana en Sevilla. A descubrir Sevilla. A ir a los toros, si los hubiere o por lo menos a las nocturnas sin caballos de promoción, entre un chasquido de pipas de girasol. A andar por las calles por las que no pasamos desde Semana Santa. A descubrir las plazas. Un atardecer veraniego en la plaza de San Lorenzo, en los veladores del Bar El Sardinero, no tiene nada que envidiarle, incluso ni estéticamente, a la mejor puesta del sol en ese mar contaminado, bullicioso y lleno de gordas pringadas de bronceador. Una larga tarde de verano por Triana, a la orilla del río, o junto a la maravilla barroca del Salvador, en los veladores de La Alicantina, era lo que se estaba perdiendo Borbolla.

Sevilla sin sevillanos es la mejor maravilla machadiana del verano.

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