ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla,  4 de octubre de 2016
                             
 
El Rey del Adobo

En el mundo de Internet hay un invento maravilloso al que les recomiendo se suscriban: Kiosco y Más. Es una aplicación para su teléfono móvil, su tableta o su ordenador, que le permite, esté donde esté del ancho mundo, leer el ABC de Sevilla del día, entero y pleno, exactamente igual que en papel, ¡hasta con las esquelas! Pero no el ABC para Internet, no: el ABC tal como el repartidor de las suscripciones se lo echa por debajo de la puerta; o como lo compra usted en el puesto o le pega el mangazo de lectura en la barra del bar del desayuno. Gracias a Kiosko y Más estaba yo el sábado en Oviedo, y andaba leyendo el ABC del día cuando de pronto...¡me llegó un olor a adobo más bueno hasta los mismísimos pies del Naranco! Vamos, como si estuviera pasando por la calle Tetuán, que es como los sevillanos le llaman a Velázquez. (Pinte vuesarced Las Meninas, don Diego, para que sus paisanos le digan a su calle Tetuán.) ¿Por qué el cuarto trasminaba al sevillanísimo olor a adobo? ¿Qué digo olor? ¡Aroma, perfume! Pemán decía que la mojama era "el jamón de la mar": yo me atrevo a decir que el aroma del adobo de la calle Velázquez es el "incienso civil" que le tributa a Sevilla honores de majestad y gloria. Por muchas franquicias que pongan en la calle Velázquez y en Tetuán, siempre nos quedará la fragancia del adobo, "azahar de la mar", tan nuestra como el aroma de los naranjos en flor.

¿Por qué olía a adobo en el Principado? Porque en ABC, Isabel Aguilar le hacía una certera y grata entrevista al que en Estados Unidos llamarían ya El Rey del Adobo. Como yo, sin ser americano (ni Dios lo "premita"), se lo digo ahora mismito, sacando de pila (de la Pila del Pato, naturalmente) a don José Blanco. El de Blanco Cerrillo de toda la vida, la marca moyatosa que antaño extendía su imperio por toda Sevilla, de Joaquín Guichot a la Casa de la Moneda o a República Argentina, y que ahora está condensada y compendiada en estos 36 metros cuadrados, 36. Tras cuya barra 6 camareros, 6, con el decano Francisco Montes a la cabeza (que lleva allí 46 años), hacen algo que ha desaparecido en Sevilla: el milimétrico, velocísimo, eficaz y exacto ballet de los camareros tras las barras de los bares, corre que te corre, como los de Los Corales, como los de Los Candiles. ¿Cómo consiguen andar los kilómetros que recorren al día a velocidad casi olímpica, sin darse ni un solo chocazo, sin que se les derrame ni una caña o una sola ración de ensaladilla o huevas, que las hace, como antaño el adobo, la madre de don José Blanco. O sea, la Reina Madre del Adobo. Y vamos al adobo. Cómo será de ritual el adobo, los boquerones en adobo de Blanco Cerrillo, que los camareros del maravilloso ballet hostelero de las cañas y las conchitas de artamuces (vulgo altramuces), no tienen ni que nombrarlo al pedirlo a la mínima cocina, como de un submarino:

-- ¡Dos más!

Y son dos más de olorosas, crujientes, sabrosas tapas de boquerones en adobo. Que te llegan al tercio de muleta con la banderilla de un palillo de dientes que parece que lo ha colocado Almensilla. 90 años lleva el Rey del Adobo, 90, en este minúsculo templo, que es como una versión civil y en taberna de la capilla de la Pura y Limpia: esa Sevilla "mínima y dulce". Don José lo sabe. Ese es su éxito: si tuviera más espacio, no sería igual el templo del arte sevillano del adobo, para mí que heredero de la mejor Roma, del "garum". El de nuestra cocina del subdesarrollo: cuando las pescaderías vendían el fresco por la mañana, por la tarde freían el que había sobrado (verbigracia, La Isla en García de Vinuesa) y al que ya cantaba "Campanera" lo ponían en adobo para disimular. No es el caso de Blanco Cerrillo, que da gloria bendita de la mar, oliendo a incienso civil, en esa maravillosa bulla con conchitas de artamuces. O en los poquitos veladores de José de Velilla, que no molestan a los peatones. Lo único malo que tiene esta gloria celestial del adobo es cuando vas de nazareno en La Quinta Angustia, hay un parón en Velázquez porque Montensión está entrando con retraso en La Campana y le toca a tu tramo estar veinte minutos precisamente en la esquina del olor a gloria bendita del adobo. ¡Y tú con esa hambre, y a esas horas, oliendo esa maravilla bajo el antifaz!

 

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