ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 3 de enero de 2017
                               
 

La bronca del ratero

No porque seamos de aquí y estemos convencidos de que en Sevilla hay más arte que en ningún lugar del mundo. Lo cual, además, es de verdad. Pero oímos la otra tarde la historia de un sucedido verídico, que diría Paco Gandía, ocurrido en nuestro barrio, que tiene todo el arte del mundo. Verán. En la jerga de la Policía y de las secciones de Sucesos, como tantas otras voces del habla de Sevilla, se está perdiendo la palabra "descuidero". Que el DRAE define perfectamente: "Dicho de un ladrón: que suele hurtar aprovechándose del descuido ajeno." Aunque no los designemos con esa palabra, descuideros sigue habiendo en Sevilla a manojitos. Como perpetuación de un viejo dicho sobre esta histórica y artística modalidad de choris, que resumía la frase: "Ojos que no ven, gabardina que se llevan". Hay que echarle una miraíta a todo cuando estamos en la terraza de un bar, sentados en eso tan raro y tan escaso en Sevilla como un velador.

-- ¿Vela..qué?

Velador, hijo, velador. De los que hay millones de trillones por todas partes para no dejarte andar por la acera, porque el que está repachingado en una butaca ante un velador se siente dueño de la calle; vamos, hasta con la escritura de propiedad bajo el brazo. Los rateros descuideros son, pues, como la industria auxiliar de la Economía Sevillana del Velador. Los camareros lo advierten a quien se sienta:

-- Señora, no deje ahí el bolso, que puede venir cualquiera y llevárselo...

Las señoras tienen dos grandes especialidades con los bolsos: una, dejarlos de forma que hagan prácticas con ellos los rateros que aún cursan el primer Módulo de Choris; y otra, tenerlos de forma que no encuentran nunca el teléfono móvil cuando les suena dentro. Pero nuestra historia de descuideros no va de bolsos de señora sino de otro preciado objeto que sobre los veladores dejarse suele: el teléfono móvil. La gente deja el móvil sobre el velador mientras se toma su cruzcampo fresquita y su tapita sin pensar que puede llegar un descuidero, echarle mano al teléfono y estar ya mismo en Las Tres Mil, de lo que tajelan cuando apañan uno. Tal ocurrió la otra soleada tarde en una terraza del barrio. Estaban de sobremesa en un velador unos amigos Modelo Los Compadres, tomándose su-lo-que-sea-en-copa-de-balón tras un agradable almuerzo de antiguos condiscípulos del cole. Uno de ellos tenía el móvil sobre la mesa. Que endiqueló el descuidero de guardia y le faltó tiempo para acercarse, echarle mano y salir corriendo:

--¡Quillo, que ese tío se ha llevado tu móvil!

Y allá que salieron corriendo tras él, hasta que alcance darle pudieron. Lo agarraron el uno del gañote y el otro del brazo, y ni presunción de inocencia ni leches

-- ¡Dame el móvil que me acabas de quitar!

-- ¿Qué móvil? Yo no he cogido ningún móvil.

-- ¡El que llevas en el bolsillo!

-- Yo no llevo ningún móvil en el bolsillo.

-- ¿A que te llamo y suena?

Cosa que el compadre hizo. Llamó al móvil del amiguete, que sonó en el bolsillo del ratero de Las Tres Mil. Quien ya, claro, no tuvo más remedio que devolverlo. Iban a darle las dos bofetás de reglamento, pero la Virgen del Dulce Nombre lo libró. Entregó el chori el botín de su hurto por descuido y se libró también de que llamaran a la Policía: total, ¿para qué?

Pero de lo que no se libraron los tres compadres es de que, encima, el chori les echara la bronca, en su sentido (y más que lógico) alegato de exculpación:

-- ¿Pero ustedes se creen que se pueden dejar de esa forma los móviles encima de las mesas, para que se los lleven?

Óooooole. Óle Rinconete y Cortadillo. Tiene razón el chori. En los veladores deja la gente los bolsos y los teléfonos móviles de modo que están diciendo: "Robadme".

 

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