ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 16 de febrero de 2017
                               
 

Rancataplán por un armao

Como cuando tras la paraíta con botellín de Cruzcampo que les daba Pepito Caramelos en el Ateneo venían los armaos de la Centuria por Cardenal Spínola, al mando de Pepe el Pelao, a paso ordinario, ran, cataplán. Como cuando tras haber terminado de sonar "Abelardo" rufaba entre cales de la tapia del convento de Santa Rosalía y balcones con macetas de geranios el rancataplán del tambor de Hidalgo, redoblando la cercanía del Gran Poder de Quien derrota y hace llorar a las legiones de Roma. Así suenan hoy los tambores de la banda de la Centuria, al paso ordinario de la ley de vida. Pero suenan destemplados, como la carrañaca del Viernes Santo en la Giralda por el Señor muerto. Suenan casi como los tambores destemplados que guardan luto por el Señor, cuando esos romanos chuchurríos y sin arte ninguno de la iglesia de San Gregorio lo van acompañando en su Santo Entierro. Toda la alegría del arte de esos tambores macarenos que han ido a recoger a su capitán en la tarde del Jueves Santo y recorren el alma de Sevilla, de Sor Angela al Gran Poder, se vuelve ahora fúnebre rancataplàn de tristeza por la muerte de un armao de los viejos, de los veteranos de la Centuria, de los que llevaron de muchachos las corazas de costilla que había ideado el mismísimo Rodríguez Ojeda.

El macareno teletipo de la cera verde me dice al alba, a la hora de los calentitos en el desayuno de La Encarnación, que tras su último largo combate con la vida ha muerto y entregado su alma al Señor de la Sentencia un viejo armao que tantas madrugadas Lo escoltó, un decano de la Centuria, y si me apuran, un símbolo humanísimo de ella: Manuel Muñoz Mayoral. No le gustaba que le dijeran ese mote que, como buena formación militar que es, tiene todo el mundo en la Centuria, como los cadetes en la Academia Militar de Zaragoza o en la de Aviación en San Javier. Y yo ahora, querido y respetado Manuel, me vas a perdonar, pero sin necesidad de citar la etiqueta de un anís como hizo Paco Robles en aquel imborrable Pregón de los Armaos con el que se cortó la coleta de los atriles, te voy a llamar como te decía todo el Senatus Populusque Hispalensis del Pájaro al que al salir de la basílica le tocan la Marcha Real: El Mono. Porque si yo digo ahora que ha muerto el armao Manuel Muñoz Mayoral no se cosca nadie; pero si escribo, rancataplán, con tambores de luto, que a la Centuria se le ha muerto, ay, El Mono, a todos se nos nublan los ojos de la memoria, recordándolo en toda su plenitud y gloria de tantas madrugadas, desde los tiempos en que El Melli puso orden casi de Regimiento de Soria 9 o de Bandera del Tercio a una Centuria aguardentosa y jaranera.

Cualquiera diría que Manuel Muñoz tenía la nariz con la ternilla rota, como de boxeador retirado, cuando lo veía pasar en el Corpus, vestido de paisano con la representación de su Hermandad de la Esperanza. No, no era de boxeador. Era nariz de gladiador de Itálica. Igual que Pepe el Pelao tenía cabeza de mármol de senador romano, parecía como si El Mono hubiera sido indultado por Julio César en persona, tras partirse la cara en el albero del anfiteatro de Itálica con un pagano de las Galias, en defensa de la fe en su Señor de la Sentencia y en su Virgen de la Esperanza. Como a los militares de alto rango les hacen entierros con honores de capitán general, yo ahora, querido Manuel, querido Mono, formo tu honor a la vieja Centuria de la memoria para que te rindan armas e inclinen en tu honor el SPQR del Pájaro. Y así ahora te presentan sus espadines y sus lanzas, entre lágrimas, como cuando salíais derrotados por el Gran Poder, Pepe el Pelao, y El Melli, y Pepe García, Josele el carrero de San Basilio de gastador, y Manolete Loreto, y Romerito, y Pancho, y El Pijote, y Manolín Ortega, y Manolo Sánchez de alférez, y Corpas, y Eladio del Río, y Repiso el caboescolta, y esa gandinga con lo mejor de la plaza y el mayor arte del mundo racheando sandalias despacito. Terminado lo cual, toca el cornetín paso ordinario y a los sones de "Abelardo", querido Mono, sé que te vas, Arco adelante, rancataplán, camino del cielo macareno, que no es azul Carretería, sino verde Esperanza en la otra vida. En la que, a pesar de tu nariz de gladiador de Roma, cuando por la calle Feria te encontremos joven y con tu coraza de costillas, te volveremos a decir: "Óle los armaos guapos"....

 

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