ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 2 de junio de 2017
                               
 

Coches de punto

La portada del ABC del día siguiente a la huelga de taxis, hace tres fechas, nos rejuveneció bastante a los puretones. La recordarán: ante la falta absoluta de taxis en Santa Justa, un matrimonio de turistas montaba su equipaje en un coche de caballos y le decía al auriga que los llevara a su hotel. Cuánto les cobrarían a los pobres guiris es algo que me quedé con las ganas de saber. Seguro que por llevarlos les pegaron una estocá que, vamos, la coge el jurado de los premios de la Real Maestranza o el de los premios del Cortinglés y le concede por unanimidad al cochero el premio al mejor espadazo de la Feria...o de la huelga de taxis. Hasta la bola seguro que les metieron a los pobres la estocá, y no precisamente la bola del mundo que lleva San Fernando en la mano y que en su fiesta comparábamos con una asendía (vulgo sandía) de Los Palacios. Nos ha rejuvenecido esa foto de Raúl Doblado porque nos ha llevado a cuando en Sevilla coexistían dos clases de vehículos de servicio público: los taxis y los coches de caballos. Los coches de caballos no eran entonces exclusivamente para llevar a los turistas a ver la Plaza de los Toros por fuera o el Parque por dentro. Si un coche de caballos llevaba turistas a dar un garbeo por Sevilla era porque lo había contratado el conserje de un hotel. Y para los viajeros románticos de nuestro tiempo, los articulistas españoles que visitaban Sevilla, eran estos coches de caballos fuente inagotable de inspiración. César González Ruano los llamó "góndolas del asfalto", adivinando quizá la mucha Venecia que, riadas aparte, Sevilla lleva dentro, como esa homonimia de muchas parroquias, de El Salvador a San Roque, o la Judería de San Bartolomé. A los cocheros de punto se les atribuían muchas anécdotas de gracia, como la de la Casa de Pilatos, que conocen. El cochero que pasó con sus turistas a bordo delante de la casa que se fizo el primer Marqués de Tarifa y Adelantado Mayor de Andalucía, y señalándola con el látigo les explicó:

-- Y esta es la Casa de Pilatos, que se llama así porque se la hizo Pilatos para venir a Sevilla a pasar la Semana Santa y la Feria, que no faltaba el hombre un solo año.

Los coches de caballos tenían sus paradas fijas. Sus puntos. Así define "punto" la decimosexta acepción de la voz en el DRAE: "Lugar público determinado donde se sitúan los coches de caballerías para alquilarlos". Había un punto en la Plaza Nueva, otro en la de San Francisco, otro en La Magdalena, otro en El Duque. Donde los cogía la gente para ir a hacer mandados o volver a su casa. Como ahora los taxis. Exactamente igual. Hasta pintados de amarillo como antiguamente los taxis siguen en Sevilla los coches de punto, que ya sólo están en los turísticos de Matacanónigos o la Puerta Jerez, dedicados exclusivamente a darle paseítos a los guiris.

Esa portada de ABC me recuerda cuando en cada estación de tren y en la de autobuses había un punto: una parada de coches de caballos, esperando a los viajeros que llegaban. Yo recuerdo a mi padre llegando en coche de caballos a casa a la vuelta de algún viaje a Barcelona para ir a comprar pañería para su sastrería. A la llegada del exprés de Madrid, en el que se viajaba durante toda la noche, la gente cogía en la estación de Córdoba o en la de Cádiz un coche de caballos para ir a su casa. Y el cochero estaba tan ducho, que te tomaba la maleta y la ponía en el pescante. Y si era día de lluvia, aparte de la capota, había un hule que salía de ella y cubría la totalidad de los asientos del milord o la manola. Gracias a la huelga de taxis, el coche de caballos ha vuelto al punto, en todos los sentidos de la palabra. Al punto de la estación, ahora Santa Justa. Y otra vez se han montado los viajeros, les han puesto las maletas en el pescante y los han llevado al hotel. Claro que los puretones que los recordamos ya no somos aquellos chiquillos que cuando veíamos a un gamberrete de barrio reguinchado en el eje posterior del coche, le gritábamos al auriga: "¡Cochero, látigo atrás!".

 

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