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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 5 de octubre de 2017
                               
 

Una inmensa Plaza del Duque

En materia de destrucción de la ciudad de Sevilla, es un topicazo como una casa (o como una Torre Pelli, que es más alta) hablar de los derribos famosos de la Plaza del Duque, a los que tanto se opuso Joaquín Romero Murube. De ellos fue ejecutor el bueno y muy macareno Enrique Pavón el derribista, a quien Romero Murube bautizó con el sobrenombre del Verdugo de Sevilla, del que, paradójicamente, el virtuoso de la piqueta de la calle Parras estaba orgullosísimo, por venir de quien venía. Habrán leído cuarenta mil millones de veces cuanto se derribó en El Duque para levantar el Cortinglés: el Palacio de los Guzmanes (donde funcionaban los Almacenes Fernández y Compañía); la Casa de Sánchez Dalp; incluso, al lado, el Cuartel de Soria, antigua Casa de la Compañía de Jesús, del que quedó en pie sólo la actual iglesia de San Hermenegildo, sí, esa donde no hay nada y hace tiempo que nadie piensa hacer nada, y donde el alcalde Juan Fernández quiso llevar a su Hermandad de Pasión, lo que no hubiera sido ni mala idea ni mal uso, sino una solución.

Pero, ya puesto Pavón con la piqueta, cayeron más edificios en El Duque, que no tenían nada que ver con el Cortinglés, como el Colegio Alfonso el Sabio. Cayó la Casa de los Cavaleris, donde se levantó Lubre. Antes, para construir el edificio de los Sindicatos Verticales, habían caído el Teatro del Duque y La Vinícola. Y en la acera que se prolonga hacia Alfonso XII, donde luego estuvo Simago y El Ocaso, cayeron el Hotel Venecia, el edificio donde estaban el tablao flamenco El Patio Sevillano y La Cabaña con su escaparate de la incubadora de pollitos reción salidos del cascarón, así como la primitiva y popular taberna Barbiana.

Ya eso es historia de Sevilla, y quizá me haya dejado atrás alguna otra sensible pérdida en este apresurado y esquemático gorigori por la Plaza del Duque. Todo el mundo se lamenta ahora de aquello. Pero lo grave es que los derribos siguieron en Sevilla después de los sangrantes de la Plaza del Duque, sin que nadie protestara. Y algo más sensible y difícil de captar que los golpes de piqueta. Igual que derribaron la Plaza del Duque se han cargado el ambiente todo de las calles del centro de Sevilla. La calle Sierpes ya no tiene el sabor de antaño, como no lo tiene Tetuán. Y si nos metemos en la zona monumental, el Barrio de Santa Cruz ha quedado en una caricatura de lo que fue, degradado, envilecido, adulterado, perdido su carácter silencioso y clásico. Nos lamentamos de los derribos de la Plaza del Duque pero aquí nadie abre la boca de cómo se han cargado el ambiente de Los Venerables, o la Plaza de Doña Elvira, o la misma Plaza de Santa Cruz. No se trata de demoliciones materiales; es lo más irreparable: son los derribos del carácter y del ambiente callejero de Sevilla. Están consiguiendo que Sevilla se parezca cada vez menos a Sevilla, a lo que los turistas vienen buscando como Sevilla. ¿Y Triana? ¿Qué queda de Triana en Triana? Menos que de Roma en Roma en el famoso soneto de Quevedo, que podíamos parodiar: "Buscas a Triana en Triana, oh viajero, y a Triana en Triana misma no la hallas..."

Y todo ¿por qué? Pues por la mismísima razón por la que se cargaron la Plaza del Duque, eso sí que es la Sevilla Eterna. Cuando quienes tenían que defender el patrimonio autorizaron y firmaron los derribos de la Plaza del Duque, adujeron que el Cortinglés crearía muchos puestos de trabajo. Todo se hizo por la coartada de los puestos de trabajo, en una ciudad que al mismo tiempo estaba desmantelando su industria y abandonando su agricultura. Ahora, lo mismo. Ahora esta destrucción inmaterial de la ciudad se hace en aras del turismo, porque dicen que crea muchos puestos de trabajo y da de comer a muchas criaturas. Como verán, entre la Sevilla destruida por los veladores y la derribada por la piqueta de Enrique Pavón hay mucho más parecido del que pensarse pueda. Hemos inventado el derribo sin ladrillos.

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