ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla,  5 de febrero de 2018
                               
 

Patrimonio emocional

Igual que no tuve el menor interés en ver la mamarrachada de los premios Goya (sin premio) de la otra noche...

-- ¿Entonces no vio usted a Pablo Iglesia de esmoquin, con pinta de metre de restaurante medio buenecito?

También me lo perdí, y eso sí que tiene un ver: a este baranda de Podemos que se presenta en mangas de camisa a ser recibido en audiencia por el Rey, que está de traje y corbata y no en chándal de correr por los jardines de La Zarzuela, le falta tiempo todos los años para ponerse de punta en blanco para ir a esta lamentable gala que devenir suele en un mitin de chistes malos de los titiriteros y del Sindicato de la Ceja contra el PP.

Que venía diciendo que igual que no tuve el menor interés por esos Oscar cutres a la española de los Goya, tengo muchas ganas de ver la película que sobre La Amargura han hecho Carlos Colón y Carlos Valera. De la que me han hablado muy bien y he leído mejores elogios todavía. En los que se asegura que aunque mi dilecto Carlos Colón ya hizo grandes películas documentales sobre la propia Semana Santa con Juan Lebrón, o sobre el Gran Poder, o sobre la Esperanza Macarena, ha echado el resto en esta que titula "Amargura", la Virgen del barrio donde vivió de niño antes de mudarse a los pisos de la Prensa de Nervión con su padre, mi inolvidable redactor jefe de ABC, Antonio Colón Vallecillo.

"Amargura"... En singular, como se llama la Virgen que va de charlita con San Juan (de la Palma) y como siempre le hemos dicho a la marcha que le dedicó Font de Anta. Recordé el otro día que esa marcha está reconocida como himno oficioso de la Semana Santa, pero hoy añado más: forma parte del más valioso patrimonio de Sevilla, el que nunca destruirán, ni degradarán, ni desnaturalizarán: el patrimonio emocional. Sevilla tiene un patrimonio monumental por el que es conocida en el mundo y por eso se pone esto así de turistas. Tiene el patrimonio inmaterial de sus ritos y tradiciones, a los que dediqué (y perdón por ponerme moños) mi discurso de ingreso en la Real Academia de Buenas Letras. Entonces, en 1985, nadie hablaba del Patrimonio Inmaterial, concepto que le leí a Santiago Amón. Ahora todo el mundo quiere que la Unesco le declare algo Patrimonio Inmaterial, paradójicamente. Pues piden tal declaración para bienes muy tangibles, materiales, corpóreos. ¿Cómo vamos a pedir que declaren Patrimonio Inmaterial las tortas de Castilleja, o los mostachones de Utrera, o los mantecados de Estepa, si su materialidad está para chuparse los dedos y no son, gracias a Dios, nada inmateriales, sino gloria pura con ajonjolí?

Por eso hay algo que va más allá del Patrimonio Inmaterial, en lo que me ha hecho pensar Carlos Colón: el patrimonio emocional. No hay que declararlo siquiera, ni meter a la Unesco en algo tan nuestro: basta con sentirlo. Patrimonio emocional de Sevilla es el repeluco del final de "Amargura", o la blancura del primer naranjo en flor, o el cascabeleo de un coche de caballos cuando se acerca la Feria, o el revuelo de volantes de un traje de flamenca de los que Lina ha presentado en Simof, o aquel nazareno en el balcón de Al Siglo Sevillano, o la tiza que lleva la cuenta sobre el manchado mostrador del tatuaje de los recuerdos, o una vieja sevillana con pintores de loza, o esos capirotes colgados en La Alcaicería, o los nardos de la Virgen de los Reyes, o los violines de la orquesta de los seises, o el romero por las calles en la mañana del Corpus, o la lluvia sonora en el silencio de la tarde metida en agua con el bajante de la Catedral vertiendo niágaras sobre las Gradas, o que lo lleven a uno de niño a contar que son tales las Siete Revueltas de la calle, o subir a la Giralda con una novia primera y un beso robado en un balconcillo de la rampa, o el anuncio del verano por los clarines de las Lágrimas de San Pedro, o el rito de comprar la almohadilla para entrar a la plaza de los toros, o el azul Carretería de ese cielo andaluz que la redondea como un segundo ruedo con vencejos, o ver pasar al Señor de Sevilla, o el tintineo de las verdes mariquillas de la Esperanza...

 

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