ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla,  25 de marzo de 2018
                               
 

Donde no cambia la hora

Aseguran que anoche, a las 2 de la madrugada, había que adelantar los relojes, cambio de la hora del invierno a la de verano. Que a las 2 serían ya las 3. Eso será en otras partes de Europa. En la ciudad donde tengo la dicha de haber nacido y vivir no ocurre así. Y menos si el cambio de hora es precisamente el Domingo de Ramos. Con la de días que tiene el año y la de amaneceres que traerá la primavera, ¿no podían haber escogido otra fecha, que se notara más? O será precisamente por eso, por el día que es hoy. Afirmaba el dicho popular: "El Domingo de Ramos, el que no estrena, no tiene manos". Será que como con la crisis está la cosa cortita para andar comprando novedades que ponerse hoy, nos habrán dado hecho y completamente gratis total el estreno: de hora.

Pero desconfíen, y sigo hablando de mi tierra. No sé lo que ocurrirá por esas tierras donde los prófugos cobardones sediciosos se han refugiado para presumir de exiliados. ¿Exiliados de qué? Como no sea exiliados de la vergüenza y de la dignidad... Digo que en mi tierra, aunque hayamos adelantado los relojes, no ha cambiado la hora. En muchas ciudades de España, pero especialmente en Sevilla, en este Domingo de Ramos no hay que adelantar los relojes. Hay que pararlos ante tantas emociones como nos esperan. No es nada nuevo de este año esto de parar los relojes, que no cambiarlos, en día tan señaladito. Sevilla siempre cambia de hora el Domingo de Ramos. El capataz coge el reloj del tiempo y lo para: «Ahí queó». Lo de los toreros cuando se abren de capote y echan las manos abajo y la pata alante, lo hace el Domingo de Ramos en Sevilla el mismo Cristo que se echa a la calle para estrenar la primavera, novillero que debuta el Jueves con caballos en Santa Catalina. Echa las manos abajo, los dos costeros a tierra por igual, y detiene el tiempo. Las horas. Y los años. Por eso todos volvemos a ser niños que pedimos cera. Y caramelos. Dicen que los nazarenos empezaron a dar caramelos hace muchos siglos para que los niños chicos no se asustaran al verlos. Los nazarenos le siguen dando caramelos a Sevilla para que no se asuste con el paso del tiempo, y por eso te dan la exacta seguridad de que hoy, en el mismo sitio, a la misma hora, puedes ver el prodigio de siempre, escuchar el sonido de siempre, oler las fragancias de siempre, sentir lo mismo, pensar lo mismo. Oh, maravilla del tiempo detenido. Cambian la ciudad, atentan contra ella, tratan de disfrazarla de Hannover o de Viena (sin manteca colorá), pero el Domingo de Ramos, Sevilla se rebela, lucha, triunfa. Vence. La Giralda es la Fe Vencedora. Sevilla eternamente vencedora.

¿O son nuestros recuerdos los que vencen a la realidad? Me ha escrito un lector y me ha revelado una verdad del popular evangelio apócrifo que es siempre la Pasión según Sevilla, frase redonda como una torta de Castilleja, que, como tantas cosas nuestras, la inventó uno de fuera, un francés, Joseph Peyré, un escritor que tenía nombre de tienda antigua de tejidos. Este lector, como el Conde Arnaldos en el romance, me ha dicho su verdad porque sabe que vamos embarcados en la misma nave de las evocaciones y lágrimas del tiempo que se escapa: "La Semana Santa es siempre un recuerdo por venir y un recuerdo que se nos va". ¿Y a los recuerdos vamos a ponerle hora? ¿Y a los sentimientos vamos a ponerles hora? ¿Al patrimonio emocional de todo un pueblo? "Ni más ni menos", dejó escrito Valdés Leal en sus Postrimerías. Esa es la hora exacta que marcan hoy los relojes, ni adelantados ni por retrasar. La hora de la luz. La hora de la verdad llaman los toreros a cuando le tienen que perder la cara al toro, perfilarse y entrar a matar. En el asidero sentimental de los recuerdos que, como un oleaje del alma, vienen y se van, el reloj de la memoria siempre marcará hoy la hora de la verdad. La verdad en punto del recuerdo de la madre que nos llevaba de su mano a pedir caramelos a los nazarenos.

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