ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  6 de noviembre de 2018
                               
 

El Bar Citröen

Con nuestro elogio al restaurante La Raza, que plantó cara judicial al Ayuntamiento en su intento de desahucio y continuará como clásico del Parque, de propiedad municipal, nos olvidamos de un caso paralelo de sentencia de los Tribunales a favor de otro histórico de los jardines que la Infanta Doña María Luisa donó al pueblo de Sevilla: el Bar Citröen. Justo al otro lado de la estela de Santiago Martínez con los versos de la "Salutación" de Rubén Darío. Muy pocos conocen la historia de este clásico sevillano, por qué lleva el nombre de la marca francesa de automóviles. Muy sencillo. En la Exposición Iberoamericana de 1929, junto a pos pabellones de los países americanos, había otros comerciales. O anuncios. Había una monumental botella de cava catalán, me parece que Codorniú, colocada entre La Palmera y el Sector Sur. Mucho después de terminada la Exposición el 21 de junio de 1930 y quitado ese anuncio, el lugar siguió siendo llamado hasta ahora "La Botella", como a La Pasarela se le sigue diciendo así muchos lustros después de desmontada en la que nadie llama "Plaza de Don Juan de Austria", sino Pasarela.

Como evoco, en la Exposición de 1929 había bastantes pabellones comerciales, algunos de los cuales permanecen en pie, como el de la entonces llamada Compañía Telefónica Nacional de España, ahora Movistar, o el de la Casa Domecq. O el del Caldo Maggi, donde nuestros antepasados recordaban las tazas de caldo que daban gratis total que les encantaban a los sevillanos. Los automóviles Citröen, dentro de esta línea comercial, no sólo tenían su pabellón, sino la exclusiva de los taxis que circulaban dentro del recinto, todos de esa marca. Y pintados completamente de amarillo, como ahora los de Nueva York y como en Sevilla no lo serían hasta que decidió ponerles ese color el padre de Manolo Grosso, el teniente de alcalde don Manuel Grosso Valcárcel, pues hasta entonces eran todos negros con una raya roja, como los de Madrid en la época.

Terminada la Exposición que tantas ilusiones levantó y tantas frustraciones y trampas municipales acabó dejando, los taxis de la casa Citröen pasaron a engrosar la flota local de servicio público. Eran de la empresa "Taxis Citröen S.A.S.", y con muchos de ellos, previa concesión de licencia municipal, se quedaron sus propios conductores, como recuerdo el famoso de León, un taxista de babi, gorra y labio leporino que daba servicio en casa desde su parada de la Punta del Diamante.

¿Y qué pasó con el pabellón de la Citröen, ya sin taxis? Pues que se convirtió en un puesto de bebidas. El clásico puesto de los jardines sevillanos, como estaban entonces los de La Alameda. Tras la guerra, en 1940, paso a ser el actual Bar Citröen, Y en su azotea, al modo de La Parrilla del Hotel Cristina, funcionó a partir de 1950 una sala de fiestas, "Andalucía de Noche", donde actuaban cuadros flamencos u orquestas de baile de la época, como el "Trío de Oro", y donde venían a cantar afamados artistas como Marujita Rodríguez, Anita Mayorga o el propio Antonio Machín, casado con una sevillana. Yo, de niño, en los paseos en coche de caballos que nuestros padres nos daban en el verano por la noche para tomar el fresquito antes de irnos a Rota, he escuchado desde la calle, a milord parado, a Antonio Machín cantando en la azotea-terraza del Bar Citröen.

Pero sobre todo fue famoso el Bar Citröen porque allí, en una dependencia posterior que daba a la Avenida de Portugal y donde, tras la inundación del Tamarguillo de 1961, se instaló para los arriados la Secretaría Municipal de Viviendas y Refugios, dirigida por el humanitario don Gregorio Cabezas. Por esa oficina del Bar Citröen, donde ahora está un centro de consumidores, pasaron los 125.000 sevillanos afectados por la riada que se habían quedado sin hogar en el casco antiguo y a los que allí les entregaron las llaves de su piso oficial nuevo, en las barriadas que se hicieron en tiempos del gobernador Utrera Molina. Así que en vez de quitarle la calle a Utrera, lo que deberían es poner en el Bar Citröen un mármol de agradecimiento en memoria de la gran tarea del gobernador y del muy benéfico funcionario don Gregorio Cabeza Rodríguez, hombre providencial para los arriados sin hogar, a los que dio una dignísima vivienda oficial en el Polígono o en tantas barriadas de nueva planta. El Bar Citröen fue para ellos la antesala del paraíso.

 

 

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