ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  13 de noviembre de 2018
                               
 

No más monumentos

Carlos Herrera suele decir en su programa de la COPE que "en España no cabe un tonto más". Que le empujas a un tonto en Algeciras y cae al mar otro tonto en Gijón. Aquí en Sevilla no sólo se cumple el herreriano aforismo, sino que, aparte de tontos, andamos bien despachaditos de muchas otras cosas de las que no cabe una más. En Sevilla no cabe un pijo de gomina más. En Sevilla no cabe un avasallador cani maleducado e insolente más. En Sevilla no cabe un turista arrastrando una maleta de ruedas más. En Sevilla no cabe una franquicia más. En Sevilla no cabe una heladería más. En Sevilla no cabe un velador más. En Sevilla no cabe un proyecto de hotel de cuatro estrellas más. Y en Sevilla no cabe un monumento más.

Sí, hasta ahora Sevilla era una ciudad monumental por sus edificios históricos y artísticos: por la Catedral, la Giralda, el Alcázar, el Archivo de Indias, la Casa de Pilatos, la plaza de los toros, la Torre del Oro, el puente de Triana, la hermosura de contemplar la iluminada torre de Santa Ana, la Catedral de Triana, desde esta orilla del río, del gongorino "gran rey de Andalucía". Pero de un tiempo a esta parte, Sevilla es una ciudad monumental porque ya no cabe un absurdo monumento más, y si quieren doy la lista de ellos absolutamente prescindibles. Que la voy a dar, ea: el de Mozart junto al Teatro de la Maestranza, ridículo; como ridículo de tamaño es esa especie de falla infantil que a Clara Campoamor pusieron en la Plaza de la Pescadería sin causa justificada; como el monumento al Flamenco a la entrada a Triana por el puente, estando allí al lado el valiosísimo de Venancio Blanco a Juan Belmonte. Y la lista podría continuar hasta ese absurdo monumento que plantaron en El Baratillo a no sé qué, que cada vez que paso por allí me acuerdo de los dos que en Cádiz llaman "El Queco" y "La Queca": "¿Qué coño es esto, Dios mío de mi alma?" y "¿Qué carajo es esto, Dios mío de mi alma?".

Aquí te mueres, y a poco relevante que hayas sido en la ciudad o en tu profesión, se reúnen cuatro amiguetes tuyos y se constituyen en Comisión Pro Monumento a Mengano. No les basta con pedir que le dediquen una calle, no: quieren un monumento. Y si es de Miñarro, mejor. Alarmado, un amigo acaba de recibir dos cartas, dos, de sendas comisiones de monumentos nuevos que quieren levantar, pidiéndole ayuda, económica y de la otra. "Nos disponibilizamos", dice uno de los dos papeles, ¡toma ya! Teniendo ya sus estatuas Murillo, Velázquez y Bécquer, ¿qué falta nos hacen más prescindibles mamarrachos en forma de monumentos, como esa acera del río en el Paseo de Colón que, a lo tonto, a lo tonto, han convertido en una especie de mueble-bar con figuritas de Lladró, en memoria de Carmen o de toreros tan grandes que no se merecen esos bronces tan chicos? A mí esta manía de levantar monumentos me recuerda lo que cuando Marbella estaba en todo su esplendor y glamur se contaba de una localidad cercana, no recuerdo si Benalmádena o Fuengirola, donde al alcalde le dio por dedicarle calles a todo famosete que hubiera veraneado allí o pasara un fin de semana largo. Tan ridículo era todo, que un guasón marbellero me dijo:

-- Ten mucho cuidado, que allí, como vayas dos veces a tomar café, el alcalde te pone una calle.

Aquí, como tengas amigos afectados por el virus sevillano de la monumentitis, en cuanto sale tu Modelo 5 en el ABC ya están pidiendo la pastora a la Caja Rural o a Caixabank para levantarte un monumento. Cuando, si se trata de un cantante, el mejor monumento es conservar la memoria de sus coplas, caso de mi querido ahijado Paco Palacios "El Pali". Y si es un personaje del toro, caso de mi respetado Canorea, el mejor monumento es velar por la pureza y grandeza de la Fiesta frente a los antitaurinos. ¿Saben ustedes quién se merece un monumento de verdad? Pues Sevilla y los sevillanos, que lo aguantamos todo y nos tragamos todo. ¿Y qué mejor monumento que conservar la ciudad monumental histórica en su pureza, en vez de permitir tantas perrerías como consiente la Comisión del Patrimonio, que es la antigua Comisión de Monumentos de Romero Murube, cuando no había esta manía de que, por ejemplo, en La Alameda no quepa un monumento más ni en el Ayuntamiento un tonto más que autorice estas mamarrachadas?

 

 

 

 

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