ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  23 de noviembre de 2018
                               
 

Luz para un narraluz

Coincidiendo con "Cien años de soledad" y el "boom" de la narrativa sudamericana, hubo un tiempo, entre los últimos 60 y los 70, en las últimas boqueadas del franquismo, en que a los escritores andaluces les dio por ganar todos los premios importantes de novela en España: del Planeta de Ferrand al Nadal de Requena, pasando por el Ateneo de Sevilla de Barrios. Pontífice máximo de aquel movimiento literario se autoproclamó Alfonso Grosso, mimado por los santones de la crítica del altavoz del frente cultural del PCE, al igual que Caballero Bonald. En las antípodas ideológicas de un marino de guerra casado con una Núñez Moreno de Guerra, destinado en San Fernando y que, entre niños y perros, escribió una maravilla del campo y de los Montes de Propios de Jerez: "El mundo de Juan Lobón". Añadan a Fernando Quiñones limpiando de basuras La Caleta de un Cádiz con mil noches de Hortensia Romero como finalista del Planeta con "La canción del pirata" y pongan a Asenjo Sedano en Granada, y a un pujante Manuel Salado en Sevilla, y si son generosos, añadan a un tal Burgos, que ha ganado el Ateneo de Sevilla con el sangriento almanaque de "Las cabañuelas de agosto". Y pasen por la Plaza Nueva, donde están las casetas de la Feria del Libro, y podrán ver a todos estos autores, que Grosso quiere presentar como "la Nueva Narrativa Andaluza" para que le den a él algo importante como cabeza visible. Firman ejemplares de sus libros. Allí está también el médico humanista José María Osuna, con su ensayo sobre "La novena provincia andaluza": Cataluña. Y está el gaditano Ramón Solís con "Un siglo llama a la puerta", maravilloso relato del Cádiz de las Cortes. Y está Jesús de las Cuevas con su inigualable "Historia de una finca".

Y en esto llega destinado a Sevilla un jesuita inquitorro, que es de la Sierra de Huelva. Lo creemos de Aracena, pero nació en Rosal de la Frontera. Tras estudiar Derecho en Sevilla y ser discípulo de don Manuel Giménez Fernández, se fue en 1950 al Noviciado de la Compañía en el albertiano Puerto de Santa María y fue ordenado sacerdote en Granada, en 1962, por aquel polémico Obispo Añoveros que Franco quiso poner en la frontera. Carlos Muñiz era un jesuita como de la Casa de Escritores de la Compañía en la calle Pablo Aranda de Madrid, pero pasado por el Concilio Vaticano II. Inquieto como el que más, animoso como nadie, ilusionado con su otra vocación, que junto a la jesuítica era la literaria. Le venía de rama. Estaba emparentado, vía Sierra de Aracena, con José Nogales, el de "Las tres cosas del tío Juan"; y con José Andrés Vázquez, el premio Cavia; y con Manuel Chaves Nogales nada menos. Sin abandonar su ministerio en la Compañía, que lo había llevado de Lima a Canarias, de Granada a Alcalá de Henares, el padre Carlos Muñiz Romero S.I., el Cura Muñiz, llegó en el mejor momento al mejor lugar: a la Sevilla de la Nueva Narrativa Andaluza y de "El Correo" del otro cura emprendedor y escritor, Javierre. Y aquí dio a conocer su obra, para la que servidor le buscó algún editor que otro. Aquel animoso jesuita era el autor de los "Relatos vandaluces", y que había ganado en Granada el premio Ángel Ganivet con su novela "Los caballeros del hacha". Y del mismo corte era su otra novela, "El llanto de los buitres", por no citar su ensayo "Duendes, tipos y fantasmas". El Cura Muñiz fue como el incansable capellán laico de aquella generación de novelistas. Y al igual que había bautizado a los hijos de muchos compañeros, sacó de pila a la Nueva Narrativa Andaluza: nos puso "los narraluces". Que hasta sonaba por caracoles de don Antonio Chacón: "La gran calle de Alcalá/cómo reluce/cuando ganan sus premios/los narraluces". Tras 88 años de vida y literatura y 68 de entrega a la Compañía de San Ignacio, aquel querido cura Carlos Muñiz que escuchábamos cada mediodía en Cope Sevilla con sus punzantes comentarios de actualidad, siempre creando, siempre escribiendo, se nos ha ido en Málaga, donde ya sólo "oraba por la Iglesia y la Compañía". El que nos puso nombre a los "narraluces" ha encontrado ya la verdadera Luz. Y entre los gurumelos almacigados en las umbrías de Aracena se oye ahora: "El Cielo de su Sierra/cómo reluce/con el cura Muñiz/y sus narraluces".

 

 

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