ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  1 de diciembre de 2018
                               
 

Música en la calle

Entre el Ayuntamiento y la Junta y las normas del Gobierno central, se meten en todo, lo fiscalizan todo, lo controlan todo, lo ordenan todo. Menos aquello que realmente sería directamente necesario para la felicidad de la gente, ese privilegiado objetivo que se proponía la Constitución de Cádiz: que la gente sea feliz. Qué buen programa electoral. Que jodan lo menos posible al personal y le hagan la vida agradable. Qué buen programa electoral. Que nos molesten lo menos posible y no nos metan la mano en el bolsillo para quedarse con nuestro dinero como si fueran, que a lo mejor lo son, rateros. Qué buen programa electoral.

Programa que es todo lo contrario que están haciendo el Ayuntamiento, la Junta y el Gobierno, empeñadísimos en ordenarnos la vida...según su deber y entender. ¿Habrá problemas en Sevilla, económicos, de empleo, de circulación, de Enseñanza, de Sanidad y, lo que es más grave, de pérdida de la esencia y personalidad mismas de la ciudad, entregada como una hetaira al turismo por el maldito parné? Bueno, pues para el Ayuntamiento no hay más problema que los turistas no formen tapones en las bullas del degradado y envilecido Barrio de Santa Cruz, que ya no está "con su lunita plateada", porque a la lunita plateada le da vergüenza ver cómo se perdió el viejo ambiente donde estaban clavadas tres cruces del olvido en la plazoleta entre la calle Ximénez de Enciso y el Horno de las Doncellas, donde si no han puesto veladores para comer paellas prefabricadas y hediondas en la calle, están al caer.

Para el Ayuntamiento, en una Avenida sin una sola sombra, donde si te no pilla una bicicleta te atropella un patinete o te arrolla el tranvía, y donde tienes que andar sorteando bolsos y zapatos deportivos falsificados de los manteros que atajan la calle... En esa Avenida, decía, no hay más problema que los rótulos de los establecimientos, que tienen que ser como ellos digan y que tienen que pagar los comerciantes, breados a impuestos y con la competencia de los manteros en sus mismas puertas. Nada, a quitar rótulos de la Avenida. A poner árboles de sombra para el verano, no: a prohibir que los "segways" te arrollen, no: a quitar rótulos. Se los han hecho quitar hasta a la central del SAS, Zona Cero de las manifestaciones de batas blancas contra la Sanidad de la Junta.

Y ahora, por si faltaban chorradas de las que ocuparse, en vez de solucionar problemas fundamentales para Sevilla, la toman con los maravillosos músicos callejeros y les prohiben (¡prohibir, venga prohibir!) que se pongan en la Avenida, en la Plaza Nueva, en la Plaza de San Francisco, en Tetuán o en Sierpes. Ea, con la música a otra parte. Sevilla, la Ciudad de la Ópera, prohíbe los músicos callejeros que alegraban el centro. ¿Qué daño hace la belleza? ¿Cuál la armonía? Porque no me dirán que no es agradabilísimo escuchar a ese quinteto de viento cuyo nombre lamento no saber, tocando clásicos o populares. No me dirán que no es hermoso oír a ese solitario violinista de Sierpes que, a veces, hasta te pone los vellos de punta con "Valle" o "Ione". No me negarán que no tiene arte y gracia Quique con sus blues, su guitarra, su armónica y sus cascabeles en los tobillos marcando el compás, en Correos o bajo el monumental plátano de Indias frente a la tabernita de Casablanca. Como es agradabilísimo oír a esos acordeonistas que alguna vez se ponen con su banquillo de camping a tocar canciones que suenan a Europa. Y, sobre todo, el que se ha convertido en símbolo de los perseguidos y maltratados músicos callejeros, con su sombrero de Jalisco, sus rancheras y sus boleros: Francisco Javier Carbonero "El Charro de Triana". Miren ustedes: que en Triana haya un charro, qué arte, era ya para declararlo BIC, en vez de prohibirle que cante en la Avenida. ¿Qué daño hace El Charro en una Sevilla que cada vez se parece menos a sí misma? Dirán lo que quieran, pero El Charro de Triana sigue siendo el rey de los músicos callejeros que nos alegran la vida y que el Ayuntamiento no debe expulsar del centro. Y mientras todo quede ahí... Porque estoy viendo que a este paso prohibicionista hasta echan al Tío del Incienso que hace que en la Punta del Diamante siempre huela a Miércoles Santo de Baratillo y Cristo de Burgos en la esquina de La Canasta.

 

 

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