ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  5 de enero de 2019
                               
 

Niños de Cabalgata

Hay fechas en el nutrido almanaque de fiestas de Sevilla en que a todos nos sale el niño que llevamos dentro, gracias a Dios (que está en San Lorenzo y de quinario). Celebramos en la Navidad al Niño Dios que acaba de nacer. Pero quizá no lo hagamos nosotros, junto al portal de Belén, sino que adora a Jesús otro niño que nos nace también a todos por estas fiestas tan familiares, tan llenas de nostalgias, de recuerdos, quizá de tristezas, de ausencias de los que ya no están. A todos por Nochebuena nos nace el niño que llevamos dentro. Quizá lo dijera mejor Juan Ramón Jiménez por todos nosotros: "Cuando yo era el niño dios, era Moguer, este pueblo,/una blanca maravilla; la luz con el tiempo dentro./Cada casa era palacio y catedral cada templo;/estaba todo en su sitio, lo de la tierra y el cielo".

Es el mismo niño que llevamos dentro, que nunca nos abandona a lo largo de nuestra vida, porque se alimenta de ilusión, de esperanza, de nostalgia, y que nos nace también a todos los sevillanos en las impacientes vísperas de la Semana Santa. Cuando están ya los naranjos en flor, se acerca la primera luna grande de la primavera, pasamos por El Salvador y vemos que están montando la Rampla para El Amor, La Borriquita y Pasión, ¿a quién no le nace dentro ese niño que fuimos y seguimos siendo y no le dan ganas de corretear por esos sonoros maderos con unos zapatos nuevos que ha de estrenar el Domingo de Ramos?

Por Feria, no. Por Feria no ocurre esto. En Feria lo que nos renace a todos es el muchacho con la sangre hirviente de amoríos que todos llevamos dentro, y parece que en la caseta en la que vamos a entrar nos vamos a encontrar con una hermosa muchacha vestida de gitana que pronto será nuestra novia y luego nuestra mujer. Ese muchacho ennoviado en la Feria se hará padre o abuelo de Cabalgata esta tarde, pero al que le saldrá, cuando se oiga a lo lejos el primer tambor, cuando se acerque la primera carroza, cuando tiren el primer caramelo, el niño eterno que todos los sevillanos llevamos dentro. Que es el que, como la voz de un seise, como un monaguillo de la piara del pavero del Cristo de los Estudiantes, como un nazareno del primer tramo de La Borriquita, renacerá esta tarde cuando esperando la Cabalgata esté con sus hijos o sus nietos y vea a lo lejos el destello azul de unas luces de los coches de Protección Civil o de la Policía Local, y sea el primero que, niño al fin y al cabo, niño impaciente e ilusionado por unas maravillosas horas, exclame:-

-- ¡Ya vienen por allí! ¡Ya se oyen los tambores!

La Cabalgata hace que esta tarde todos desandemos el tiempo, la juanramoniana "luz con el tiempo dentro", y volvamos a ser los niños que fuimos...y que seguimos siendo. Yo, ahora mismo, estoy en la Punta del Diamante, con mi tía María, esperando que vengan los Reyes por la calle de la Mar desde la Plaza de los Toros, y pase la carroza de Melchor tirada por mulas, quizá por las mulillas de la misma plaza, echando caramelos. Y usted, quizá, el niño que usted lleva dentro y no le ha abandonado, estará esta tarde en La Ronda todavía, con sus padres, con su abriguito, su bufandita y su verdugo de lana, boquiabierto en el frío ante la cantidad de caramelos que tira el Rey Gaspar cuando pasa ante el Cine Florida.

Maravillosos eternos niños sevillanos, relojes sin más agujas que las de la nostalgia, almanaques sin más hojas que las de la melancolía, que desandan el tiempo en estas grandes ocasiones de la tradición de la ciudad. No, no sólo paran los relojes los toreros de Sevilla cuando con el capote echan las manos abajo y la pata alante. También para el tiempo ese niño que todo sevillano lleva dentro y que le sale a borbotones el Domingo de Ramos cuando estrena primavera y Semana Santa, o en esta mágica noche de la Cabalgata, en que vuelve a la misma ilusión con la que yo ahora abro el balcón y, como me ha dicho mi madre, dejo fuera los zapatos, a ver qué me echan los Reyes cuando, madrugador de impaciencias, me levante mañana tan temprano y vea que se han bebido las tres copas de anís Martes Santo y comido los tres mantecados que mi padre les dejó sobre la mesa del comedor.

 

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