ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  12 de enero de 2019
                               
 

Riapitá para Carlitos Fernández

De haber vivido todavía El Pali, el que empernacado en su silla esperaba ante la puerta de su casa que pasara muerto un amigo, el Cristo de los Estudiantes, habría oído ayer aquella triste campanita de los muertos que en babuchas de paño y batín de franela escuchaba por las mañanas en su casa de la calle Aduana desde la espadaña del Hospital de la Caridad, como al atardecer oía la pajarería de los árboles del jardincito de la casa de los Ybarra Gamero-Cívico que chorreaban primavera por fuera de su tapìa. Yo, ayer, no oí esa campanita del Pali, sino la de los mensajes que te llegan al teléfono móvil y que, como muchas veces ocurre en esta Sevilla tan barroca, tan Valdés Leal, tan Postrimerías, era una noticia del teletipo de los crisantemos. Me lo decía Pedro Ybarra Bores y me lo decía J.Félix Machuca, su postrer biógrafo en la arena de nostalgia de Playa de María Trifulca que se le escapa cada sábado por su muy literario Reloj de papel de ABC: "Me acaban de comunicar desde la casa de Mañara que Carlitos Fernández ha muerto a la edad de 90 años. Desde esta noche suenan en el cielo los repiques benditos de sus palillos con cintas colorás".

Carlitos Fernández, qué arte. Ni Lucero Tena tocó los palillos como él, su rey. Eran los crótalos de las bailarinas romanas los que sonaban en el granadillo de sus dos medias conchas, que escondían las perlas del tesoro del arte, del compás, de la gracia, del señorío. Me acorde de las palabras del Venerable Mañara: "Nuestros amos y señores los pobres". Qué señor, qué pedazo de señor aquel viejo artista asilado en La Caridad, que había corrido medio mundo y conquistado las Américas, de Nueva York a Buenos Aires, pasando por La Habana de Batista, Copito de Nieve y Benny Moré, con sólo morder para estirarlas y ceñirlas a sus prodigiosas manos las cintas colorás de sus palillos. Como Triniá, la que se fue con un banquero americano, Carlitos Fernández era de la Puerta Real, donde Sevilla pinta estos cuadros sin pintura, pero con tanta vida, para su museo personajes irrepetibles, como los Villarines. Si de Triniá, mi Triniá, la de la Puerta Real, se enamoró un banquero americano que se la llevó, de Carlitos Fernández se prendó doña Concha Piquer cuando oyó el crotorar de sus palillos, como cigueñas por San Blas en aquellas manos de los altos nidos de la gracia de Sevilla, y se lo llevó por el mundo en el elenco de su compañía. Nadie sabe, nadie sabe, que cantaba Rocío Jurado, que cuando seguimos escuchando el prodigio de la voz de Doña Concha Piquer en un viejo disco, remasterización de las pizarras o los vinilos de la casa Columbia, al fondo suenan los inconfundibles palillos de Carlitos Fernández, que me parece que también están en el repique de las sevillanas del viejo celuloide de "Filigranas". Dentro de las dos conchas como bautismales de sus palillos había una perla, que se llamaba Piquer. A la única que, vencido por el tiempo, sorprendiendo a todos por su gracia y su rapidez en los mordaces comentarios, seguía recordando Carlitos cuando ya todo su pasado se le había olvidado, menos la letra de las coplas que acompañaba con sus palillos, con los que reinó en tan lejanos teatros.

España conoció la gracia de Carlitos Fernández cuando procuré que Luis del Olmo le diera un espacio semanal en "Protagonistas" para que derramara desde allí la sal de la gracia de sus recuerdos, de tanta vida, tantos artistas, tantos escenarios, tantos platós, tantos estudios de grabación con la orquesta del Maestro Quiroga tocando sus violines de copla en directo. Cuando ayer sonaba la campanita de los muertos de La Caridad que escuchaba El Pali y a mí me repicó como un riapitá de su arte el teletipo de los crisantemos, pensé que Carlitos Fernández tenía el secreto de parar el tiempo, como los buenos toreros. Ayer se nos volvió a morir, con él, doña Concha Piquer. No, no era un viejo impedido de La Caridad, ya desmemoriado, pero siempre tan señor. Era su arte. Hay que tenerlo para que a los 90 años le sigan llamando a uno Carlitos. Por quien ayer la campanita de los muertos de La Caridad, hermana de la esquila del muñidor de La Mortaja, sonó no a bronce, sino a palillos de cruz de mayo sevillana, subrayando el repeluco de un verso de Rafael de León con música de Quiroga.

 

Los últimos palillos de Carlitos Fernández: "Limonar". Excepcional VIDEO , gentileza de Enrique Ynsa, de la última actuaciòn del Rey de las Castañuelas en el Hospital de la Santa Caridad de Sevilla, donde ha muerto

Biografía, por J. Félix Machuca: "Carlitos Fernández, el otoño del rey de las castañuelas"

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