ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  15 de febrero de 2019
                               
 

Aguja de oro para el maestro Ávila

Entrabas en su sastrería de la calle Sauceda, a pocos metros del bullicio de San Eloy, y era como si llegaras a otro tiempo y a otra ciudad. A Londres mismo, a uno de los talleres de los bajos de Saville Road, donde el arte sartorial tiene su templo. Y con su sonrisa, en mangas de camisa como es norma en el Real Cuerpo de Maestros Alfayates de Sevilla, te recibía Fernando Rodríguez Ávila con el amarillo metro al cuello como Toisón de Oro de los sastre que es. Fernando Ávila estaba con todo derecho en el Club de Sastres, como la Real Maestranza de los alfayates de España. Ávila era artista más que artesano de la aguja y del jaboncillo, de la tijera y del alfiletero en la muñeca ante los tres espejos de su probador, salidos como del país de las maravillas de Alicia. A través de esos espejos triples del probador del maestro Ávila entrabas en otro tiempo, pausado, sin prisas, en el mundo del buen gusto, un conservatorio de tradiciones. Como todos los probadores de los sastres, el del maestro tenía mucho de confesionario. A media Sevilla, junto a la reproducción de la Virgen de los Reyes titular de la Real Hermandad del Gremio, le escuchó allí Fernando secretos que nunca de su boca salieron.

Oficio. Ay, el oficio, el amor por la obra bien hecha y mejor terminada. Descoser una manga en la primera prueba y volverla a coser para que no te hiciera aquella traicionera arruga, que ya había desaparecido en la segunda. Y en una tercera prueba si se terciaba hasta que pudiera cumplirse la norma del Gallo: "Perfecto es lo que está bien arrematao". Y era clásico en la perfección de su oficio, también según el Tratado de Estética Sevillana del Divino Calvo: "Clásico es lo que no se pué hasé mejón". No, no se podía hacer mejor un traje que los que cortaba Fernando Ávila, último de Filipinas frente a la Playa Omaha del desembarco de la confección de Ermenegildo Zegna y Emidio Tucci. El regusto por la artesanía, el culto a la aguja a mano. Y como el "...y Sevilla" de Manuel Machado, "...y sus chaqués". Hacía las prendas de talle, como decían los sastres antiguos, mejor cortadas de España. Los que somos hijos del gremio nos fijábamos en las bodas en el talle y la caída del chaqué del novio. A muchos, ya en el convite, al pasar a saludar por la mesa, les dije:

-- ¿A que el chaqué te lo ha hecho Fernando Ávila?

-- Sí, ¿cómo lo sabes?

-- Por lo bien que te caía la espalda en el altar.

Las prendas más desusadas las cortaba y cosía Fernando Ávila con arte antiguo: la toga y la muceta del Rey Hussein para su investidura como doctor "honoris causa"; los uniformes de gala de los maestrantes; las libreas de los servidores de las cofradías serias, como la suya del Cristo de Burgos de su barrio de San Pedro, tan cerca del Colegio San Francisco de Paula, de donde su padre lo sacó a los 16 años, para que continuara el oficio de una saga de cinco generaciones de sastres, que arrancó en Avilés en 1865 y que continuó en La Habana. Donde su padre conoció a su madre, a Ofelia Ávila, con la que se vino a Sevilla para quedar aquí definitivamente. Como era la costumbre en el gremio, a Fernando no le enseñó el oficio su padre, sino que lo mandó al taller de un compañero para que aprendiera. Ese compañero era mi alfayate, el maestro Antonio Burgos Carmona, que lo metió en el taller donde era el único hombre entre 16 oficialas y aprendizas y un planchista sarasa de Triana. Desde coger la aguja a cortar una prenda, todo lo aprendió allí Fernando, a quien siempre le tuve que agradecer que se acordara continuamente de su maestro, tal era su grandeza. Sé que le di una de las últimas grandes alegrías de su vida: que por fin me hiciera un traje. Nunca quise ir porque sabía que no me iba a cobrar, como hijo de su maestro. Cuando entré por las puertas y le dije a lo que iba, exclamó: "Me has dado la gran alegría de mi vida, Antoñito". Desde hoy, guardaré ese traje de franela de Gorina que me hizo Fernando Ávila como su casi postrera obra de arte que es, como lo es el frac académico de don Pablo Gutiérrez-Alviz. Una perfección. Adiós, viejo maestro que a tu maestro honraste. Sé que ahora San Fernando, en el cielo, es cuando de verdad va a aprender cómo con una aguja de oro se cose el manto de la Virgen de los Reyes de los Sastres roto por una saeta no de los moros, sino a tu Cristo de Burgos por la Alcaicería, acercándose a tu barrio de San Pedro.

MÁS SOBRE FERNANDO AVILA:

El Recuadro: "Un taller en Sauceda"

El Recuadro: "Medalla a un sastre"

Los últimos maestros sastres de Sevilla

 "El taller de la elegancia", en "La sastrería" de Carlos Navarro Antolín

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