Sevilla, ciudad de los sentidos. Para vivirla o amarla con los cinco sentidos, que suena a copla. Porque en esos sentimientos entran también los desengaños de cómo Sevilla se va pareciendo cada vez menos a lo que entendemos por Sevilla. Pronto será sólo los monumentos de la que Santiago Montoto llamó "la Acrópolis sevillana" (Catedral, Alcázar, Archivo de Indias, Plaza de la Virgen de los Reyes) rodeados por franquicias y por pisos turísticos. Que anda que en El Arenal andan mal despachados. Dice el presidente de la Asociación Torre del Oro (donde los vecinos del Arenal juegan a que no los coja el toro) que en el barrio, el del Pali, de Florencio Quintero, de Galerín, de Juana la Calentera, del Baratillo y de La Carretería, hay 10.000 apartamentos turísticos. Para que luego digan que en Sevilla no hay I+D+I. Hemos conseguido, de momento, que en El Arenal haya casi tantos apartamentos turísticos como veladores en toda Sevilla, que según el Veedor Oficial de Veladores, don Julio Domínguez Arjona vamos ya por los 15.024, ¿será por veladores? ¿Será por apartamentos turísticos?
Pero antes de que la degradación de lo que entendíamos por Sevilla nos nublara las entendederas, decíamos arriba que, a pesar de todo, hay que amarla con los cinco sentidos. Unos ejemplos: el olor de estos días, de los naranjos en flor, los palcos armándose en la Plaza como un inmenso Lego de la tradición, los futuros nazarenos saliendo hacia La Alfalfa desde La Alcaicería con la cartonera de su capirote asomando por una bolsa del Cortinglés de las grandes, de las que llaman "de mantas". O el tacto. El tacto devoto que veremos en los días del gozo que se avecinan, esas manos que salen de los balcones, tocan las caídas de un palio y se santiguan, o esas otras que como un Santo Tomás tocan los panes de oro del dorado de las canastillas para asegurarse de que es verdad tanta belleza. O ver esta luz nueva, que anuncia lo que tenemos ya mismito aquí, y no me estoy refiriendo precisamente a las elecciones generales del 28 de abril. Y el sentido del gusto, hecho bacalati con tomati, soldadito de pavía, espinacas con garbanzos o croquetas de Casa Ricardo en los días de Vigilia, que es como en sevillano se pronuncia "abstinencia".
Y los sonidos. Ay, sonidos inconfundibles de Sevilla. Repique de Giralda, volteo de la campanita de la espadaña del convento de la Encarnación, quejidos flamencos de mis vencejos (a los que aún les debo mi artículo de este año), la marcha "Triunfal" sonando en el Corpus, la esquila del muñidor de La Mortaja, los cohetes de la novena del Rocío de Triana, los clarines de la plaza de los toros... A los sonidos sevillanísmos y clásicos se ha añadido otro que ya más típico no lo hay: el ruido de las ruedas de las maletas de los turistas, camino del hotel o del apartamento. Ya es un sonido más de Sevilla. Habrá pronto hasta quien matice que las ruedas de las maletas de los turistas no suenan igual por la Avenida que por los adoquines de Hernando Colón, o que son distintos en el barrio de Santa Cruz sobre el suelo de ladrillos en cola de pez que por la calle Adriano, sobre las llagas de las losetas de las aceras.
Yo no sé si lo ha tenido en cuenta el Cecop, que está en todo, y que lo pregunten, si no en El Santo Ángel o a los hermanos mayores del Martes Santo. ¿Ha tenido en cuenta el Cecop lo que va a ser esta Semana Santa, esos pobres turistas arrastrando su maleta entre las bullas de las cofradías camino de su apartamento, sin saber cómo ir ni por dónde ir? ¿Cómo entra en el apartamento que tiene reservado y pagado un turista, si ese alojamiento está en plena Carrera Oficial y están pasando las cofradías, y no tiene pase de entrada como residente? Como que estoy por inventarme una maldición gitana, que dijera: "Obligado te veas a reservar habitación en el Hotel Derby, en la Plaza del Duque, llegues a Sevilla el Jueves Santo por la estación de autobuses de la Plaza de Armas y tengas que llegar con tu maleta de ruedas cuando están pasando Los Caballos de Santa Catalina".
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