ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  25 de marzo de 2019
                               
 

Correr es de cobardes

Los historiadores, que muchas veces están acarajotados, no se dieron cuenta de un aspecto fundamental de la Historia Contemporánea de España que ahora quiero destacar. Don Juan Carlos nos devolvió la democracia, fue el "motor del cambio" de la Transición y promulgó la bendita Constitución de 1978 únicamente con un fin secreto, que cuando los papeles que lo certifican sean desclasificados se sabrá la verdad del cuento. Verdad que descubrieron antes que nadie Ventura Castelló y El Chato Moguer, pero lo callaron para siempre. Don Juan Carlos, hijo de egregia bética al fin y al cabo, nos devolvió las libertades con el exclusivo fin de que el Glorioso ganara en 1977 la primera Copa del Rey y que Rogelio Sosa levantara en el clamor popular de los verdes campos del Edén aquella prodigiosa plata que ya no llevaba el nombre del Caudillo Dicen que, con Rogelio, al Betis se le ha muerto una de las trece barras. Y llevan razón. Las trece barras del Betis son como las trece columnas del Partenón de la gloria, peristilo de la gracia y de una filosofía de vida que va más allá del fútbol, porque es un sentimiento, trágico o gozoso, según las ocasiones. Rogelio fue como un filósofo de guardia ante ese Partenón en la Grecia clásica que es el Betis, el que formaba la Triada Capitolina de Zocatos con Julio Cardeñosa y Rafael Gordillo. La suprema lección del beticismo como un sentimiento de la vida, como una filosofía, se la dio Rogelio al entrenador húngaro Ferenc Szusza, que cuentan que en un entrenamiento no hacía más que decirle:

-- ¡Corra, Rogelio, corra!

Y Rogelio se paró, echó los cuatro zancos por parejo a tierra, asentó en el césped las plantas de los pies como Curro Romero sobre el albero para rematar cuatro lambrezos de ensueño con una media verónica, y le dijo al húngaro, no sólo una frase que venía pidiendo cinceles y mármol para eternizar el sentimiento bético de la vida, sino toda una filosofía de sevillanismo:

-- Yo no corro, míster, porque correr es de cobardes.

Descubrí la profundidad de esta frase leyendo la Biblia del Beticismo que es el libro "La Marcha Verde" del poeta Antonio Hernández. Frase que encierra más de lo que dice. Machado puro: "Despacito y buena letra,/que el hacer las cosas bien,/ importa más que el hacerlas". Eso es lo que le gusta al sevillano, lo que le enseñó Rogelio a Szusza: la lentitud en la fugacidad. La frase me recuerda la que muchos miércoles Santos le escuché por la Alcaiecería al genio del capataz Alfonso Borrero, esencia del viejo arte de arpillera del muelle:

-- ¡No correr! ¡Mú poquita poco!

Así, sin correr, es como se hacen las grandes cosas. Aunque haya una calle que se llama La Correduría, observen allí esta Madrugada al paso de la Esperanza: verán cómo va más despacio que por Anchalaferia, recreándose los costaleros en la suerte. Sobre los pies. Así es el tratado de la lentitud que nos gusta en Sevilla: sobre los pies, ¡no correr!, dejemos el paso mudá para los antiguos gallegos que estaban de mozos de cuerda en el callejón de Oropesa esperando trasladar pianos. Si Zamora no se tomó en una hora, Sevilla no se toma en una vida entera si se va con prisas. Lo primero que hizo Belmonte para revolucionar el toreo fue parar. Después, templó y mandó, pero empezó parando. Una frase popular lo recuerda: "Que los hombres no somos escopetas". Y es difícil. Marina Heredia canta esta filosofía del despacito del Currobetis: "¡Qué difícil es/comer despacito/cuando hay ganas de comer!". Rogelio tenía hambre de gol, pero se lo jamaba despacito, en aquellos córneres olímpicos que hasta un sevillista tan confeso como nuestro cronista José Antonio Blázquez acuñó la genialidad de "la Zurda de Caoba". Hasta irse se ha ido así Rogelio Sosa: despacito. La muerte le vino muy poco a poco, sin correr, que es de valientes en la vida. Ay, en la dual Sevilla de los dos Rogelios, Rogelio el del Betis y Rogelio el de Trifón, ya sólo nos queda Rogelio Gómez, el jándalo baratillero. Que por no desmerecer a su tocayo es el que corta más despacito del mundo el lomo en manteca.

 

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