ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  30 de julio de 2019
                               
 

Rancataplán por Pepe Hidalgo

Ran, cataplán, por los balcones con geranios de la calle Capuchinas, los tambores macarenos rompen el silencio de sagrario de monumento del convento de Santa Rosalía en esta prima noche de Jueves Santo, cuando se empiezan a ver los primeros nazarenos de ruán que por el camino más corto van a herirnos la memoria. Ran, cataplán, hacia San Lorenzo, la Centuria viene de rendir ante Sor Angela sus lanzas vencedoras de todas las guerras del Rubicón de Anchalaferia. Su capitán trae desnuda la espada que enderezó todas las ruedas de calentitos de los desayunos de cuartelada y aguardiente de La Encarnación. Vienen, ran, cataplán, en son de paz y concordia, a rendirse ante El Que Todo lo Puede, para que tras verlo salgan llorando las legiones de Roma, con sus tíos como castillos de Sant´Angelo. !Y vienen con un son tan de paseíllo torero, a paso ordinario, mientras suena "Abelardo"!

Ran, cataplán, bajo un naranjo en flor, en la plaza de San Lorenzo, a la puerta de la Postestad y el Imperio del Gran Poder, yo estoy ahora viendo llegar a la Centuria con su triunfal tamborería. Pepe Hidalgo, el cabotambor, borda redobles. Suena «Abelardo» en la cornetería hasta que cambian la seda del paso ordinario por el percal del racheo de sandalias que se escucha como el bisbiseo de una oración en el mármol del suelo de la basílica.

Los redobles de Pepe Hidalgo. El rufar de Pepe Hidalgo. ¿De qué hondón del alma le salía aquel compás que le marcaba un corazón macareno tan grande que no le cabía dentro de la coraza? Que vengan John Bonhman, y Keith Moon, y Joey Jodison, los mejores baterías de jazz del mundo; que venga desde Harlem el mismísimo Gene Kurda, que Pepe Hidalgo, con sus baquetas macarenas, hará el milagro de que Ginger Baker suene como un tambor infantil de cruz de mayo. Porque ninguno tiene este arte, que Pepe Hidalgo empezó casi de niño, para mí que en una cruz de mayo, con una lata de bonito del Consorcio Almadrabero y dos palos. En el colegio Santa Marina, donde era compañero de banca de Pepín Tristán, el que luego fue director de la Banda Tejera, tanto le gustaba ya el tambor que entró en la Banda del Padre Manjón y de allí pasó a la mítica "La Giralda", de Patón, con su sonido clásico incinfundible, que era como la cantera de la Centuria Macarena.

Ahí viene la banda de la Centuria, ya se escucha cómo rufa Pepe Hidalgo el estiradísimo parche de su tambor, su "tempo rubato". Senatus Populusque Macarenus, en la coraza no le caben ni su alma de sangre morada ni su derroche de arte, su sentido del ritmo, su entrega a la Hermandad, su ilusión por la creación de la Banda Infantil. Queda maravillada la gente de cómo rufa el tambor este macareno tras el paso de su Señor de la Sentencia que manda Loreto.

Yo no sé si Pepe Hidalgo o el rufar macarenísimo e inconfundible de las baquetas sobre su tambor, pero los dos cumplieron los 50 años en la Centuria, a la que llegó en 1968 y fue luego nombrado cabotambor, como le gustaban llamarlo a Luis León, en 1978. Aunque Hidalgo era Macarena pura, había que oírlo los Domingos de Ramos cuando el paso del Señor de San Roque enfilaba la calle Sierpes y resonaba su rufar en los balcones que ni la Sala Pleyel ni el Carnegie Hall, ran, cataplán, qué arte, Roma andaluza, qué lujerío del plumerío. Se nos ha ido, ay, Pepe Hidalgo, el cambotambor de la Centuria, pero sus baquetas seguirán rufando ahora junto a la Virgen de la Esperanza y al Señor de la Sentencia. ¡Menuda Centuria allí arriba, en la calle Parras del Cielo, con Pepe el Pelao, con Pepe García, con tantos armaos buenos que se ganaron la gloria con el rechear garboso de sus sandalias! Pepe Hidalgo engrandeció la Banda de la Centuria, a mayor gloria de La Que Está en Sal Gil y de su Sentenciado Hijo. Continuó la significación del armao que inició como capitán El Melli. Y se sentía más centurión de Roma que nadie. Ahora es cuando de verdad, con Rafa Serna en el balcón del capiller, el Sentencia va a ver desfilar una Centuria con arte, ran, cataplán, con el rufar del tambor de Hidalgo, patrimomnio inmaterial macerando, que segura muchos siglos sonando en la memoria de la Madrugada y del primer sol de La Encarnaciòn, cuando la Esperanza va ya cansada.

 

 

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