ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  13 de septiembre de 2019
                               
 

Coche bueno, coche malo

Debe de ser cosa de la tópica Sevilla dual. O como lo de poli bueno y poli malo de las pelis. El coche en Sevilla lo mismo es objeto de persecución y prohibición, al que hay que ponerle todas las trabas, quitarle aparcamientos, estrecharle las calles, prohibir que circule con la peatonalización, cobrarle por estacionar en zona azul... Lo mismo puede ser eso, el coche malo, dañino para la salud por su contaminación, que puede ser el coche bueno. Una maravilla para resolver problemas que llevan lustros sin que nadie pueda arreglarlos. Lo digo por la calle Aguilas y por el Polígono Sur.

La calle Águilas, como antes Baños, quieren hacerla peatonal. Con la diferencia de que por Águilas no se va al Cortinglés del Duque ni al aparcamiento de La Gavidia. De Pilatos a La Alfalfa la quieren dejar sin coches, sin malditos coches, no sé para qué, con lo clásico que es aquello. ¿Clásico? Sí, no hay nada más sevillano de toda la vida que las aceras estrechísimas, como las de esta calle a la altura de la Casa de las Águilas. Te tienes casi que meter en los portales cuando viene un coche, porque la acera apenas mide tres palmos. Y si te quedas en ella mientras el coche pasa, te tienes que poner con la espalda muy pegada a la pared. Es como un deporte sevillano esto de los coches por las calles con las aceras estrechísimas, como ocurre también en Fabiola o en la calle Murillo, donde te la juegas con los autobuses municipales. Tiene mucho sabor. Allí los antiguos metieron la máquina de estrechar aceras en vez la actual de estrechar calzadas para los coches.

¿Ventajas de peatonalizar Águilas? Pues de momento acabar con este deporte sevillanísimo, de correr como por calle de la Estafeta cuando viene un coche, para cobijarte al dejarlo pasar, por much que pongan que los peatones tienen prioridad. Y luego, complicarle la vida a los que en coche quieran llegar a la Cuesta del Rosario, bajar hasta El Salvador y por Entrecárceles salir a la Plaza de San Francisco y a Hernando Colón para llegar, por ejemplo, al Arenal por García de Vinuesa. Esto será ya imposible. Sevilla, que circulatoriamente está cortada en dos (sin muro de Berlín) desde que cerraron al tráfico la calle O´Donnell y los taxis han de dar unos odeos tan tremendos que parece que quieren timar al pasajero, ahora estará más compartimentada. Eso, lo que pregunto: ¿cómo se va a llegar a la Cuesta del Rosario?

Porque se trata, evidentemente, del coche malo. Pero hay también un coche bueno. El mismo Ayuntamiento que quiere cortar la calle Águilas quiere hacer lo mismo con la Carretera de Su Eminencia, cerrarla, forzando al coche a una travesía por el Polìgono Sur. Para todo lo contrario: no para que no pasen los coches, sino para desviarlos por dentro de Las Tres Mil y que la circulación, la presencia motorizada de personas ajenas a aquel peligroso mundo de marginalidad sea un remedio contra esa Sevilla degradada. Según el "corazòn partío" de las dos decisiones contrarias y opuestas, hay coches buenos y coches malos. Hay que quitar los coches malos de la calle Águilas, pero que al mismo tiempo hay que meter los buenos por dentro de Las Vegas y vayan por las calles Luis Ortiz Muñoz y Sebastián Santos desde Heliópolis a la Avenida de la Paz, para que solucionen, entre otras cosas, la sensación de peligrosidad. Ahí llevan razón. Ahora no da miedo ninguno pasar de noche, aunque sean las 2 de la madrugada, por la calle Águilas desierta, porque de vez en cuando viene un coche y, dentro, quien te puede auxiliar en un momento dado o espantar a quien te quiera robar o atracar. Pero ya verán cuando Águilas sea peatonal y no pasen coches. Aquello va a estar de noche como la boca del lobo, cual tantas zonas peatonales de madrugada. Da canguelo y jindama grande pasar por ellas, sin nadie. Somos únicos. Como habrán podido observar, Sevilla es el único lugar del mundo donde hay coches malos a los que hay que perseguir y coches buenos que nos pueden ayudar a terminar con nuestro Tercer Mundo interior.

 

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