ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 21 de septiembre de 2019
                               
 

Elogio de Don Juan José Asenjo

A su predecesor lo recibí abriéndome de capa con lo del Báculo Magefesa que llevaba en su debú en la procesión de la Virgen de los Reyes, un ya más que lejano 15 de agosto. Para no ser menos, y según marca de la casa, cuando Roma nombró a don Juan José Asenjo Peregrina «arzobispo coadjutor con derecho a sucesión en Sevilla», el baculazo no Magefesa que le pegué fue afirmar que tenía nombre de árbitro de fútbol Segunda División: "Arbitró el colegiado castellano Asenjo Peregrina". Guasa.

Ojalá todo los problemas que Don Juan José Asenjo se encontró a su llegada a Sevilla desde el Obispado de Córdoba hubieran sido que este guasón cronista le dijera lo del árbitro de fútbol. Debieron de ser amargos, muy amargos, los primeros días del arzobispo en su isidoriana sede hispalense, una vez producida la sucesión que mandaban los papeles que le mandaron de Roma. Hubo una Sevilla que usted sabe cuál es, la de la ojana, la falsa, la que ni aprende, ni olvida, ni perdona, que la tomó con él. Se lo ha confesado a Javier Macías: «Vine a Sevilla y la primera experiencia no fue buena. Hubo una siembra de ideas, que si desconocía la religiosidad popular, que yo no apreciaba a los andaluces, que era una imposición de Rouco para herir a don Carlos Amigo...» Días y meses duró aquella auténtica campaña descalificatoria contra el nuevo arzobispo. Quizá porque Sevilla, con el verso del poeta nacido en la Casa de las Dueñas, "desprecia cuanto ignora". E ignoraba cómo era este arzobispo Asenjo que se ha ido ganando a la ciudad como la ganó San Fernando: cercándola. Pero cercándola de bondad, de preocupación por los verdaderos problemas, de soluciones para asuntos que parecían no tenerla.

Por decirlo en los términos al uso, Asenjo "no daba el perfil" que le gustaba a esa Sevilla peligrosa y despreciable que tantos falsos testimonios le levantó y que él, con cristianísima resignación, aguantó sin inmutarse. Aquí gustan los arzobispos que van a favor de corriente, halagadores. ¿Agradaores? Pues sí. Aunque sea todo más falso que una levantá a pulso...aliviado. En cierta Sevilla que se tiene por muy católica y que ejerce de tal, la verdad no hace libre, sino que desagrada, no gusta escucharla. Y lo más triste de todo esto es que verá usted cómo hoy, cuando gozosamente Don Juan José celebre en la Catedral la misa conmemorativa de sus fecundos cincuenta años de sacerdocio, estarán allí felicitándole los mismos que a su llegada lo ponían verde, en las clásicas puñaladas hispalenses por la espalda.

Bondad. Si me preguntaran por una calificación para nuestro queridísimo señor arzobispo (del que me he mostrado partidario y defensor en las horas más amargas de esas falsedades sevillanas, y que me honra con su amistad) esa palabra seria la de bondad. Lo retrataría en su bondad y en su trabajo callado, nada de cara a la galería. Hay dos cosas en Don Juan José que no se han elogiado suficientemente, lo que intento hacer ahora. Una, cómo metió en cintura al Seminario, que no te quiero ni contar cómo estaba aquello. Y otra, cómo ha sabido reunirse de una "cuadrilla del arte" de jóvenes e ilusionados sacerdotes que han dado aires de fuerza y confianza a la Iglesia de Sevilla y a su curia. Por no citar su dedicación a los temas del patrimonio artístico de la Iglesia, de los que se ocupó desde sus tiempos de Toledo y que han significado, por ejemplo, la recuperación de los tesoros principalmente pictóricos del propio Palacio Arzobispal y su apertura a los sevillanos.

Cincuenta años de cura de un gran arzobispo al que Sevilla ha terminado descubriendo en la grandeza de su modestia, que lleva sufrido lo suyo por una sucesión desgraciada de enfermedades y se tiene más que ganado el cielo con lo que nos ha aguantado a los dificilísimos sevillanos. Ya no me acuerdo de lo del árbitro porque Sevilla ha comprendido su generosa personalidad y nadie cita su apellido materno, sino la valía y dedicación de Monseñor Asenjo. Laus Deo.

 

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