ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 29 de septiembre de 2019
                               
 

Datos contra los enfermos

La incomprensible y pesadísima Ley de Protección de Datos está contra las obras de misericordia que manda la Santa Madre Iglesia y aprendimos en el bellísimo español barroco del Catecismo de la Doctrina Cristiana del padre Jerónimo de Ripalda. La Ley de Protección de Datos está contra la obra de misericordia de visitar a los enfermos. Ha puesto dificilísimo visitar a los amigos enfermos o simplemente a cualquier persona ingresada en un centro asistencial privado o público. Lo contó con mucha gracias en su discurso de ingreso en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras el notario don Pablo Gutiérrez-Alviz y Conradi. Que le ocurriò que una familia requirió sus servicios de la fe pública para que acudiera presuroso a cierto hospital, donde una abuela que estaba ya la pobre más para allá para acá quería hacer testamento. Y no querían los hijos que la palmatoria se produjera dejándoles un lío "ab intestato". Don Pablo, que por cierto escribe maravillosamente, aunque no viva de la escritura literaria, sino de la fedataria, encaminóse al hospital donde le habían requerido. Llegó a recepción y preguntó en qué habitación estaba la enfermísima y pretendida testante. Y como en tantas ocasiones nos ocurre a todos en diversas circunstancias y lugares, la recepcionista le dijo:-

-- Lo siento, pero no puedo decirle el número de habitación de esta señora, porque nos lo prohibe la Ley de Protección de Datos. Tiene usted que preguntarle a la familia.

Ni su condición de notario del Ilustre Colegio de Sevilla sirvió al académico Gutiérrez-Alviz para aligerar el trámite y saltarse a piola la dichosa ley de los datitos puñeteros. Hubo de llamar por teléfono a la familia y sólo así pudo saber el número exacto del cuarto hospitalario donde la señora que estaba a punto de embarcarse como pasajera en la barca de Caronte iba a hacer testamento.

No he visto ley más antipática que la de Protección de Datos. Llamas por teléfono a la oficina de un servicio público o privado y te recibe a portagayola una grabación pesadísima y larguísima. Te dice que la conversación puede ser grabada, pero teniendo en cuenta lo que dicta la Ley de Protección dichosa. Quieres hacer una gestión ante un organismo en nombre de un familiar, ora telefónica, ora presencialmente, y no hay forma. La Protección de Datos dichosa te lo impide. ¿Qué digo yo? Hasta cambiar la domiciliación del recibo del agua, como quien llame no sea el titular del suministro. Ojalá lo que verdaderamente debería estar protegido en España, como la seguridad callejera en Barcelona por ejemplo, o las fechorías de los llamados "menas", tuviera tan estricto cumplimiento como esta pesadez de los datos. Contra los que nadie rechista. Entramos por el aro de la protección de datos como los pobres judíos del holocausto nazi subían resignados a los vagones de mercancías de los trenes que los llevaban a la muerte. Nadie ha dicho que ya está bueno lo bueno con tanta monserga de protección de datos.

Ya les digo: imposible que cumpla usted con la obra de caridad de visitar a un enfermo si se trata de un hospital y no sabe el número de la habitación donde está encamado. Pero luego resulta que a la hora de la verdad, y sobre todo de la siesta, no hay protección ni nada. Con tantas cortapisas, ¿cómo saben nuestro número de teléfono las compañías telefónicas? Es que no falla. Estás plácidamente durmiendo la siesta, tú crees que cobijado por la Ley de Protección de Datos, cuando suena el teléfono y te despierta. Es la llamada habitual de la niña de Orange, que sin protección de datos, a pelo, va y te dice:

--- ¿Es usted el titular de la línea?

--- Ni de La Línea de la Concepción, hija, que me has despertado de la siesta otra vez, como todos los días...

 

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