ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  4 de noviembre de 2019
                               
 

Patinetes sin amo

No sé si se han fijado y han llegado a la misma conclusión que servidor de ustedes o si es una equivocación mía (otra más), pero por el centro de Sevilla ha dejado de haber perros callejeros. Aquellos perros que andaban solos por la calle y que salen hasta en la obra de Cervantes, con el loquito que se dedicaba a inflarlos "con un cañuto" (sí, cañuto con eñe es como Don Miguel escribe canuto). Había por Sevilla pandillas simpatiquísimas de perros callejeros, como una cofradía perruna, en la que siempre iba delante uno que parecía que los dirigía y guiaba, como un fiscal de cruz de guía canina. Grupos de perros sueltos que eran siempre de la ilustre raza del "chuchus comunis". Daba pena cuando llegaban "los laceros", los empleados municipales que capturabanr a estos tristes y simpáticos perros sin amo, a los que les esperaba, ay, que les dieran bolilla.

Los perros callejeros se colaban a veces en los más solemnes actos públicos, despistados y asustados los pobres. Por la colección de ABC debe de andar un artículo que le dediqué en 1983 a "El perro de las procesiones". No faltaba ningún año en el Corpus. El animalito era un clásico sevillano, siempre distinto, pero siempre representando el mismo papel. Cuando la procesión del Corpus iba por la Avenida, o por la Cerrajería, o por Cuna, nadie sabía de dónde salía aquel despistado perro callejero, que se colaba en el cortejo como si fuera hermano de una sacramental, entre cuyas filas andaba un buen trecho tras el paso de San Leandro o de San Isidoro, hasta que, con el rabo entre las piernas, salía el pobre asustado de los que lo echaban de la solemnidad que había roto.

Ya los perros que se ven por la calle no son como aquellos vagabundos, sino damas y señores con correa y chip, cuidados en una casa como si fueran de la familia. Lo que indica el nivel de sensibilidad y de civilización que hemos alcanzado. Cuando voy al extranjero, me fijo en los supermercados en el espacio que dedican a las comidas y artículos para mascotas. Cuanto más alto el nivel de vida de una ciudad, más atención a las mascotas, a los perrunos y a nuestros adorables y listísimos gatos. ¿Se han fijado en la cantidad de clínicas veterinarias que hay en Sevilla o incluso peluquerías para perros, donde los lavan y escamondan y los pelan como, ya digo, de la familia que son, por la compañía que dan?

He dicho que ya no hay perros callejeros en Sevilla, pero sí los hay. Los abandonados perros callejeros sin amo han sido sustituidos por los abandonados patinetes eléctricos en las aceras. Ahora en las procesiones no se cuela un perro sin amo, sino un señor en un patinete. Que cruza, por ejemplo, entre las filas de una procesión de gloria sin bajarse del artefacto misterioso, que avanza sin que le dé a los pedales y que no se le ve dónde lleva el motor. El primero al que se vio usar patinete en España fue a don Jaime de Marichalar cuando todavía era el marido de la Infanta Doña Elena, y la gente se lo tomó a pitorreo. ¡Pues anda que no han salido marichalares en patinete desde entonces! En Sevilla han crecido y multiplicado "exponencialmente" que dicen los pedantes. ¿Cuántos patinetes hay en Sevilla? Yo creo que incluso más que veladores en las aceras. Y tan molestos. Por muchas ordenanzas que haga el Ayuntamiento, como la que entra en vigor mañana, el patinete, como los antiguos perros callejeros, va por donde quiere. Y sin miedo a que vengan los laceros para darles bolilla. Me inquietaban los patinetes abandonados en cualquier parte hasta que me explicaron que dejas el patinete donde quieras, haces lo que tengas que hacer, y una aplicación del teléfono móvil te dice dónde puedes encontrar luego el más cercano para volver a circular con él. Por donde te dé la gana, como peatón o como vehículo, ¡hala! El otro día se lesionó una invidente al tropezar con un patinete abandonado en una acera. Si no teníamos bastante con los veladores y con el ciclista que te insulta si osas pisar su carril, ahora los patinetes. Prefería cuando no había esta moda de la movilidad de la sostenibilidad de los patinetes eléctricos y Sevilla estaba llena de entrañables perros callejeros sin amo.

 

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