ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  22 de enero de 2020
                               
 

Los niños del Estado

Que levante el dedo quien en su comunidad de vecinos no tenga la desgracia de padecer a una familia con niños terribles, traviesos, maleducados, gamberros, que raro es el día que no rompen algo en sus carreras y juegos. Peor que tabardillos. Nos quejamos que ahora los niños se pasan las horas muertas encerrados en sus cuartos, jugando a entretenimientos electrónicos con sus teléfonos, sus tabletas o su ordenador. Prefiero estos niños electrónicos y digitales, casi autistas, embebidos en sus pantallas, a los de la vieja usanza de los juegos en la calle o en las zonas comunes de la casa, donde el día que no rompen un cristal de un pelotazo es porque se han entretenido en cualquier otra fechoría.

Padezco en la casa, como tantos españoles, a una familia con niños terribles. Y da la casualidad de que viven justo encima. Es un joven matrimonio muy prolífico, que ya va por familia numerosa por el plan antiguo: me parece que son cuatro los niños. A cuál más travieso y peligroso. Como ahora las paredes y los suelos de las casas están hechos como con papel de fumar, es como si los tuviera sobre mi cama cuando me despiertan arrastrando muebles o botando pelotas.

¿Que si protesto por sufrir a estos niños? El día de Reyes me harté, porque le echaron a uno de ellos el consabido patinete y fue como si tuviera el ruido de sus ruedas sobre mi cabeza todo el santo día de la Epifanóia, como si arrastrara sobre mí las ruedas ruidosísimas del juguetito de moda. Pero creo que será la última protesta que debo hacer a mi vecino, antas que me llame facha, que hasta ahí podíamos llegar. Porque la otra mañana me lo encontré en el portal y con toda la satisfacción del mundo, me dijo:

-- No te molestes en protestar más por la lata que te den mis niños. Así que de lo del patinete del Día del Reyes no tengo yo la culpa. Como te sé enterado de la actualidad, sabrás que yo no tengo la menor responsabilidad en esas cosas, ya que no son mis hijos: son del Estado, según ha dicho Isabel Celáa más de tres veces. Así que protesta a Isabel Celáa. Y recuerda también lo que ha subrayado Pablo Iglesias: que cuando tenemos un hijo lo inscribimos en el Registro Civil, no en el de la Propiedad. Que los hijos no son nuestros, vamos, sino del Estado. ¿No has visto la película "Jojo Rabbit"? Pues algo así es lo que quieren, pero sin daga nazi, sin cruz gamada y sin Hitler de amigo imaginario del niño del Estado. Ahora, que yo, encantado. Ni "pin parental" ni nada. Una maravilla. Sí, una maravilla, porque la próxima vez que me proteste alguien por lo que han hecho mis niños en alguna de sus travesuras, ya sabes lo que voy a decir: "No, a mí no tienes que protestarme. Protesta a Iabel Celáa, porque los hijos no son nuestros, son del Estado". Y si de paso el Estado me compra la silla de seguridad del coche para la más pequeña, pues ni te cuento. Ah, y ya he visto que en el orden del día de la próxima reunión de la comunidad de vecinos viene lo de la farola que rompieron mis niños jugando la pelota. No pienso pagarla. Diré al presidente que le reclame la factura a Isabel Celáa, porque mis hijos, como buen progresista que soy, no me pertenecen a mí, sino que son del Estado.

Y estuve por copiarle el artículo 27.3 de la Constitución y echárselo en el buzón: "Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones". ¿Para qué? Y lo peor es que Isabel Celáa no va a pagar la farola rota por los niños de mi tan progresista vecino. Habrá que cambiar de letra al villancico clásico: "Dime, niño, ¿de quién eres?" ¿Pues de quién voy a ser? ¡Del Estado! Y lo de "No me pises, que llevo chanclas", igual: "¿Y tú de quién eres?". ¡Del Estado!

 

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