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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 5 de marzo de 2020
                               
 

Ay, Plaza de San Lorenzo

Como el "ay, Plaza de Doña Elvira" del universal bolero de Carmelo Larrea, el del "Ay, barrio de Santa Cruz" y "están clavadas dos cruces", yo digo ahora, como un lamento, un recuerdo, una queja, como una parte de la memoria de generaciones de sevillanos: "Ay, Plaza de San Lorenzo". ¿Pero qué has hecho, ay, Plaza de San Lorenzo, para que te traten así, y dejen sin lo más característico de tu recuerdo y de tu estampa, tus grandes árboles, tus plataneros de sombra, que daban personalidad a un trozo de pueblo dentro de la ciudad, vivido y querido, metido en el corazón del barrio donde empezaban los recuerdos de Bécquer o de Rafael Montesinos?

Era una de las plazas más hermosas de Sevilla. Más vividas. La que tenía un Vecino más querido y venerado: el Señor del Gran Poder. De la vieja plaza de San Lorenzo evoco ahora las sombras del verano, las hojas caídas del otoño tapizándola toda como en el poema de un romántico. Los juegos de los niños. Ay, los juegos de los niños. ¿No dicen que ahora los niños ya no juegan en la calle, porque están todo el día encerrados en su cuarto con el solo juguete de una pantalla, del teléfono móvil, de la tableta, del ordenador? Pues en la Plaza de San Lorenzo quedaban niños jugando y gritando, correteando. Como niños antiguos, que vinieran de otro tiempo, que repitieran allí los juegos con los que sus padres y sus abuelos pasaron las horas después del colegio y antes de que la madre los esperara en casa para hacer los deberes y para la cena. ¡Cómo sonaba a infancia la Plaza de San Lorenzo! Y de un modo en cada estación del año, como un almanaque sonoro. Gritos de niños apagados por el suelo mojado en las lluvias del invierno; gritos tan sonoros al abrir de la primavera, cuando empezaban a competir con los vencejos que sobrevuelan la plaza como en un homenaje al Señor al que le quitaron las espinas, según la tradición que ojalá nunca se quiebre. Como se ha roto el ambiente de la plaza con la incomprensible tala de sus árboles de siempre. Aunque el Ayuntamiento tiene la suprema autoridad, ¿a quién le han pedido permiso para alterar de esta forma la plaza de San Lorenzo y cargarse su recuerdo? Para talarla, ¿le han pedido permiso a los poetas, al recuerdo de Bécquer y de Rafael Montesinos, a los niños que corretean en sus juegos, a los padres de esos niños, a los vencejos del atardecer y, sobre todo, a los devotos del Señor?

Estoy pensando en esas colas del Domingo de Ramos por la mañana para ir a besar las manos del Gran Poder. Antes se formaban en un paisaje familiar, querido, nuestro, bajo la sombra de las plataneras. Ahora, ¿cómo serán, ay, en una plaza casi desierta, que será ya sólo, como tantas cosas de Sevilla, el recuerdo de lo que fue? Seguro que cuando lleguen los vencejos, que están al caer, echarán de menos, como nosotros, esos grandes árboles, los plátanos de sombra que "apearon". Qué horror de aufemismo: "apear" es talar a un árbol desde su raíz, pero, sobre todo, acabar con un recuerdo de nuestra vida, de la de tantos sevillanos. Sin esos árboles, ¿cómo sonarán las cornetas y tambores de los Armaos de la Macarena cuando, en la concordia con la Hermandad de la Esperanza, vayan a rendir sus armas ante el Señor, ante El que hace llorar cada Madrugada a los más aguerridos centuriones de las legiones romanas de San Gil? ¿Y cómo sonarán esas saetas entrecruzadas, oración, promesa, devoción, que atraviesan la plaza como una red de emociones cuando el Señor del Gran Poder está saliendo y van las largas filas de nazarenos con sus cirios color tiniebla por la calle Conde de Barajas?

Ay, Plaza de San Lorenzo, ay, infancia de tantos sevillanos. Ay, emoción de tantos devotos del Señor, sin los árboles que nos recibían cada Viernes del año cuando íbamos a rezarle. Dicen que van a plantar almeces. Árbol ilustre, como el almez de la emperatriz Eugenia de Montijo que hay en la Casa de las Dueñas. Pero ya nada será lo mismo. ¿Por qué? ¿Qué necesidad había, en vez de cuidar a esos árboles para que no enfermaran, dejarlos morir? Arboles de San Lorenzo: vuestros talados troncos, vuestras perdidas sombras, vuestras viejas hojas secas del otoño, vuelven a confirmarnos que ya nada, ay, es igual en Sevilla.

 

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