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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 7 de marzo de 2020
                               
 

El primer palco

Lo dije, pero si quieres arroz, Catalina. "Que está acabadito de salir", como dicen en los bares hacia la 1 de la tarde cuando te ofrecen las tapas "fuera de carta", fuera de la plastificada cartulina que ha sustituido al antiguo y maravilloso "recitativo fantasía" que daban los camareros con las excelencias que salían del torno de la cocina. Dije que igual que se celebra la colocación del primer tubo de la portada de Feria, que por qué en esta Sevilla dual no hacíamos una ceremonia similar, simpática y solemne, sencilla pero muy nuestra, cuando se colocara el primer hierro de los palcos de Semana Santa en la Plaza de San Francisco. No ha sido así, y mi explicación es que a la Semana Santa le ha faltado en los últimos lustros un Rafael Carretero, un funcionario municipal con afición y sevillanía, que tomara los asuntos como algo nuestro y no como un expediente a resolver para cumplir un acuerdo del pleno o con el Consejo.

Sea como fuere, los palcos están ya en la Plaza. No hay que decir ni qué palcos ni qué Plaza. Es un síntoma más de las impacientes vísperas que vive la ciudad, a un tiempo novelera y tradicional, siempre entre el estreno de unos nuevos faldones o el pasado de un manto a terciopelo nuevo. Y al escuchar los primeros sonidos metálicos de los camiones descargando los hierros de los palcos, yo creo que cada sevillano, por dentro, por las entretelas de la emoción ante lo nuestro, ha celebrado su ceremonia. Como la del primer tubo, pero sin tubo: sólo con el repeluquillo de la emoción de la perpetuación del rito.

Sevilla es la ciudad de las grandes arquitectura efímeras. Siempre lo fue, desde los arcos de triunfo cuando la visita de la Reina Isabel II a los túmulos monumentales en la Catedral para los funerales por los monarcas difuntos. Y dentro de esta tradición, la de los palcos es una maravilla de arquitectura efímera. Es un perfecto inmenso mecano, donde cada pieza encaja en su lugar y donde todo es exactamemnte igual que el año pasado. Como un Lego perfecto. Merecería un estudio de la Escuela de Arquitectura este inmenso aparato desmontable y efímero. Cada vez que veo que los camiones descargan los hierros de los palcos, y empieza a ser montado ese complicadísimo rompecabezas, me acuerdo del arranque del soneto de Cervantes al túmulo de Felipe II en la Catedral de Sevilla: «¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza/ y que diera un doblón por describilla!/ Porque ¿a quién no sorprende y maravilla / esta máquina insigne, esta riqueza?».

No un doblón, sino por lo menos un billetito de veinte euross daría por describirles "esta máquina insigne" que el Consejo y el Ayuntamiento montan sin darle la menor importancia. Y con una puntualidad de cruz de guía o de cerrrojazo en la puerta de cuadrillas. Justo un mes antes del Domingo de Ramos llegaron los hierros de los palcos a la Plaza. En esa Plaza donde se coloca de todo ante la protesta de los sevillanos (que si carpas para exhibir coches nuevos, que si exposiciones sobre el deshielo de la Antártida), a nadie le estorban, sino todo lo contrario, los palcos. Que ya, por cierto, no son socialmente lo que eran. Antes lo distinguido era tener un palco de primera fila; como ahora una buena silla en La Campana. El palco como indicador social está en decadencia. A comienzos del XX, las mejores y socialmente más distinguidas localidades en la plaza de toros eran los palcos; como ahora las primeras filas de barrera. Prueba de ello es que la Real Maestranza conserva su palco como lugar de privilegio, no unas barreras para los caballeros del Real Cuerpo. Sea como fuere, no pierdo la esperanza de que en esta ciudad donde haces algo dos años y es ya una tradición, la llegada de los hierros del primer palco se celebre como el primer tubo de la Feria. Que, por ejemplo, la Banda de las Tres Caídas o el Carmen de Salteras toquen mientras se descarga el primer camión. Y si luego pasa una parihuela de Cristo en el ensayo de una cuadrilla, de costero a costero, es que ni te cuento. Pero el caso es que ya están montando los palcos. Que traducido resulta: "Esto ya está aquí".

 

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