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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 9 de marzo de 2020
                               
 

Petalada de naranjos

Entre aquellas impropias calores que vinieron cuando febrero aún se había ido, el frío de Matananónigos que hace ahora a prima hora, cómo pica el sol luego a mediodía, y los chaparrones que de vez en cuando llegan sin avisar y sin pedir permiso ni a Maldonado ni a la Agencia Estatal de Meteorología, la triste realidad arbórea de la primavera de Sevilla (taladas plataneras de sombra de San Lorenzo al margen) es que este año, cuando llegue el Domingo de Ramos va a haber muy poco azahar en los naranjos. Por ejemplo en los de la calle Doña María Coronel cuando pase la Virgen del Subterráneo o en San Vicente cuando salga el Señor de las Penas. Por estas razones, ya van quedando muy pocos "naranjos en flor", como leerían que me gusta decir. Frente al tópico del azahar, en cuyo nombre tanto ripio se ha escrito, la delicadeza, casi de Proust, de los naranjos en flor. ¿A que "A la sombra de los naranjos en flor" suena a título de poemario, querido Lutgardo?

Bueno, pues ni a la sombra ni al sol. Como la naturaleza no sólo imita al arte, sino también al hombre, esas circunstancias meteorológicas que descritas quedan en esta floración tan tempranera de los maravillosos naranjos callejeros que hemos tenido este año ha hecho que el azahar se deshaga en sus flores, y sus pétalos hayan caído al suelo, tapizando hermosamente aceras y calles. ¡Lo que se perderán hogaño los que vengan directamente para la Semana Santa, que no podrán ya oler cómo trasminan a Sevilla esos olores inconfundibles de las vísperas, blanco heraldo de los días del gozo!

Al caer al suelo con las lluvias, con los vientos, quizá con la propia calor fuera de fecha, los naranjos de Sevilla han dado este año una maravillosa petalada. Sí, como la costumbre de tantos barrios, de echar canastas enteras de pétalos de flores deshechas sobre el palio de la Virgen, en una lluvia que ni la de la Sierra de Grazalema, pero en afecto, devoción y apego por nuestras cosas. Al paso de los palios más populares, cada vez hay más petaladas. Y ya no sólo en los barrios, donde se colgaban con colchas nupciales los balcones al paso de Su Divina Majestad en las pascuales procesiones de impedidos, sino en el mismo centro o incluso en la carrera oficial, donde se cuelgan los balcones con el clásico damasco rojo con galón de oro: los balcones del centro de Sevilla se han ganado los galones de mando en belleza por la fidelidad de sus dueños con el ritual de las fiestas.

Las petaladas de los naranjos de este año me han hecho pensar en un anticipado Corpus, con las caídas blancas flores haciendo el papel de romero sobre las aceras y el suelo de las calles del centro y de los barrios. Sobre todo de los benditos barrios que no consideramos a veces y que son tan Sevilla como la calle Sierpes y en algunos casos, más, porque no tienen franquicias. Al fin y al cabo, se trata de lo mismo. Los blancos pétalos de los naranjos sobre las aceras, como el romero en el amanecer del Jueves único en la carrera del Corpus, están como esperando al Señor que ha de venir. Sacramentado en el Corpus, humanizado y sevillanizado en Semana Santa, hecho Hombre al que se le reza y se le dice lo que le musitaba el fotógrafo Luis Arenas al Cachorro cuando pasaba el puente de Triana camino de Sevilla: "Hasta el año que viene, si Tú quieres".

Sevilla espera a la Semana Santa con muchos símbolos, señales indudables, ritos, cultos, devociones. Y, desde luego, con mucha impaciencia. Como señaló Nuñez Herrera, parece que nunca antes hubiese habido Semana Santa, del estado como de gloriosa ansiedad con que la esperamos. Este año, los humildes naranjos callejeros, más impacientes que nadie, no se han podido resistir y han echado en honor del Señor y de su Madre su blanca petalada sobre las calles y las aceras por las que pronto, ya mismo, pasará ese Señor que entra en esta Nueva Jerusalén entre las fragancias de unos árboles que compiten con el olor de las flores que lleva su Madre en el palio, y que le hicieron exclamar a un forastero junto a los respiraderos del paso de una de nuestras Vírgenes: "¡Qué bien huele esta Señora!".

 

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