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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 19 de marzo de 2020
                               
 

Aquel sueño de los hoteles

Desde esta pesadilla, todo aquello nos parece ahora un sueño. Que hubiese ocurrido hace muchísimo tiempo. Nadie podía pensar que íbamos a estar así en tan pocos días. Cuando me dijeron que por la crisis del coronavirus había cerrado el Hotel Colón, como cualquier aficionado pensé: "Claro, como han suspendido la temporada y los toreros ya no tienen que ir al Colón a vestirse, ni estar allí en el bar de los caballos de escayola los aficionados franceses cada tarde al término de cada corrida para comentarla"... Y me tuve que corregir a mí mismo cuando me dije: "Que es la crisis, imbécil, que todo aquello que seguimos imaginando parece que fue un sueño y quizá resulte que lo vaya a ser en el incierto y duro futuro que nos espera".

No me las quiero dar de profeta, pero un día me atreví a decir que Sevilla estaba viviendo de la burbuja turística, entre los hoteles, los pisos y la hostelería. Y, claro, a la hora gravísima de la crisis económica producida por la virtual paralización de la ciudad y por la detención de cualquier actividad tanto en España como ahora comienza en el resto de Europa y del mundo, incluidos los Estados Unidos, los primeros que han sufrido los efectos del que fue rentable monocultivo han sido los hoteles de la burbuja. Estamos demasiado inmersos en el confinamiento hogareño como para pensar el "ubi sunt" de tantos hoteles nuevos como iban a hacerse. Días antes de que se nos viniera encima esta guerra donde no sabemos dónde está el enemigo, pasé en la Avenida, frente a La Adriática, por lo que fue el Banco de Andalucía, y parecía que el hotel que iban a hacer allí estaba bastante adelantado. Pensando, quizá, en abrirlo para Semana Santa, que era cuando todo se inauguraba en Sevilla, en vísperas del Domingo de Ramos, antes de esta terrible y como medieval peste cuyas consecuencias estamos sufriendo. Me acuerdo de pasar ante aquellas obras porque, en días de anticipada calor como eran, ¡salía desde dentro un fresquito más bueno del cemento nuevo! Y quien dice ese hotel, dice el que estaban haciendo al lado, en lo que fue la FNAC, que parecía cada vez más adelantado. Y abrías el ABC, y raro era el día que no leías la noticia de que iban a hacer un hotel en tal o cual casa histórica comprada por un grupo inversor.

Hay que volver al bolero de las dos cruces de Carmelo Larrea para convertirlo como en otro himno de estos mal llamados días, junto al "Resistiré" del Dúo Dinámico: "Ya todo aquello pasó/todo quedó en el olvido". Esto es lo más sorprendente. Que nos hemos olvidado que ayer por la mañana como quien dice, Sevilla, ciudad alegre y confiada, estaba optimista con sus cifras económicas y su futuro. "Ya todo aquello pasó..." Y vino esta hecatombe. No iba descaminado el día que me aventuré a decir que en lugar de "los felices años 20" que gozaron en el siglo XX, sabe Dios qué adjetivo íbamos a tener que ponerle a este segundo decenio del siglo XXI... Infeliz año 20. Maldito bisiesto. En plena temporada alta de la primavera y de las fiestas, más de 70 hoteles cierran en Sevilla porque el coronavirus se ha cebado especialmente con el turismo. Pienso, con angustia, depresión y solidaridad, en los trabajadores de esos hoteles, acogidos a un ERTE. Y con terror, en los hoteles proyectados y no abiertos, en la comprometida situación financiera en que van a quedar muchos de sus promotores.

El polémico Macron ha dicho que "estamos en guerra". Lo malo es que no conocemos al enemigo, ni dónde está. Es como si todas las fuerzas del mal se hubieran abatido sobre Sevilla, su turismo, su hostelería, su comercio, su aeronáutica, su economía toda. Sobre sus esperanzas. Llevamos apenas cinco días de Estado de Alarma, de golpeo de la crisis sanitaria sobre la salud y la economía mundiales, y nos parece que no hemos conocido otra cosa. Como decía al principio, desde esta pesadilla todo nos parece ahora que fue un sueño. Que nunca tuvimos la ilusión de ver al primer nazareno y los capirotes colgados en la Alcaicería, mientras por las calles se escuchaba, arrastradas sobre las aceras de una ciudad ruidosa y llena de animación en sus calles, el runrún de las ruedas de las maletas de los extranjeros, con un extendido plano de Sevilla en la mano, camino de los pisos turísticos.

 

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