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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  24 de abril de 2020
                               
 

El inventor de La Cartuja

Pues ahora que me pongo a considerarlo, no sé qué será más importante. Si lo que hizo el abuelo, que descubrió para la canciòn española a Concha Piquer, monumento de la copla, o si lo del nieto, que le dio a Sevilla nada menos que las llaves del futuro con las 400 hectáreas de La Cartuja que le arrebató al río, cambiando su curso. Hablo de los Penella. Del abuelo, del maestro Penella, el autor de "Suspiros de España" o de "El Gato Montés", que para sus espectáculos se llevó a la Piquer a Nueva York y la descubrió como la artista inconmensurable que era. Y hablo del nieto, del ingeniero de Caminos don Mariano Palancar Penella (Madrid, 1924-Sevilla, 2020), que nos acaba de dejar sin que Sevilla le hiciera en vida el gran reconocimiento que su obra merecía. Primo por cierto don Mariano (más arte) por la parte de los Penella de las actrices Enma Penella, Terele Pávez y Elisa Montes.

¿Puede haber arte en la técnica? Palancar lo llevaba en la masa de la sangre por esa herencia de su abuelo. Oyes "Suspiros de España" y difícilmente no te emocionas. Y mucho de arte tuvo la providencial llegada de Palancar a Sevilla, donde vino como director de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, procedente de la del Duero, en 1968, con sólo 44 años. Sevilla aún sufría las consecuencias de la última gran inundación, la de 1961, la del Tamarguillo, "Chiquito pero matón". Sevilla, estaba expuesta a las grandes riadas. Hasta que llegó Palancar con su imaginación técnica. La operación consistía en desviar el cauce vivo del Guadalquivir lo más lejos posible de la ciudad. Y así ideó la desviación por la Corta de la Cartuja, gracias a la cual Sevilla se libró para siempre de las riadas. Se empeñó en defender a Sevilla del río y lo consiguió. La Corta de La Cartuja supuso el desvío del Guadalquivir desde San Jerónimo y permitió además la desaparición del tapón de Chapina y la recuperación para Sevilla de 400 hectáreas que dejaron de ser inundabais. Iban a hacerse allí pisos, según la costumbre de los Polígonos de la época, pero a la larga sirvió para algo mejor: recinto de la Exposiciòn Universal de 1992, designación que habría de conseguirse en el BIE de París.

Palancar convenció a los políticos de su proyecto. Sevilla no se ha vuelto a arriar desde entonces, y eso que el Guadalquivir viene sobre la ciudad cada invierno con las peores ideítas de riadas, desde el libro de Borja Palomo a nuestros días. La ciudad, fiel a su norma de ingratitud, no le reconoció su mérito a este ingeniero que se nos acaba de ir, madrileño de origen y sevillano de adopción, que dedicó su vida al río en los 16 años que fue director de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir. En parte tiene una explicación: Palancar, encima de librar a Sevilla de las riadas, tuvo la osadía de, ya jubilado como ingeniero, ser concejal del PP, con Soledad Becerril de alcaldesa. Lo de habernos librado de las inundaciones, pase; pero haber sido concejal del PP es algo que aquí no se perdona tan fácilmente. Todavía estamos esperando que Mariano Palancar tenga una calle en La Cartuja, que tal como la conocemos hoy existe gracias a su idea. Con su obra faraónica de desvío del Guadalquivir, que duró 12 años, permitió que Sevilla dejara de ser ciudad inundable. Pero la obra La Cartuja además de sus implicaciones hidráulicas supuso la mayor y más importante revolución urbanística en Sevilla: la ciudad se abrió al río, con aquel simbólico derribo de la tapia de la calle Torneo. Sevilla descubrió lo que había al otro lado de la tapia y del tren. Pero además se eliminó el tapón de Chapina, dando continuidad a trece kilómetros de lámina de agua continua en la dársena. Se construyeron nuevos puentes para unir ambas dos ciudades, la Sevilla de siempre y la de La Cartuja; se eliminó el degradado Charco de la Pava y se acabó el dogal ferroviario hasta la Plaza de Armas. Gracias a ello, pudo Manuel del Valle hacer su PGOU de 1988, que supuso la modernización de Sevilla, la ciudad de las grandes avenidas y rondas que conocemos. Y es curioso el destino: en pocos días se nos han ido estos dos grandes y efectivos sevillanos, autores arriesgados de la ciudad que vivimos desde 1992: Mariano Palancar y Manuel del Valle. Si el uno hizo La Cartuja, el otro aprovechó el salto e hizo la Sevilla que padecemos o gozamos.

 

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