ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  8 de mayo  de 2020
                               
 

Magnolios con desconfinamiento

Con estas medidas de que aunque haya dos turnos de caminata al día no pueda uno alejarse más de un kilómetro a la redonda de su casa, esta primavera estoy muy triste. Hecatombes patrias, abstenciones incomprensibles del PP y tardanzas en los lutos oficiales al margen, ¿saben por qué? Porque dentro de la demarcación de mis paseos no hay un solo magnolio. Esta maldita crisis me he privado hogaño del espectáculo, tan cernudiano, tan sevillano, tan nuestro, de ver un magnolio florecido. De admirar ese prodigio de la blancura carnosa de sus flores sobre el lustroso verde de sus hojas. Como el pordiosero que se pone en la Avenida para pedir guasonamente para comprarse un Ferrari y un chalé en Marbella, estoy por echarme a la calle como hombre-anuncio, con dos cartones que digan:

-- Señor guardia, no me denuncie porque me he haya salido del obligatorio kilómetro a la redonda de mi confinamiento. Pero es que estoy recorriéndome Sevilla entera viendo la maravilla de sus magnolios en flor.

De eso me entraron ganas cuando un vecino de la feligresía del Sagrario me llamó y me dijo para ponerme los dientes largos:

-- Que sepas que ya está florecido tu magnolio de la Catedral, el de la esquina de Correos. Ay, si pudieras venir a verlo en estas tardes tan tuyas, con los vencejos haciendo mil filigranas y recortes gallistas en el aire, al sortear los pináculos de la Catedral, y con las buganvillas en la Glorieta de los Perros de los Jardines de la Casa Lonja.

Tan largos me puso los dientes que, ya digo, estuve por saltarme a la torera las normas, coger carretera y manta y llegarme a la Catedral a ver mi magnolio de la esquina de Correos. No es sólo un magnolio: es un monumento a la resistencia. Que se sepa, nadie ha visto nunca regarlo. La tierra de su jardincillo suele estar más seca que el ojo de un tuerto. Hay veces en que sus ramas parecen como enfermas, a punto de secarse. Pero llegan estas fechas de la primavera honda y seria de Sevilla y se pone que da gloria y alegría verlo, con esas flores blancas que son como una arquitectura efímera de la belleza de nuestra flora, que vas al día siguiente y ya se han caído muchas, amarillecidas por la calor y por el sol. Esa flor tan blanca y de hojas tan como carnosas, que tienen mucho de "los labios de un ángel" de las yemas de San Leandro según Cernuda.

Y ya puesto, como la multa no había quien me la quitara por salirme de mi circunscripción, me iba al Parque, a la Avenida de Rodríguez Caso, la que va del Puente de las Delicias a la Plaza de España, donde crece la más hermosa colección de magnolios de Sevilla. Para confirmar que con sus flores se han desconfinado los magnolios de Sevilla. Y después me iba al jardín de la Casa de Pilatos donde, buscando el sol sobre los tejados, está el magnolio más alto de toda Sevilla. O sea, que si yo no fuera una persona de orden sumisa al cumplir lo que mandan los que nos han llevado a esta ruina, "manque" sea Sánchez, podía hasta hacerme unas tarjetas de visita que dijeran: "Buscador de magnolios en flor en las calles de Sevilla".

Y los contaba todos. Y tras comprobar que estaban cada uno en su sitio, como corresponde a la gongorina "del año estación florida", me iba luego a buscar las jacarandas a las que la calor aún no les ha tirado al suelo sus moradas flores. ¿Y las buganvillas? ¿Y esa buganvilla hermosa y frondosa de la tapia del Palacio de San Telmo que da a Las Delicias y al río, la más hermosa quizá de toda Sevilla? Aunque yo la echaba a pelear con otras dos monumentales buganvillas palaciegas sevillanas, tan antiguas que sus troncos parecen de un árbol: la del apeadero de la Casa de Pilatos y la que cubre los balcones con esterones de la fachada interior de la Casa de las Dueñas. Así que ya está también desconfinada, en su desescalada de belleza, la hermosura floral de la primavera de Sevilla: con los vencejos toreros del Arenal, las jacarandas, las blancas magnolias, las buganvillas. Estas flores de Sevilla, ay, cómo nos elevan el ánimo en estas tristes y deprimentes circunstancias que vivimos y sufrimos...

 

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