ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 11 de junio  de 2020
                               
 

Nostalgia de Corpus

En la Tercera de ABC con la que ganó muy justa y recientemente el premio Romero Murube, sostenía el cultísimo Andrés Amorós que frente a su utilización interesada por algunos para endurecer el enfrentamiento entre las dos Españas, hay muchísimos aspectos en los que la obra de los Hermanos Machado son una y la misma cosa. Poemas de Manuel que parecen de Antonio y versos de Antonio que parecen de Manuel. Tal me ha ocurrido cuando acabo de ponerme a escribir sobre la evocación nostálgica de la sevillanísima procesión del Corpus, sobre esa mañana única de la ciudad, que no tendremos hoy: "Se canta lo que se pierde". Verso que parece de Manuel Machado, pero que es de Antonio. Y he pensado también que como un homenaje a Rafael Montesinos en su centenario, dadas las actuales, tristes y preocupantes circunstancias, esta primavera estamos en su tierra sevillana escribiendo las dolorosas páginas de una de sus obras: "El libro de las cosas perdidas". Por eso, en las páginas del libro sevillano de las cosas perdidas, hoy escribo sobre aquellos amaneceres del día del Corpus, cuando las calles estaban recién regadas y los camiones del Ayuntamiento acababan de esparcir sobre el suelo la juncia y el romero. Y aún no habían llegado en su estreno tantos trajecitos blancos de las niñas que todavía estaban en sus casas, arregladas con prisas por sus madres:

-- Niña, venga, que vamos a llegar tarde al Corpus.

Había un parecido lírico entre los dos grandes madrugones de Sevilla, ambos con los rituales calentitos del Postigo. El madrugón con el que se recibía a portagayola al verano en el Corpus, en el día del Sacramento, siempre soleado Jueves reluciente, dijeran los calendarios nacionales de fiestas lo que dijesen; y la mañana de la Virgen, por supuesto de los Reyes, los nardos oliendo dentro de la Catedral en el palio de tumbilla de la Patrona, la cuadrilla de Bejarano igualando, vestida toda de blanco como de primera comunión, y fuera, en la plaza, los abanicos y las batas de cretona de las señoras de los pueblos que esperaban para pedir las tres gracias a la Virgen por la que los Reyes reinan.

Evoco ahora aquellos amaneceres de Corpus, con los bacalaos de las hermandades y las cuatro varas, y los cirios de un tramo, camino del Patio de los Naranjos. Y, a lo lejos, por Correos, el sonido de las cornetas y tambores de la tropa que venía a rendir honores al Santísimo. Y voy más lejos todavía en la memoria, cuando los Ejércitos cubrían carrera en todo el recorrido, con los soldados con bayoneta calada, y al llegar la Custodia una rodilla en tierra y la prenda de cabeza en la otra mano, en el "rindan armas" ya desaparecido en nuestras Fuerzas Armadas. Recuerdo que el tramo más cercano a la Catedral era siempre cubierto por el Ejército del Aire, por tantos sevillanos que servían a la Patria en Tablada como voluntarios de Aviación, que llegaban siempre desfilando en orden de compañía con la misma vieja marcha militar, ya casi olvidada, "Heroína". Costumbre la de cubrir carrera militarmente que rescató por un solo año, con todo el buen gusto tradicional de su barrio de San Lorenzo, el artillero teniente general Esquivias cuando fue capitán general de Sevilla.

Y en la memoria han corrido las agujas del reloj de la Plaza y por la calle Hernando Colón viene ya la corporación municipal bajo mazas con la banda municipal tocando "El Abanico". Y me acuerdo de aquel año en que Borbolla era presidente de la Junta y, hermano del Calvario al fin y al cabo, no quiso perderse el gustazo de presidir al Ayuntamiento de su ciudad tras la Custodia. Y en la memoria suenan las veintiuna salvas de Artillería que se escuchaban lejos, desde el Prado, cuando la Custodia aparecía por la Puerta de San Miguel, y sonaba la Giralda con su mejor repique, confundido su toque con los acordes de la Marcha Real en honor del que el himno eucarístico "Cantemos al amor de los amores" proclamaba soberano: "Honor y gloria a Ti, Rey de la gloria". Y como no estoy aquí, que mi padre me ha sacado una silla a la puerta de su sastrería y estamos los dos con Antonio Lopera viendo el Corpus, llega la Custodia e hinco la rodilla en tierra, junto al romero de la calle ya arrastrado por tantos pies y que huele junto al incienso, en el frescor de la mañana. Huele a Sevilla porque estoy machadianamente cantando lo que se pierde. En el montesinesco libro de las cosas perdidas de la ciudad.

 

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