ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  17 de julio  de 2020
                               
 

Una mascarilla para el gasto

Anda Sánchez por Europa, hoy desayuno en Suecia y luego almuerzo en París, encantado de haberse conocido presidente y de palpar el poder, como siempre, y tratando de convencer a la UE de que nos suelten la tela a fondo perdido, como subvención, y no como préstamo. Falcon para arriba y Falcon para abajo, venga a gastar keroseno. Por cierto que no se ha comentado algo muy divertido: que Sánchez no pudo llegar a la clausura de la campaña electoral de su partido en Galicia. ¿Saben por qué? Pues porque se le rompió el Falcon. No me negará que eso es Rocío Jurado puro: "Se nos rompió el Falcón/de tanto usarlo".

Y en estas idas y venidas de Sánchez, va por medio el gasto: venga a gastar. Con lo bajo que ha llegado el PIB, que para inspeccionarlo no tienen que ir los economistas, sino la Unidad de Subsuelo de la Policía Nacional, aquí se sigue gastando con una alegría que aterra. En Madrid y en Sevilla. Me causan pavor las informaciones nacionales, municipales o autonómicas que hablan de puentes, de túneles, de edificios nuevos, como si estuviéramos nadando en la abundancia y no ahogándonos en la mayor crisis ruinosa que vieron los siglos, y que dicen habremos de seguir contemplando hasta que haya una vacuna contra el Covid. ¿No podía el Ayuntamiento, en vez de tanta alegría en el gasto, apretarse el cinturón e insistir en las inversiones que generen empleo y que ayuden a los empresarios a salir de la crisis a la que los han llevado los parones del Estado de Alarma?

Eso es como lo de las mascarillas en las playas. Haga usted campaña para atraer turistas de nuevo a las playas, pero conforme vayan aterrizando los pocos que lleguen, oblígueles a ponerse bajo la sombrilla o en la tumbona con la mascarilla, y coloque vigilantes para multarlos si no lo hacen. Escuché en un telediario lo que decía una muchacha posible turista a España, pero que nos vamos a quedar con las ganas de recibirla:

-- A España, no: iré a una playa donde no exijan que te pongas la mascarilla.

Y los viajeros nacionales mismos, ¿cuántos habrán cancelado su reserva en un hotel de playa para no tener que pasarse los quince días de agosto con la molesta mascarilla puesta en los arenales? Porque, ¿qué hace uno cuando entra a bañarse? ¿Dónde se deja la mascarilla? ¿Hay un guardarropa de mascarillas a la orillita del mar, donde los duros antiguos, para dejarla allí mientras se está pegando uno el chapuzón?

No, miren ustedes: a lo que hay que ponerle la mascarilla, pero ya mismo, es al gasto público, que nos van a brear a impuestos como sigan así, proyectando y licitando obras perfectamente prescindibles, como si nada pasara. En la supresión de gastos no urgentes y prescindibles, como en tantas cosas, nos ha dado ejemplo la Iglesia. En la presentación de cuentas del Arzobispado de Sevilla lo han explicado bien a las claras. Como el Arzobispado va a perder un tercio de sus ingresos con la ausencia de turistas y la caída de visitas a la Catedral, se paralizan de momento las obras de restauración de la Giralda. Óle. La Giralda ha estado así desde tiempos de los almohades y de Hernán Ruiz y puede seguir estándolo, no se la van a llevar. En cambio, no se puede ni se debe gastar el dinero en lujos prescindibles cuando Cáritas tiene que atender a tantas necesidades y tanto paro. Y de las cuatro otras grandes obras de envergadura de rehabilitación proyectadas, que suponían 3,2 millones de euros (Santa Clara, Utrera, Osuna y Santa Cruz de Écija), sólo podrá seguir adelante el proyecto del Convento de Santa Clara y eso gracias a la prometida financiación del Ayuntamiento. La Iglesia de Sevilla tendrá que manejar un millón y medio de euros menos y no es cosa de andar gastando el dinero con la alegría con que lo hacen el Ayuntamiento o el Gobierno. ¿No podían poner la mascarilla del gasto a los dislates del Gobierno, y reducir los 22 ministros y los 34 altos cargos que tenemos, aparte de los asesores amiguetes colocados en la Administración digitalmente, o sea, a dedo? Usemos las mascarillas, sí: pero no sólo para evitar contagios, sino para impedir unos derroches que no estamos en condiciones de hacer.

 

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