ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  19 de julio  de 2020
                               
 

Demasiados silencios

Estoy preguntándome perplejidades desde hace tres días sobre el llamado funeral de Estado por las víctimas del Covid y no salgo ni de mi asombro ni de mis dudas, en mi ignorancia. Empezando por la invitación. Si el acto era en el Patio de la Armería del Palacio Real, ¿por qué no invitaba el Rey? Lo lógico y normal es que la cédula de convite hubiese puesto lo de rúbrica: "Su Majestad El Rey (q.D.g.) y en su nombre el presidente del Gobierno, invitan a..." No. Aquí invitaba el presidente del Gobierno en una casa que además no era la suya. Vamos, como el que te convida a comer en Casa Ciriaco. ¿Cómo para un acto en Palacio se dice en la invitación, y muy de pasada, que "asistirá Su Majestad el Rey"? Y además, ¿el funeral de Estado verdaderamente dicho, con una solemnísima misa de Réquiem, no se había celebrado ya, frente, en la Catedral de la Almudena? ¡Ah, es que ahora se trataba de un funeral civil! Ya hemos inventado las bodas por lo civil, los entierros por lo civil, y algunos padres incluso piden que sus niños hagan la primera comunión por lo civil. Pero si no invitaba el Rey y era en Palacio, ¿por qué ese sitio y el rito, dicen que completamente masónico, que se siguió? El símbolo de la muerte que a todos nos iguala no era allí la Cruz redentora, sino la llama de un pebetero. Más propia de la tumba del soldado desconocido que de los que han querido reducir a números de una estadística, pero son muertos con nombres y apellidos, con familias, con vacíos dejados en un hogar, como recordó en sus certeras palabras el hermano de José María Calleja.

Si de tal se trataba, me sigo preguntando, ¿por qué no se celebró mejor en el Templo de Nebod, que hubiera quedado mucho más apropiado, más druida, en el solar de las que fueron ruinas del Cuartel de la Montaña? ¿Y por qué ese coletudo vicepresidente del Gobierno que se pone de esmoquin con todos sus avíos para ir a los premios Goya acudió descobatado, despechugado? ¿Es más democrático así, y se siente más el dolor por los fallecidos a causa del Covid cuyo número nunca le cuadran a Fernando Simón, que se presentó con una mascarilla decorada con tiburones? ¿Y la presidenta del Senado, dónde me la dejan? Si va ataviada así para los solemnes funerales de Estado por las víctimas mortales del Covid, ¿qué vestido va a dejar para la fiesta de Nochevieja?

Ah, y Octavio Paz. No van a leer un texto sagrado de las Escrituras, faltaría más. En estas parodias de lo religioso, como en las bodas civiles, siempre se tiene a mano un poema para sustituir a un texto evangélico. Pero digo yo: con la de poetas que hay en España, de la generación del 98, de la generación del 27, de la generación de los 50, ¿no había ningún autor español para leer sus versos y teníamos que tirar de un texto de Octavio Paz?

¿Y las impresentables sillas de plástico en tan histórico lugar, dispuestas en un círculo, con perdón, como del corro de la patata? Y la Bandera de España, como una autonómica más. Menos mal que nos quedaba, como siempre, el Rey. Don Felipe VI lo tiene que estar pasando muy mal en estos días, porque cada vez son más los que van directamente a su yugular y a la de la Institución Monárquica. Lo apartan de todo cuanto pueden. Con la de días que hay en el año, ponen el acto el 16 de julio, en la Virgen del Carmen, Patrona de la Armada y de la mar. Cuando el Rey entregaba tradicionalmente los despachos a los nuevos oficiales en la Escuela de Marín. Pero es que este año el Rey no entrega despacho alguno en Academia militar ninguna, con la excusa gubernamental del Covid. Mientras los que están contra la Monarquía aprovechan a una pelandusca de lujo y a un policía corrupto para intentar acabar con ella, lo peor son los que tanto le deben a la Corona y, debiendo ser su honor y su deber defenderla, callan. Cuando están en juego ni más ni menos que España, su Constitución y la Monarquía Parlamentaria.

 

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