Publicado el 13 de junio de 1970
"Nuestros recuerdos son los mismos que los de nuestros padres, que los de nuestros abuelos, tángana y alhucema, el baño sabatino en el lebrillo del lavadero. Durante años y años, Sevilla no cambió."
Muchos lectores, que se toman la molestia de seguir cada día el recuadro y que estoy seguro de que tienen la secreta aspiración de salir un día aquí, me lo preguntan a menudo:
—¿Tú cómo te acuerdas de tantas cosas, si eres relativamente joven?
—Gracias por lo de relativamente...
—No, hombre, que tú no tienes edad, para acordarte de muchas cosas que describes magníficamente...
Son dos cosas. Verán. Una, el «no tengo edad», que me da complejo de Yigliola Cincuenti. Otra, el describir lo que no se ha vivido. Todo tiene su explicación. Trataré de dársela, a ver si no me preguntan más que cómo es que uno, que es relativamente etcétera…
La explicación la encuentro en la vertiginosa evolución de costumbres en Sevilla, en el cambio de nuestra cultura material. Nosotros, los de la generación que las pasó canutas en la dictadura y creció con cartilla de racionamiento, todavía conocimos el refregador y el baño de cinc, y el soplillo de palma, y el escobón de caña, y la badila, y la alhucema, y el cisco picón, y el carbón de Esteban el de la calle San Eloy, y la radio de Rafael Santisteban, y el tranvía de la Puerta Real, y la billarda, y la tángana, y las pedreas, y pelar la pava, y los carros de mulas, y los coches de muerto con caballos de tres capas, y las chaquetas de hilo, y los reclinatorios, y los manguitos, y los sillones de los casinos en la calle Sierpes, y el tranvía de las herramientas, y las dos pesetas de pedacitos, y el cuarto y mitad de gandinga, y el café de cebada, y el San Fernando, y Las Escobas, y los Almacenes del Duque, y la Ciudad de Sevilla, y la Bodega Sanlúcar, y el Teatro Juan de la Cueva, y Bandarán, y el carro de la nieve, y los niños del carro de la nieve, y el carro de la cerveza, y los sifones del Zepelín y del Cachorro, y el puente de tablas, y los semáforos con timbre...
Nuestra generación nació y vivió en los barrios históricos. Teníamos sentido de barrio, que buenas pedreas nos echábamos los de la Cruz Verde con los de la calle Ancha de la Feria, y los del Postigo con los del Arenal, y los de San Vicente con los de los Humeros...
—Pero tú todas estas cosas, ¿cómo las recuerdas?
Las recuerdo porque las viví. Las recuerdo porque nuestros recuerdos son los mismos que los de nuestros padres, que los de nuestros abuelos, tángana y alhucema, el baño sabatino en el lebrillo del lavadero, el agua calentándose en la cocina. Durante años y años, Sevilla no cambió. Por eso, nuestros recuerdos, que son de cuando vino a Sevilla la Perona, y de cuando llegaron los barcos para el Centenario, son los mismos que los recuerdos de nuestros padres, el tranvía de las herramientas de nuestros padres, el hoyo de las bolas de nuestros padres, la americana de hilo y la vela del patio de nuestros padres.
Sevilla tuvo una riá que le cambió las formas de vida, y fue la de 1962. Ya todos nos fuimos, de los barrios, a vivir en las barriadas y a pedirle un piso al Sindicato. Nos compramos la lavadora Ade o Edesa, que fueron las primeras, y la cocina de petróleo, y luego el televisor, y el coche. Y aquello que no había cambiado en cien años se trocó en apenas diez. Y los niños del carro de la nieve fueron un recuerdo conforme nos comprábamos la nevera electroautomática a plazos en Establecimientos Ortega. .
Luego está la evocación literaria. Pero eso es ya otra cosa. Eso es una técnica. Y les hablo de un recuerdo.
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