ANTONIO BURGOS | ANTOLOGIA DEL RECUADRO


ABC de Sevilla,  6 de agosto  de 2020
                               
 

Sus fieles servidores 

 

Publicado el 29 de enero de 1983

"La papeleta se lee: pero, sobre todo, se comenta. ¿Cuántos teléfonos suenan en la mañana de Sevilla para comentar esquelas?" 

De tres formas se les llama: papeletas, esquelas, o mortuorias. O incluso se unen dos de estas denominaciones, diciéndoles esquelas mortuorias. Los sevillanos puede que no lean libros, que tengan horror por lo negro. Pero sienten, en cambio, una (telúrica) atracción por el negro de la orla de luto de una papeleta de defunción, que es la forma más clásica y sevillana de llamar a las esquelas.

 

— ¿A qué hora es el entierro?

 

—No sé... Rodrigo ha quedado en redactar la papeleta y él ha ido a hablar con el párroco.

 

Aunque no leamos libros, somos devoradores de papeletas. Un género literario como otro cualquiera, que tiene su retórica y su preceptiva. En las papeletas, todas las esposas son «desconsoladas»; todos los tenderos son «del comercio»; la Caridad es la Iglesia del Señor San Jorge... Ver las páginas de las esquelas es una forma de conocer esta ciudad tan clasista. Son las páginas de las esquelas como Sevilla misma. La Palmera y los pisos del Prado de las papeletas grandes, modelo siete, de señores con ocho apellidos, dos títulos, maestrantes de Ronda y de Sevilla. La República Argentina de los modelos cinco con señores que son consejeros-directores generales, de los que viene, como en vida, el piso y el despacho, que son la papeleta de la familia y la de la empresa. Ciudad de grandes ritos de la muerte, en Sevilla has sido alguien si de ti ponen, por lo menos, cuatro o cinco papeletas: una la familia, otra la empresa, otra la cofradía, otra la otra sociedad de la que eras consejero... Y junto a las grandes papeletas, las pequeñas, el modelo tres, el modelo dos, donde con letra muy pequeña apenas si caben los dolientes. Son como los pisos del Polígono de la muerte, en la ciudad de las esquelas en forma de palacio o de los palacios en forma de papeleta de defunción.

 

La papeleta se lee: pero, sobre todo, se comenta. ¿Cuántos teléfonos suenan en la mañana de Sevilla para comentar esquelas?

 

—Oye éste que viene la papeleta en el periódico, ¿es el cuñado de tu prima Rocío?

 

—No, el padre de ese que dices tú...

 

—Ya me parecía... Ellos no tienen tanto servicio...

 

Porque el servicio también viene en las papeletas. Al final de todo, tras hijos, nietos, hijos políticos, nueras, sobrinos, títulos y grandezas. Viene una concatenación de Borjas, Alvaros, Cristinas, Iñigos, Javieres, y al final, dos, tres nombres, bien separados, más que unidos, por la conjunción: «...y Josefa Rodríguez Pérez, Carmen

García Martín y José Sánchez Gómez»... Quienes leen las esquelas saben quiénes son: Josefa, el ama de llaves de toda la vida; Carmen, la doncella de la señora, que el señor conservó al quedarse viudo; José, un poco sarasa, el mozo de comedor de siempre... Los que antes eran llamados en las papeletas «sus fieles servidores». Pero ya se les trata de presentar ante Sevilla de un modo no humillante. Todos saben, sin embargo, quién es la cocinera, quién el chófer, quién el jardinero, quién la señorita de los niños...

 

—Hijo, qué antiguo estás... Al servicio ya no se le pone en las papeletas... ¿Tú no ves que son un signo externo de riqueza para Hacienda?

 

Por eso, en la literatura sevillana de las papeletas, habrán dejado de ser «sus fieles servidores».

 

  

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