ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  9 de octubre  de 2020
                               
 

La otra ruina de los conventos

Lo que son las cosas de Sevilla. Han confinado a las monjas jerónimas del convento de Santa Paula, el de las maravillosas mermeladas, por casos de contagios de coronavirus, y ha tenido la priora, Sor Tiyama Irimpan, que dirigir una carta a las hermandades y a sus devotos para pedirles que de momento no pueden recibir ayudas, porque están en la clausura dentro de la clausura, pero que en cuanto pase la crujía y puedan abrir, y voltear con su alegría de nuevo las bruñidas campanas de su espadaña, que vayamos al torno a comprar los tarros de esos únicos dulces y a visitar el museo. En cambio, ha impresionado bastante que hayan confinado al convento de las Hermanas de la Cruz, al detectar Sanidad cuarenta casos de Covid entre las religiosas de la comunidad. En la puerta del convento de la antigua calle Alcázares, donde nació Fernando Villalón y murió entre olor de violetas Sor Angela, los devotos que acudían, como tantas veces, a rezar ante la santa y a dejarle los papelitos con las peticiones y promesas, se han encontrado con el portalón cerrado y un cartel que es la otra cara de los avisos, digamos, de metacrilato que estamos viendo en las precauciones contra la pandemia. Dice el letrero manuscrito con letra de monja junto a la aldaba del portalón de la vieja casa generalicia algo que sólo puede entenderse en el lenguaje conventual, lejos de los avisos que mandan los dichosos protocolos que nos amargan y ordenan la vida de esto que llaman "nueva normalidad", que de nueva tendrá todo lo que usted quiera, pero de normalidad, nada de nada: "En estos días no se puede atender a nadie, perdonen las molestias".

Ya dije que era un milagro de Santa Angela que no hubiera una sola Hermana de la Cruz contagiada, cuando han seguido saliendo diariamente por Sevilla y sus barrios más necesitados en sus caritativas labores asistenciales de pasar la noche velando enfermos o cuidándolos a lo largo del día, o atendiendo en el convento a los que se acercan por ayuda, que se quitan las pobres su propia comida para dársela a los que pasan hambre. A pesar de ese milagro, cuarenta religiosas han sido contagiadas y ha quedado confinadas en el convento. Y eso ha impresionado mucho a los sevillanos, que miman como algo muy suyo a las Hermanas de la Cruz, a las que admiran.

A efectos de las estadísticas de la epidemia, esas 40 hermanas de la Cruz con el covid deberían figurar entre las cifras del personal sanitario contagiado. Seguro que han cogido la enfermedad en sus silenciosas salidas para cuidar enfermos, no precisamente en las botellonas, como tantos chavales gamberros e irresponsables. E igualmente, las cifras del convento de Santa Paula deberían figurar en las estadísticas de los casos de contagio en residencias de mayores. Los conventos de clausura tienen encima una nueva ruina, aparte de la arquitectónica de sus tesoros patrimoniales: en casi todos ellos reside una población de religiosas de avanzada edad, ante la falta de nuevas vocaciones, suplida con las que llamé "pateras a lo divino", monjas que llegan de países africanos o asiáticos. Nos hemos enterado ahora que tal ocurrió en el convento de Madre de Dios, tan necesitado de urgentes restauraciones, donde se contagiaron todas las monjas de la comunidad, y quedó confinado, lo que dije de rejas tras las rejas, hasta que el 2 de octubre fue dada de alta toda la comunidad al superar, gracias a Dios, la enfermedad sin mayores desgracias.

Así que por si fuera poca la ruina arquitectónica de tantas hectáreas como, a pesar de las desamortizaciones, siguen ocupado los conventos de clausura en el casco antiguo, muchos de ellos con cubiertas al borde del colapso, ahora, como residencias de mayores que son en muchos casos, encima este riesgo de enfermedad del coronavirus entre sus comunidades de monjas de bastante edad, verdadera "población de riesgo". Recemos a Sor Ángela, santa tan sevillana, para que proteja no sólo a sus 40 monjas contagiadas en la primera línea de fuego de la asistencia sanitaria («Esta enfermedad es la cruz del mundo y nosotras somos las Hermanas de la Cruz»), sino a las religiosas de todos los conventos de clausura de Sevilla.

 

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