ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  28 de noviembre  de 2020
                               
 

Levantá para Luis León

Te has ido, querido Luis León, viejo zorro plateado del martillo del dragón de tu Esperanza Macarena, en este noviembre de cielo plomizo color losa de Tarifa de las Gradas de la Catedral, cuando tu Virgen está vestida de luto, por ti, como en la fotografía que me trajiste con tu leal Martínez. Igual que otros alardean de tener sangre azul, tenías sangre verde, en tu entrega a la Virgen y a la Macarena. Ahora sabrás que merecía la pena ir al Cielo con Ella, porque te esperaba hace muchos años. En aquella broma que decías de que si no estaba tu Esperanza, ni aquello era cielo ni aquello era nada. Qué afición la tuya al martillo, al costal, al andar de un palio, de tu palio de la Madrugada, según las clásicas enseñanzas del maestro Rafael Franco. Fuiste el creador de las cuadrillas de hermanos costaleros, desde aquella vez que sacaste a la Virgen de las Aguas del Salvador. Tú, que siempre nos enseñaste el camino hacia el amor a la Virgen que está junto al Arco, portabas entonces la plateada Cruz de guía de la hermandad. De la Cruz al palio, anduviste todos los caminos de la cofradía, la larga Madrugada de Dios en la que ejerciste tu señorío, tu genio, tu saber mandar sin que se notara tu autoridad suprema del terno negro.

Siempre pensé que tenías algo de torero. Me contaste muchas veces que el Jueves Santo, antes de que llegara la Madrugada, te recluías en tu casa, apartado de todo. Como los toreros en el cuarto del hotel esperando que le avise el mozo de espadas de que ya es la hora. Y entonces, ya con la Centuria haciendo el recorrido para recoger al capitán al paso ordinario de "Abelardo", te enfundabas tu terno negro. Otros se ponían coraza y casco, o antifaz de terciopelo morado, o del viejo color de los cirios verdes del último tramo. Tu terno negro, tan señorial, tan de campo, era tu túnica para tu estación de penitencia con tu Esperanza. Tu cirio verde era la plata del martillo del dragón. ¡Y cómo llevabas, a la Madre de Dios, a La Que Está en San Gil, con qué mimo, con qué nervios! Los que te conocíamos y te queríamos sabíamos que hasta se te cambiaba el color de la cara, de la responsabilidad, durante la Madrugada. Se te ponía la cara de la misma color que tu sangre verde. Y animabas como nadie a tu cuadrilla de elegidos, ángeles portadores de la Madre de Cristo por la Correduría, por las claras del día de la Encarnación, por la gloria de la calle Parras con Marta Serrano cantando una saeta en su balcón de colgaduras. Te han proclamado patrimonio inmaterial de la hermandad de la Esperanza, como el redoble del tambor de Hidalgo o la encajería de Garduño en el pecho de la Virgen. No hacía falta, querido Luis. Ya eras para todos parte consustancial del palio de la Madre de Dios. Ese costelero al que encargabas que hiciera con una puntilla una muesca en la trabajadera por cada levantá, habrá ya rascado la última. No lo has dicho, en tus pocas palabras siempre tan de hombre, pero yo mando por ti esa última levantá, querido Luis León: ahora sí que has ido definitivamente al Cielo con Ella.

 

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